Esta familia, la de Los Coleman, puede ser la de cualquiera, pero es única: batió todos los récords de permanencia en el teatro off de Buenos Aires con 13 temporadas ininterrumpidas, fue multipremiada y aclamada en más de 20 países de América, Europa y Asia.
Y el próximo 4 de agosto a las 21.00 el público santafesino tendrá la oportunidad de verla en el Teatro Municipal 1º de Mayo luego de que en el 2006 se colara tímidamente en la programación del III Argentino de Teatro, organizado por la Universidad Nacional del Litoral. Pero hoy la cosa es diferente: viene con toda la fuerza y la seguridad de ser una de las obras que pasarán a la historia del teatro argentino como un fenómeno, ya que han logrado algo que para muchos artistas suele ser un sueño difícil (sino imposible) de cumplir: trascender las barreras del “off” para pasar al circuito comercial de calle Corrientes sin perder sus valores, basados en la autogestión y el trabajo en equipo, luego de 13 años de un éxito imparable.
La omisión de la familia Coleman, se fue gestando en el 2005, en base a improvisaciones y ejercicios de composición de los personajes en la casa de Claudio Tolcachir, su director y quien supo luego poner en palabras las acciones y sentimientos de esta familia disfuncional que inaugurará un estilo teatral en la escena porteña. Nadie hubiera sospechado que en ese departamento interno del barrio de Boedo, luego convertido en Timbre 4, se estaba escribiendo un nuevo capitulo del teatro independiente.
Tampoco los actores, como Diego Faturos (personaje de Damián), que con apenas 20 años se embarcó en aquel proyecto y ahora con 33 sigue creciendo junto a su personaje.
—¿Qué significa volver a Santa Fe después de 12 años de un crecimiento de la obra, con giras y reconocimientos internacionales?
—Santa Fe fue la primera ciudad de la argentina que fuimos a llevar la obra. Es una gran alegría. Si bien estamos en calle Corrientes, aunque de manera autogestionada, volver a esos lugares del principio tiene un sabor especial. Santa Fe fue la punta de lanza de un montón de viajes, veníamos haciendo la obra en una sala para 50 personas y hacerla en la sala mayor del Teatro Municipal, un lugar tan grande, hizo también que nos alentara a seguir conociendo escenarios por argentina y otros países del mundo.
—¿De qué trata la obra?
—Se trata de una familia formada por una abuela (Cristina Maresca), que comanda la casa en medio del caos, su hija Memé (Miriam Odorico), muy inmadura y que parece hermana de sus propios hijos y tres nietos: Damián (el personaje que interpreto), Gabi (Tamara Kiper) y Marito (Fernando Sala), aunque debido a que la abuela debe ser internada, aparece otra nieta, Verónica (Inda Lavalle), que no vive en la casa con el resto pero tiene temas que resolver. Es una familia que está al límite de la disolución, una disolución evidente pero secreta; conviviendo en una casa que los contiene y los encierra, construyendo espacios personales dentro de los espacios compartidos, cada vez más complejos de conciliar. Una convivencia imposible transitada desde el absurdo devenir de lo cotidiano, donde lo violento se instala como natural y lo patético se ignora por compartido.
—¿Cuál es el condimento que hace que desde Sarajevo hasta China se comprenda y sea universal la problemática de esta familia?
—Ese tema lo hemos reflexionado... ¡pero es un misterio que nadie puede develar! Lo que pasa y sigue pasando con la obra nos sigue sorprendiendo y supera nuestras expectativas: de la sala de 50 personas hasta China y ahora la obra resiste desde hace cuatro años en el circuito comercial (hoy en el teatro Metropolitan, antes el Paseo la Plaza) aunque de manera autogestionada. La calle Corrientes esta llena de “tanques” y sin embargo nos va bien y la gente elige venir a ver actores que no son conocidos y elige esta propuesta y la sigue recomendando. Es muy difícil estando “adentro” decir qué es lo que funciona. La obra tiene mucho humor negro y nosotros siempre decimos “quien no tiene un Coleman en la familia o lleva un Coleman adentro”. La obra llega por diferentes lugares y de distinta manera por eso hay gente que no para de reírse y otros de llorar.
—¿Cómo repercutió en el personaje tu crecimiento personal?
—El personaje fue creciendo a lo largo de los años porque uno va creciendo. Y también es una obra muy especial, donde al principio no había texto, sino que improvisamos dirigidos por Claudio Tolcachir en su casa durante cuatro o cinco meses mientras él nos filmaba, tomando notas, porque la idea era generar los vínculos de estas personas. Entonces uno fue conociendo mucho a estos personajes, su manera de pensar, su lógica, su proceso de pensamiento, eso hizo que uno cree universos muy anchos o vastos de los personajes. Hay cosas que ni Claudio sabe de ellos. Por esa razón se vuelve interesante seguir haciéndolos después de 13 años.
—¿Hay un secreto para el éxito?
—Creemos que uno de los secretos para que la obra se sostenga tanto tiempo en cartel es que nosotros la seguimos pasando muy bien dentro y fuera del escenario. Es impostergable juntarnos antes de cada función a tomar una merienda y cenar después. También seguir cuidando la obra y respetándola. Es una locura pensar que uno dice las mismas cosas desde hace 13 años sin desgastarse. Para eso hay que darle el valor y el amor necesarios para que siga estando al mejor nivel posible.
—¿Qué significa el teatro off?
—Además de los Coleman en este momento estoy haciendo una obra que se llama El amor es un bien dirigida por Francisco Lumerman en el Moscú Teatro (Capital Federal), una salita hermosa para 40 personas. Y el teatro off es eso. Estar un domingo brindando una función para 40 personas porque lo que te mueve no es dinero, sino el placer de encarnar los personajes que te gustan, comunicarte con tus compañeros, con la gente. El teatro off tiene eso de que es el placer y el deseo lo que te mueve a hacerlo, juntarte con gente que tenes ganas de juntarte y elegir hacer teatro con ese motor es hermoso. Sostener un espacio como Timbre 4, transmitírselo también a los alumnos, por ejemplo, eso es el teatro independiente. En fin, un espacio para canalizar el deseo y ponerlo en juego.
Para aquellos que tuvieron la posibilidad de verla, es una excelente oportunidad de apreciar el crecimiento de los personajes en una obra que, tal como contó Diego Faturos, es dinámica y cambiante. Pero para los amantes del teatro que aún no la vieron es una obligación que desafiará sus sentidos y los pondrá frente a una pieza inolvidable, que inauguró un estilo y una corriente temática propia dentro del teatro contemporáneo: las familias disfuncionales.