Más allá de los vaivenes de la economía y de los núcleos duros de votantes, la posición de los candidatos y el sistema electoral determina una serie de reglas de juego que permiten vislumbrar los rasgos decisivos de la contienda que se avecina.
Cada sistema electoral tiene sus esperpentos y virtudes. De acuerdo al modo en que votamos nuestros representantes se abren diferentes formas de gobierno. Cambia la estabilidad de gestión, la amplitud de maniobra o lo categórico de las decisiones de acuerdo a cómo son las reglas de renovación de los poderes constituidos. Una presidencia de seis años puede agotar en el largo plazo, pero sin reelección implica que los partidos se ven estructuralmente obligados a generar nuevas dirigencias, mientras que una presidencia de cuatro años es demasiado breve como para que la reelección no venga implícita y, con ello, la cristalización de las castas partidarias (y el resentimiento de sus ninguneados).
En nuestra provincia no hay elecciones de medio término para la Legislatura. Si, además, el ganador del gobierno se lleva la mayoría de los diputados, sería un sólido signo de estabilidad para el Ejecutivo, si no fuera porque en el Senado cada departamento está representado por un solo senador. Ese esquema es diferente al de la Nación, donde cada provincia está representada por dos senadores por la mayoría y uno por la minoría. ¿Cuál es la diferencia? Los senadores provinciales son virtuales lords vitalicios de sus departamentos, con una gigantesca chequera política que sólo tiene parangón frente a algunas intendencias. Mover una ley en Santa Fe es cogobernar con los senadores.
En la Nación, estas elecciones renovarán la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio de los senadores. Los diputados que se van son los que entraron en 2013, una elección que prefiguró la caída del kichnerismo, hoy en la oposición. En el Senado, renuevan representantes las provincias de Buenos Aires, Jujuy, Formosa, La Rioja, Misiones, San Juan, San Luis y Santa Cruz. Todas pertenecen al peronismo, excepto las primeras dos. El tole tole ya comenzó en Corrientes, Chaco y La Rioja, con diferentes matices: se jugó una intendencia y las primarias de los legislativos provinciales.
Mirar los distritos
Esa es la primera clave. Las de octubre son elecciones combinadas en diferentes niveles. Hay provincias que, por haber sido intervenidas, quedaron con el calendario electoral desfasado y eligen gobernador este año: Corrientes y Santiago del Estero. La primera es radical alineada con Cambiemos, la segunda es un provincial peronismo. Vale la denominación: cuando el peronismo pierde su referencia nacional, lo que queda no es tanto un partido orgánico sino la prevalencia de cada lógica provincial con sus características propias. Bordet en Entre Ríos no es Manzur en Tucumán ni Insfrán en Formosa ni Urtubey en Salta.
También, hay elecciones en el primer nivel de la cadena alimentaria política pero, se sabe, las pirañas unidas se lastran en un ratito a un hipopótamo. En nuestra provincia se renuevan concejales en todos los distritos. ¿Cuál es el peso? Fácil de medir: sin estar atado a un concejal, es muy complicado encontrar militantes que caminen una candidatura a diputado en las localidades concretas. Esta determinación es más dura si la herramienta de votación es la boleta sábana –que fortalece los efectos de “arrastre” y “empuje”– y no la boleta única, donde todo se reduce a cuán reconocida es la cara del candidato. Un dato local más: de las más de 300 localidades de la provincia, sólo 18 tendrán listas de la UCR por fuera del Frente Progresista (aunque, entre ellas, están Santo Tomé, Santa Fe, donde hay alianza con el PRO, y Rosario).
La voz única de los medios capitalinos obnubila la percepción de los distritos. Parece que la única elección que talla es la de Buenos Aires. Simbólicamente puede ser cierto pero, por ejemplo, lo que suceda en Córdoba es ejemplar a la hora de ubicar la relevancia de lo que pasa en cada distrito puntual.
El macrismo reventó las urnas en la Docta –decisiva para el triunfo de 2015– gracias a cómo en la segunda vuelta se volcaron los votos del peronismo, que no está aliado a Cambiemos en esa provincia para estas elecciones. De hecho, el peronismo cordobés estuvo aliado a Sergio Massa en 2013 y 2015, por lo que –técnicamente– el Frente Renovador pone en juego tres bancas de diputados en esta elección, sobre un total de nueve. Es un montón. Por otro lado, el radicalismo obtuvo otras tres bancas y el PRO una. Ahora son Cambiemos, ¿repetirán semejantes performance?
Estas complejidades se repiten en las 24 provincias de Argentina y se agravan si, encima, hay contienda para el Senado. Detenerse sólo en los vericuetos bonaerenses poco aporta a la comprensión final.
El presidente es candidato
En diálogo con Fin de Siesta (Radio de Noticias 91.9, lunes a viernes de 16 a 18) y tras un silencio de pocos segundos, la cabeza de la lista de diputados de Cambiemos en Santa Fe, Albor Cantard, lo dijo: “El candidato es Macri”. En el recuerdo está aquel “el candidato es el proyecto”.
Con los necesarios acuerdos territoriales y partidarios del caso, es la lapicera de Macri la que impone los candidatos del oficialismo nacional o, leído de otro modo, cada candidato de Cambiemos es indistinguible de su referencia con el gobierno nacional. Son las listas que, en cada distrito, llevarán al gobierno a tener un mayor control del Congreso y, con ello, ampliarán la fuerza de un Ejecutivo de por sí arrasador.
El presidente se está jugando el Congreso de los próximos dos años. Alfonsín, Menem y Kirchner ganaron sus primeras elecciones de medio término y, con ello, le dieron solidez a sus mandatos. Cristina Kirchner perdió sus dos elecciones de medio término, pero contaba con los espaldarazos de sus triunfos propios y de una estructura de gobierno afincada. El peor antecedente es conocido: el triunfo del voto en blanco en 2001, durante el mandato de De la Rúa.
Como la anterior, esta clave es válida en todas las elecciones intermedias. Siempre el presidente busca acrecentar su bloque de diputados y siempre es la referencia por detrás de sus listas en cada provincia, que inmediatamente se vuelven listas con referencia nacional.
Macri es la oposición
No es esquizofrenia. Esta es una clave específica de esta elección. Cambiemos es la oposición en la vasta mayoría de los distritos, algo que enrarece la lectura de elección. Excepto la Capital Federal, Buenos Aires, Jujuy, Mendoza y Corrientes, los candidatos de Cambiemos son los opositores en cada uno de los distritos, en su mayoría provincial peronistas. Es al revés de lo que sucedía durante el kirchnerismo, cuando estaba clara la línea en la mayoría de los distritos, desde la presidenta hasta el concejal, pasando por el gobernador y el diputado. Acá no pasa esto en 19 distritos y, lo que es más raro, un candidato a concejal puede ser oficialista, opositor y oficialista: eso sucede si el intendente es de Cambiemos y el gobernador no. Si el intendente gobierna una ciudad chiquitica… ahí te quiero ver. Por suerte, Santa Fe no es una ciudad electoralmente irrelevante y el gobierno provincial pierde mucho si castiga ajustando fondos. En la reversa, los funcionarios provinciales del radicalismo de Cambiemos –dos ministros y un buen lote de segundas y terceras líneas, y sus correspondientes funcionarios propios– ya deben estar alistando sus petates.
A ningún gobernador, por más filomacrista que sea, le gusta ver crecer a su oposición en su distrito. El provincial peronismo cordobés habrá sido de lo más anti K, tanto como llevar al podio al gobierno democrático más antiperonista de la historia, pero ahora su primer adversario es el experto en tecnologías radical Oscar Aguad, y de eso no hay duda. El ex socio empresarial de Macri, Schiaretti, está obligado a vencer a Macri para que Aguad no se vuelva un candidato fuerte en el horizonte de 2019.
Estas inquinas se repiten en todas las provincias. En las elecciones previas al 2015, esto permitía hilvanar dos o tres grandes líneas nacionales: los oficialismos K y las versiones localizadas de las oposiciones de cada época. En estas elecciones es exactamente al revés: cada oficialismo provincial opositor al gobierno nacional intentará defender su quinta con uñas y dientes (y es exactamente por eso que los gobernadores provincial peronistas quizá no quieran figuras que nacionalicen la elección: funciona más provincializar la contienda que entrar en una trifulca local con los términos que vienen impuestos desde el eje nacional). Serán 19 batallas entre cada gobernador particular y Mauricio Macri, el candidato, que para cada partido de gobierno provincial encierra el resultado de 2019. Esta clave es, entonces, la clave principal. Pero no la última.
Tiros al aire
El rasgo final de nuestras elecciones intermedias es que –con las dos excepciones citadas y algunas intendencias dispersas por el país– no hay cambios en los ejecutivos. El elector sabe esto y, por ello, da gozosa rienda suelta a sus más desenfrenadas fantasías políticas. Puede votar pensando en darle más o menos poder a la oposición o el oficialismo en el Congreso o puede votar pensando en un sector especial (los diputados lobbystas, sea del campo, la industria, los sindicatos o la Iglesia). Puede votar pensando en el poder de su provincia, a favor o en contra. Puede votar para castigar o para apoyar. Básicamente, en las elecciones intermedias puede pasar cualquier cosa. Pero, lo que pase, tendrá siempre su lógica en el marco de estas cuatro claves.