No está en el norte, ni en el sur, ni en el este ni en el oeste. No está en su casa, ni en el club, ni en la facultad, ni en la plaza. No está haciéndole mimos a su mamá ni peleándose con ella. No está tomando cerveza con los amigos ni vendiendo sus artesanías ni haciendo su música. No está con su amada.
No va a tener 30 años, ni va a tener hijos, ni va a construir un puente. No va a envejecer con dolores de artritis y asados en el patio.
¿Estará en otro tiempo? ¿Estará más de treinta y cinco atrás? ¿Estará en el exilio? ¿Se encontrará en Lund con mi hermano, en Barcelona con Susana, en París con la Cheli? ¿En el DF con Carlitos, en Londres con Hugo, en Torino con René y el Chivo?
Sí se sabe en dónde estaba: a la orilla de un río, acompañando la lucha de los mapuches, cuando perros rabiosos babeando sangre se abalanzaron sobre él, y lo arrancaron de su vida. Y se lo llevaron y lo desaparecieron. Y luego, multiplicado por el amor, está en muchísimos de nuestros corazones. Por el amor, sí, y por el miedo, quizás.
Por algo que él sabía muy bien, y por eso que él sabía no está visible por ahora. Lo escribió en una libreta, lo dijo, claro en su juventud, en su letra: “Hola querida población somos el gobierno, somos tu gobierno, los que nos apoderamos de tu vida cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada instante que pasa por tu reloj y por tu cabeza y te decimos cómo tenés que vivir. Somos los que premiamos a los represores, torturadores, explotadores y castigamos a los que no son como queremos que sean. Y como si fuera poco, aparte de que existe la cárcel, la tortura, la represión y la explotación en la vida cotidiana perpetuada por las autoridades, ejércitos, jueces, policías, fiscales, políticos y demás mequetrefes, cómplices como empresarios y mercenarios sustentan esta miseria y esclavitud instalándolas en todas las relaciones de nuestra vida”.
Y si no lo hubiera sabido, si sólo hubiera pasado por ahí y, por una cuestión de azar, hubiera caído en las garras de estos desgraciados, también deberíamos buscarlo, dado que cada uno que se llevan nos disminuye, nos empobrece, nos desaparece.
(Tuvimos una intuición incompleta pero certera cuando decíamos: vienen por todo. Debimos agregar: y por todos. Santiago, lo sabemos, es también cada uno de nosotros, cada uno que es nuestro propio cuerpo, nuestro aliento, nuestra vida).
Merecemos decidir cómo queremos ser, fuera de esa miseria y esa esclavitud, de modo que es necesario seguir levantando su nombre hasta que sepamos dónde está, para que nunca más se repita esta pesadilla que cada tanto, siniestra, retorna.