Sábado. Acá estoy, el día antes del domingo. Y voy a volver después, cuando ya tengamos los números. Por ahora, estamos en vela. Con las velas desplegadas y las velas encendidas. Velando las armas. No sabemos, pero creemos que CFK va a ganar, porque esto no da para más y cada uno experimenta en su propio ser, en su propia casa, que no hay forma de vivir como vivíamos hace dos años. Y que cada uno que tiene que pagar la luz, el gas, etc., y tiene que ir al super a comprar alimentos, ve mermada día a día sus posibilidades de vida. Nos parece obvio.

Yo estoy lejos de mi ciudad, porque cuando saqué el pasaje me olvidé de las Paso, así que me vine con mi hermana. Tuvimos un horrible accidente. Nos caímos en la escalera mecánica de Retiro y vamos observando las marcas que quedaron: mi pantalón destrozado, la campera de Graciela rota a la altura del hombro izquierdo. Mi hermana tiene, en la espalda, en el omóplato, unas marcas como barras paralelas, que creemos se las marcaron los escalones de la escalera que seguía pasando bajo nosotras. Le contamos la historia a los amigos, por teléfono. Que si ella no gritaba yo todavía estaba de culo ahí, perpleja; que la próxima vez pruebo directamente con cianuro, que los años no vienen solos.

A la noche vienen a cenar Fernando con Teo, que me cuenta cómo vive el primer año en el secundario; nos cuenta que leen la Odisea; le cuento del Ulises de Joyce, seguimos hablando del accidente.

Domingo: como Fernando estaba de fiscal en Talcahuano, dijo, lo fuimos a buscar al mediodía a Teo y nos fuimos a almorzar a una confitería donde se puede fumar. Después de comer, a la hora de pagar, sacamos billetera mi hermana y yo y un billete de 200 pesos se perdió: corrimos las sillas, miramos por todos lados. Nada: perdido.

A la noche vinieron un amigo mío y una amiga de mi hermana y decíamos: no importa sino saca el 40%; pero que le gane por paliza, que le saque un 7% por lo menos. Picadita, empanadas y el televisor a full. Cuando vemos a todos los PRO festejando como locos, nos desconcertamos: ¿en qué momento del recuento se puede considerar que las cifras difícilmente pueden cambiar?

En el momento en que Bullrich le lleva 6 puntos a CFK se arma una apuesta. Esto no se revierte, dice uno. Sí se puede, se ríe otro.

Marcha apuesta. Una cena. Todos K, si gana Bullrich vos te venís vestido de amarillo, dice el que apostó por CFK. ¿Y en Santa Fe?

Difícil, digo yo, en alguna previa no pasó del 30%; seguramente gana mi rector.

Es muy tarde, los amigos se van. Yo y mi hermana quedamos prendidas en el televisor. Yo tengo en la tablet el conteo oficial. No es idéntico a lo que muestra el televisor. Empiezan a cambiar lentamente los números. Me indigno: en Rosario es donde el recuento es más lento. Qué les pasa.

Avanza la madrugada y vamos pasando de la indignación al escándalo; renace la esperanza. ¿Será posible que en Santa Fe gane Rossi y en Buenos Aires, CFK? Pero los números son perezosos y esa lentitud desordena la mente y el espíritu, lo que sea que uno tenga detrás de la conciencia. Esto se está volviendo una canallada, una infamia. ¿Se resisten a reconocer una derrota?

A las cuatro de la mañana me voy a dormir; no doy más. Entra mi hermana, me despierta, me da las noticias, me pide un cigarrillo.

Lunes: aparece en Facebook un presunto comunicado de los empleados del correo que dice que a la madrugada se paró el conteo por orden del Ministerio del Interior. Y dan estos resultados: CFK 33,85%-Cambiemos: 33,71%.

Todo esto, más los números de Santa Fe, arrojan una sombra lúgubre sobre los días por venir hasta octubre. ¿Hasta octubre? Me corre un escalofrío por la espalda. Lo que sea, no se puede negar la coherencia que tienen. ¿Estamos en Alemania en 1933?

 

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