Los datos oficiales muestran cómo una peligrosa burbuja financiera crece en Argentina.
“Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado”… Poderoso Caballero Don Dinero, escribió Francisco de Quevedo en los años en que el capitalismo recién comenzaba a dominar al mundo. Cerca de 400 años después, todavía cuesta traducir al lenguaje humano el habla del Poderoso Caballero, si bien hay algunas reglas.
Primera regla para entender el lenguaje del dinero: siempre se mueve, las deudas, los ingresos, son siempre un flujo en constante variación. Regla derivada: el dinero en su movimiento busca siempre, siempre, siempre una madriguera donde pueda reproducirse más, de la forma más sencilla y rápida posible.
Segunda regla: el valor del dinero es una proporción. Una proporción en una relación entre dos números, o más, hasta el infinito. Hoy un atado de 20 cigarrillos se paga a $52, o aproximadamente tres dólares. Hace 20 años, el mismo atado salía $1,50, que eran exactamente U$S 1,50. A fuerza de un impuestazo en mayo de 2016, el valor de los cigarrillos se fue a las nubes y, por ello, está más caro tanto en pesos como en dólares. Esta regla sirve para comprender el volumen de la voz del dinero, cuando habla.
Para juntar las dos reglas, un salón repleto de personas, hablando todas al mismo tiempo. Una reunión familiar de italianos o, por qué no, una bolsa o mercado de valores. Aquel que grite más, sobresale (proporcionalmente) y es escuchado por los otros, que giran su conversación y fluyen hacia él. Eso es un gran volumen de dinero mostrando dónde está el negocio, hacia dónde hay que moverse.
Tercera regla: el dinero es la expresión amoral de las relaciones sociales. Viendo cómo se mueve el dinero se observa quién ejerce el poder material en una sociedad. El poder desnudito, sin ninguna investidura simbólica o fafafa que lo justifique. Por eso, toda empresa privada ejerce su mando en la sociedad como un acto de política pública –el valor de los alimentos, cuánto, cómo y qué comés lo deciden unas pocas corporaciones– y todo hecho político –del Estado, digamos, para simplificar– se traduce y sintetiza en un resultado económico.
Todo este rodeo para anticipar que hoy el Poderoso Caballero grita una sola cosa: “Vengan a la burbuja de las pampas”. Escucharlo es fácil. Lo difícil será oírlo cuando susurre, para los que están cerquita, “Rajen que se pudrió”.
Los que pierden
Pese a no tener ningún interés en frenar la inflación, el gobierno creó dos mecanismos que inciden en su baja: la licuación del poder adquisitivo asalariado y el control del valor del dólar vía endeudamiento externo y venta de Lebacs (unos pagarés que vende el Estado y que los compradores pagan en pesos con el derecho de recuperarlos en poco tiempo y con una tasa altísima, que nada supera). Los tres mecanismos hacen que la inflación baje, porque hay menor demanda, menor circulación de pesos y cierta estabilidad del dólar.
El efecto de la baja de la inflación es secundario, pueril incluso. El poder adquisitivo crece o merma en la relación proporcional entre el salario y la inflación (la segunda regla). Si la inflación baja, pero los salarios bajan más… ¿cuál es el objetivo del Poderoso Caballero entonces? Tres veces lo dijeron el ministro de patrones Jorge Triaca, el ministro de algo Nicolás Dujovne y el presidente: “Estamos dispuestos a pagar la inflación, no podemos pagar por arriba”, sentenció Macri en febrero de 2017. El problema no es la recuperación del poder adquisitivo, entonces. El problema es la domesticación de los asalariados y el aumento de las ganancias de las empresas. En el camino, la estabilidad del dólar permite mantener las cuentas en orden y que no se vuelva impagable la deuda externa (que es en dólares). Esa estabilidad ayuda a que la inflación no se dispare: sin retenciones, nuestros alimentos están dolarizados, la energía también fue dolarizada por CEO de Shell en funciones, Juanjo Aranguren, y en dólares se pagan las importaciones.
La timba
Si unos perejiles de provincia pueden observar esto, el Poderoso Caballero no sólo lo vio hace rato: es el que está comandando el proceso. Caído el consumo por el suelo, sin gestos ni horizonte posible de recuperación, el dinero busca reproducirse en la madriguera más promiscua de todas, el sector financiero. Ahora es donde pasamos a la deuda y las Lebacs.
Una serie de medidas súper técnicas fueron cruciales para cambiar la dirección del flujo del dinero, pasando de un capitalismo productivo y extractivo centrado en el mercado interno a uno financiero y aún más extractivo centrado en lo más vaporoso de los poderes externos. La cuestión no es moral, la cuestión es quién hace el negocio y con qué efecto.
En rápida enumeración, está la liberación total para la compra y venta de dólares y, sobre todo, la reducción de la permanencia obligatoria de capitales financieros en el país. Antes de Cambiemos, el dinero financiero estaba obligado a quedarse un año. Eso es lo mismo que pisarle la madriguera. Con Cambiemos, el plazo se redujo primero a 120 días y, ahora, a cero días. Eso es más que abrir la madriguera: es ponerle espejos en el techo, cama redonda y whiskylín gratis. La tercer medida para fortalecer la especulación: los exportadores estaban obligados a liquidar sus divisas (convertir su dinero ganado en el exterior en dinero local) en 30 días. Ahora, el plazo es de 10 años. Se puede quedar afuera la tarasca verde y todo bien. Es más, se puede amarrocar para presionar sobre el precio del dólar: menos dólares traigo al país, más sube el precio y, entonces, vendo. El campo lo hizo en las elecciones de 2009, en las de 2015 y también lo está haciendo ahora.
La emisión de deuda externa de este gobierno tiene una velocidad pocas veces vista: creció en un año y medio el 78,9%. Probablemente la dupliquen antes de fin de año. Semejante volumen de dólares permite sostener vivo al Estado, que no recauda un peso porque toda la actividad se desmorona al haber caído el consumo, y satisfacer la creciente demanda de dólares de los importadores, que pagan taca taca al exterior. Además, y fundamentalmente, ese endeudamiento sirve para que quienes fugan capitales tengan dólares para… poder fugarlos.
El promedio mensual de deuda externa tomada por la Nación entre 2003 y noviembre de 2015 es de -79 millones de dólares. No hay error: eso quiere decir que se pagó deuda. Después, ese promedio subió a 2.091 millones más de deuda por mes. El promedio mensual de dólares fugados entre 2003 y noviembre de 2015 fue de 646 millones. Desde diciembre de 2015 a la fecha se fue a 1.033 millones. Así es como habla el Poderoso Caballero.
La bomba
El ministro de Economía real, que es el titular del Banco Central, Federico Sturzenegger, dice que cree que retirando pesos de la economía baja la inflación. Agregan los chirolitas que el problema fue “la maquinita, la maquinita, le daban a la maquinita”.
Para “sacar pesos” Sturzenegger emite Lebacs. Esa es su maquinita. Federico emite mucho más que antes y para los que más tienen. ¿Acaso tenés idea de cómo se compra una Lebac? La Lebac ofrece una tasa de ganancia mensual que ninguna operación económica –productiva o financiera– puede generar en el país y en buena parte del mundo. Más de 26% anual, ga-ran-ti-za-do. La operación es simple: ponés pesos y te dan un papel que te dice “en un mes te la devuelvo y te pongo arriba el interés”. Así, se supone, “los mercados” no van al dólar y van a las Lebacs. Todos los meses se tienen que pagar, entonces el dinero cobra y luego compra más Lebacs. O bien, se va a otra madriguera.
Conste que en el exterior se pueden tomar préstamos en dólares a tasas inferiores (muy) al 26%. Tasas que van del 2% al 7%. Y que los dólares pueden salir y entrar como se les cante. ¿Cómo opera el Poderoso Caballero? Saca un préstamo afuera, viene al país, cambia dólares por pesos, compra Lebacs, espera unos meses, cobra lo que puso y obtiene interés, cambia pesos por más dólares de los que trajo, sale al exterior, paga el préstamo, goza del sobrante. Madrigueras y reproducción, la famosa bicicleta financiera.
El volumen de Lebacs en noviembre de 2015 era 272.563 millones de pesos. El Banco Central debía estos pagarés por un volumen equivalente al 48,7% de todo, todito el dinero circulante en el país más el depositado en los bancos. Para junio de 2017, el volumen de Lebacs llegó a 847.758 millones de pesos. Es el 104,6% de la base monetaria. Eso sí que es emisión y pedaleo en el vacío.
El mes pasado el Poderoso Caballero percibió que si el volumen de las Lebac creció 211% en tan poco tiempo, y más que el dólar, o la deuda, o la inflación, podría, como quien dice, tratarse de una burbuja. Entonces, no es tonto, buscó una madriguera más sólida. En junio vencían 547 mil millones de pesos en Lebac, en la adjudicación no renovaron unos 122 mil millones de pesos. En julio vencían 532 mil millones, no renovaron Lebacs 84 mil millones. En el camino, en los días previos y posteriores a los vencimientos, el dólar pegó saltitos y se fue de $15.50 a $17.50 en dos meses.
El 15 de agosto viene la próxima renovación de Lebacs,esta vez por 534 mil millones de pesos. ¿Qué dirá el Poderoso Caballero?