En uno de sus ensayos, Borges escribe sobre la biografía: “Simplifiquemos desaforadamente una vida: imaginemos que la integran trece mil hechos. Una de las hipotéticas biografías registraría la serie 11, 22, 23…; otra, la serie 9, 13, 17, 21…; otra, la serie 3, 12, 21, 30, 39… No es inconcebible una historia de los sueños de un hombre; otra, de los órganos de su cuerpo; otra, de las falacias cometidas por él; otra, de todos los momentos en que se imaginó las pirámides…”. Voy a mezclar a Borges con mi abuela materna, para construir su biografía a partir de un hecho que elegí al azar: las veces que vio flores.
En una de las fotos que guardo como un coleccionista, Alicia Delia Bürgi (1923-1997) es joven. La sombra del fotógrafo, su futuro marido, aparece en la imagen. Tiene el pelo largo, está sentada de perfil sobre el pasto, rodeada de naturaleza. Ese día vio flores. También vio flores en su casamiento. En otra foto está de pie, su vestido de novia abotonado al frente tiene una cola prolijamente acomodada. Se agarra del brazo de mi abuelo. Ambos están escoltados por sus madres, dos gringas severas y serias vestidas de negro, obligadas por la circunstancia a aparecer en la foto. Con su cara redonda que sonríe, Alicia Delia sostiene un ramo complicado de rosas y parece feliz.
Vio flores durante miles de días, en la pantalla de esa lámpara de pie que adornaba su living, pero sobre todo en los platos y las tazas que le regalaron cuando se casó. Tengo uno de esos platos, adornado con las mismas florcitas que vieron generaciones enteras, porque antes los platos lisos eran inconcebibles. También llegaron hasta mí los restos de un juego de té, cada pieza con una concreta rosa estampada en la porcelana.
Alicia Delia vio flores un día de calor de un año que no sé, cuando su hija se subió a una carroza de la Asociación Vecinal Zona Este. Cada una de las muchachas emerge del centro de una flor enorme hecha de tela, y toda la carroza está cubierta de helechos. Algunos años después, vio flores el día en que esa misma hija de casó en la iglesia católica de la ciudad, llevando un ramo diminuto comparado con el que ella había llevado.
Cuando Alicia Delia se transformó en una mujer mayor, empezó a usar vestidos de señora que tapaban todo lo que había que tapar. A muchos de esos vestidos se los hacía ella misma. Tengo su cuaderno de corte y confección, de la Academia Central Mendia. La primera página tiene su nombre manuscrito, en letras doradas. Casi todos esos vestidos eran floreados: flores chiquitas o grandes, pero siempre flores. Los usaba para todo, para cocinar los pollos aceitosos de los domingos o para meterse en la pileta de material que tenía en su patio. En ese patio había una virgen de Itatí, que Alicia Delia adornaba con alguna flor. Y había también una cala que cuidaba con esmero, por eso nos hacía tirar el agua en ese lugar. ¿Durante cuántos días habrá visto esa flor? No sé, pero las calas no duran demasiado tiempo, en eso se parecen a algunos humanos.