Tengo una vecina, de avanzada edad, que me tiene podrido. Por cuestiones de respeto, pero sobre todo porque si se entera que hablo de ella se va a enojar y además de pegarle con una bolsa de nylon a mi gato –como ya te vi que hacés, ¿sabé?– no me va a hablar más y va a dejar de darme letra para el Facebook y las columnas, voy a decir que se llama “Marge”.
Me tiene podrido porque siempre que la cruzo me cuenta la sección “Sucesos” del barrio y, desde luego, me da consejos para que cuando esté entrando a mi casa no me roben. Ajá, todos los días lo mismo con el flagelo de la inseguridad. ¿Qué habrá sido de aquella Marge que se presentó como jubilada y estudiante de una lengua muerta que iba a jugar al ajedrez, cuando no estaba dándole una mano a pibes marginados? ¿En qué te convirtieron, Marge? Tan simpáticas explicaciones sobre la lucha de clases ilustradas en tu guardia atenta a los gorriones a los que alimentás para que las palomas, “aquellas, las más grandotas, no le roben la comida, mirá”. Prefería ese voyeurismo que te llevó a confesar que conocías cómo se comunican los ambientes de mi casa porque “desde la ventana se ve todo”. Allí ya debería yo haber advertido lo que se venía: “cuando oscurece bajá las persianas porque pasan unos chicos que no conocemos y miran”, continuó. Allí, quizás, comenzó todo. Y así siguió.
“Te quiero contar una cosa, vení”, arrancan siempre nuestras conversaciones. “Sabés que a la señora de acá a la vuelta y a su hija les robaron la bicicleta el otro día cuando iban llegando a su casa. Por eso, hay que tener cuidado. Mirá para un lado, mirá para el otro antes de abrir la puerta. De última, hacete el que estás tocando el timbre si ves que hay alguien medio sospechoso merodeando. O seguí de largo y hacé que llamás a la policía”. Siempre con una dicción elegante y algunos acentos ingleses, que acompaña con un look muy Silvina Ocampo. Pero no nos vayamos de tema. Mientras tanto ella me hablaba, y a medida que arrastraba los pies con disimulo para irme, yo iba intercalando en su relato algún que otro “Ay”, “Uy”, “Pero qué macana”, “Y vite’ cómo e’ la cosa, Marge”, con la manifiesta intención de no responderle: “Pasa que para mí la inseguridad no es ni una preocupación ni un flagelo del que me tenga que cuidar, así que no me interesa lo que me contás”, porque sabía que se venía una conversación que nunca quiero tener, ni con ella ni con nadie. Terminó el consejo que no le pedí, saludé cordialmente como siempre y me fui. Al rato me llega un whatsapp de mi vieja (a ella sí le digo “mamá” cuando me enojo): “Anoche, a las 20:30, le robaron la cartera a una señora en la puerta de la cochera. Esta noche dejá el auto en tu casa, no lo entres”, me tira y cierra con algún emoticón. No, no. Mi vieja tampoco colabora mucho que digamos. Qué desgracia.
A los pocos días, Marge aprovechó que yo andaba en pantuflas paseando a un perro que por ahí cuido… bah, “perro”. No me llega a la rodilla, así que no califica como can: es una laucha. Como es fiero pero simpático le digo “perrolaucha” y él chocho se tira panza arriba. En fin, la historia de siempre pero en la otra cuadra. Entonces yo le contesté: “¡Eh, viste! Por eso yo me conseguí un guardián. ¡Mirá!”, y le señalé al coso ese que le tiene terror a mi gata. Sonreímos. Fuimos cómplices de la ironía. Perrolaucha y yo, claro.
Toda esta saga está en Facebook. A lo último que escribí sobre “Marge y la inseguridá” le hicieron un comentario que fue revelador. Además de muy gracioso. “C. C.” -quizás la persona quiera mantener su anonimato por temor a las represalias de Marge si se entera- dice que “La inseguridad existe. Es preocupante la inseguridad que sentimos, frente al miedo de cruzarse una Marge… y la paranoia que me agarra cuando salgo y empiezo a observar si no hay alguna cerca. A cualquier lado que voy, miro tratando de detectar Marges, para poder escapar, antes que se le ocurra hablarme”. Brillante.
A mí también me pasa todo el tiempo. Y a veces le hago caso a mi vieja, aunque ella diga que no. Una mañana, llegando en el auto a mi casa tipo 8 AM, y estando aún un poco oscuro, voy a estacionar en la puerta, cuando de golpe vi alguien sospechoso en la vereda. Disminuí la velocidad acercándome a mi casa para identificar a la persona, pero sin parecer ni paranoico ni yo mismo un sospechoso. De golpe, y sin dudar, decidí ser precavido y dar una vuelta a la manzana. Capaz en ese lapso de tiempo la persona se iba. Hice bien. Cuando pasé por donde estaba parada esa silueta vi una cara conocida. Era ella. Era Marge.
Di la vuelta y todavía seguía ahí. Esta vez tuve que frenar. No vaya a ser cosa que termine siendo yo el próximo protagonista de una historia que empieza “te quiero contar una cosa, vení”.