La tarde gris y fría del sábado 3 de junio, fue llenándose de a poco de color y calor, a medida que las agrupaciones de mujeres llegaban a la plaza del Soldado.
Como les pasa a otras marchas y a sus reclamos, la convocatoria comienza a fluctuar a medida que pasa el tiempo, y es que bancar la calle, gritar las injusticias, reclamar ante los poderosos, es mucho más que una “salida” a la plaza y una foto para las redes. Ser feminista es querer romper con todas las estructuras conocidas, y no es fácil despertar a eso.
Las postales de la primera Ni Una Menos, en 2015, y las de este 2017, tienen algunas diferencias. En aquel momento, la marcha fue una explosión social, de hartazgo e indignación ante las muertes que se sucedían y suceden a diario, cada vez más a diario. Pero a medida que el movimiento de mujeres fue avanzando en su organización, la agenda comenzó a ampliarse, porque el femicidio es la última y extrema manifestación de una cultura machista que todas, absolutamente todas las mujeres sufren desde el día en que nacen mujeres. Y eso comenzó a hacerle ruido a quienes tildan de “política” a una manifestación que no puede ser otra cosa que política.
Ni Una Menos es un grito de “dejen de matarnos”, pero hoy ya es mucho más que eso: es reclamar por presupuesto para políticas públicas serias; por el aborto, legal, seguro y gratuito; por la educación sexual integral; por igual salario ante igual trabajo; por la repartición justa de las tareas de cuidado y del hogar entre varones y mujeres; por el desmantelamiento de las redes de trata; por la represión y persecución policial a las militantes; por la libertad de Milagro Sala, por la libertad de Higui.
Ese 3 de junio de 2015 algo cambio. Para algunos y algunas más, para otros menos. Pero las mujeres están en la calle, alertas y activas, y hasta Tinelli tuvo que dejar de cortar polleritas ante una oleada feminista que dice “basta ya”. Vivas, libres y sin miedos nos queremos.
Fotorreportaje: Mauricio Centurión
Texto: Ileana Manucci