Esa necesidad de autocreación, entonces, patenta el trabajo de los Sig Ragga en pos de describir su naturaleza multilingüe (hacen convivir la literatura borgeana con la pintura surrealista y Fellini, entre otros tantos). Cada vez que se los intenta tipificar, ellos se escapan para otro lado, pues una de sus consignas de cabecera es la de plantear un escape a la realidad, montar una situación que sea una oportunidad para flashear. Así y todo, cuenta Tavo que la excusa que lo juntó a esos mismos tres compañeros fue simplemente el reggae: “En mi casa se escuchaba muchísima música, mi viejo era folklorista pero era melómano la verdad y en sus discos había Donna Summer, Chick Korea, Caetano Veloso, Beatles, música clásica y brasileña. En ese contexto aprendí a disfrutar de distintas músicas… termina siendo como la comida, uno educa el oído como al paladar. El reggae llegó más de adolescente, mi hermana cayó con un disco de Bob Marley y no sabía ni entendía por qué pero me movía. En la escuela lo conozco a Nico González, también de una familia muy melómana que también estaba enganchado justo con Marley. Con mi hermano Pepo siempre estuvimos entre la música y en esas coincidencias sucedió que no acordamos en hacer reggae, sino que de ahí arrancamos pero sin ser puristas, dejamos que la música nos vaya saliendo”.
Las casi habituales nominaciones a los Grammy Latinos y la más nueva postulación a los Premios Gardel son apenas efectos colaterales del rastro de su performance artística: “Las entregas de premios en general sirven sobre todo para difusión, pero más que un reconocimiento de ese tipo espero recibir una devolución de algún familiar, por ejemplo, o de un músico que yo admire. Eso es lo que me llega al corazón”, dice Tavo, que al hacer memoria expresa lo trabajoso que les resulta el desarrollo de una propuesta artística hasta llenar cuanto teatro o festival los encuentre tocando… “A veces tenemos que ponerle frenos a la banda para darle pelota a otras esferas de la vida. Nos dedicamos muchísimo en cada cosa que hacemos, porque nos apasiona, no es algo forzado. Creo también que eso es lo que nos mantiene juntos desde hace tanto tiempo, hablamos y compartimos tanto que nos sentimos una familia que se tiene un cariño inmenso”.
Aunque pueda parecer que cuando una banda es buena inevitablemente tendrá una historia de “ascenso” y divulgará su palabra o su sonido a todos los terrícolas posibles más rápido que despacio, hasta que las cosas empezaron a dárseles a los Sig Ragga, no pasó poco tiempo: “Pasaron diez años hasta que sacamos nuestro primer disco porque nunca podíamos juntar la plata para grabar, también porque hacíamos mucho trabajo de sala, teníamos eso que es tan común entre las bandas que es seguir haciendo versiones de los temas pero nunca decidirse a publicarlos. Pero la música es una elección que se renueva día a día, nosotros nos movemos impulsados por nuestro deseo, es así como funcionamos. La realidad económica, por ejemplo, fue una gran prueba de paciencia, varias veces estuvimos al borde de la disolución por no tener con qué afrontar la compra (ni siquiera el arreglo a veces) de los instrumentos. Los primeros diez años fuimos una banda virtual: no teníamos instrumentos para tocar”.
Una vez que la máquina ya empezó a andar llegó el tiempo de explotar las ideas sumando también la energía de los públicos: Santa Fe, Córdoba y Rosario son escenarios calientes para ellos (también otros países como Colombia y Costa Rica los esperan permanentemente). Tavo reconoce que cuando salen de su ciudad se nota más la euforia de la gente: “Hay una cuestión como de una ilusión o proyección de algo que viene de afuera. Por ahí si salís en la tele, suena un tema en la radio o una nota en el diario, como que la banda gusta más al pasar esa especie de vara de autoridad”.
Las apariciones en directo de Sig Ragga se reparten entre varias provincias y países, a lo mejor sea eso lo que ayude a que el tiempo que se pasa en Santa Fe se aproveche más para sus músicos, que antes son amigos y que en esos tiempos jodidos se contuvieron como tales. Entre las costumbres que se pueden aprovechar estando acá, es la de espiar a las otras bandas que vienen sonando: “Escuché el disco de Infusión Kamachui y me sorprendió gratamente. Colaboré en la realización artística acompañando en cuestiones vocales sobre todo con Pif (cantante) y es un grupo que me parece muy interesante por cómo se toman su trabajo, sus búsquedas y preocupaciones artísticas. A nivel compositivo, armonía, estructura de las canciones y lo melódico también me gustó mucho. Me gusta mucho también el jazz, el folklore, Nahuel Ramallo, Francisco Lo Vuolo, el Pichu José Piccioni, Edu Bavorosky por nombrar algunos de acá. También, en Paraná, está el Negro Aguirre, que para mí es un faro”.
Una banda épica, de fusión, una banda de arte y de amigos. Todas estas acusaciones servirían para describir a Sig Ragga, ninguna alcanza, ninguna hace justicia, si este propósito fuera acaso posible para hablar del arte.