Naturaleza y tranquilidad. La fisonomía de la costa acentúa el sentido de pertenencia de sus pobladores.
Los vecinos de Colastiné Norte saben perfectamente que el barrio forma parte de la ciudad y no dejan de observar las dificultades que se les presentan. Sin embargo, cuando hablan de sus realidades suelen diferenciar el “acá” de “Santa Fe”. “Viajar a Santa Fe” es una expresión que se repite en sus voces. Y, a decir verdad, tanto la geografía costera como la idiosincrasia definen y distinguen su zona. Allí el asfalto sólo se observa sobre la Ruta 1, en una cuadra de cualquier calle interior se pueden encontrar no más de cinco o seis casas y varios perros dando vueltas, las diferentes especies arbóreas son, sin lugar a dudas, un componente esencial del paisaje y la cultura.
Pese al sustancial crecimiento poblacional de los últimos años, aún se percibe cierto espíritu pueblerino, nutrido por la fisonomía del lugar y por algunas costumbres como la de ir a la despensa donde se utiliza la libreta y se fía. Son los testimonios de los propios pobladores los que ilustran ese modo de vida que eligen, no desean cambiar ni abandonar.
“Me mudé el día de mi cumpleaños número 14 y hoy tengo 43. El barrio era igual que ahora, pero con menos casas. Vine en el 87”, comienza a contar Juan Manuel y continúa: “Mi viejo compró un terreno de 75 por 35 metros atrás del jardín Mocoví, que era un vivero. Mi hermana lloraba porque decía que veníamos al medio del campo. A mí me encantaba porque andaba en patas, jugaba al fútbol con los chicos de la esquina. Ni loco me iría a vivir al centro. Reniego de ir al centro. No uso celular. Me preguntan ‘¿qué red social usás?’. Y les digo: ‘hice una canchita al lado de mi casa, puse dos redes sociales, van todos los pibes a jugar a la pelota’. Así se crían, jugando a la pelota, andando en bici”.
Cerca
Mari es ama de casa, nació en Cayastá, vivió en Santa Rosa de Calchines y en La Guardia. Después de un largo paso por Bahía Blanca y Corrientes, optó por Colastiné Norte. “Me gusta la zona, la gente, la naturaleza, la convivencia. En la ciudad tenés uno al lado, pero necesitás algo y no te conocen. En mi caso, que recorrí tanto, espero terminar acá. Estoy acá”, sentencia exponiendo su sentido de pertenencia.
Ese vínculo cercano entre los vecinos también es ponderado por Andrea. “Siguen siendo terrenos grandes. Tenemos distancia entre vecinos, pero tenemos relación. Hace un tiempo me mudé a Santa Fe y ahí estaba más incomunicada con los vecinos que acá que los tengo mucho más lejos –argumenta–. Vivimos en la esquina de lo que es la casona de la antigua aduana del puerto de Santa Fe y la mayoría desconoce que ahí está. Hoy en día se quiere lotear para hacer un negocio inmobiliario. En frente de la casa hay un lapacho blanco de más de 50 años y la gente viene a sacarle fotos”. Fuera de los horarios pico, ella puede llegar a su trabajo en no más de 15 minutos. “Vivo en un lugar donde parece que estuviera en el campo, pero estoy cerca de todos. Tengo lo que necesito acá. No necesito irme al centro. Mis hijos juegan dentro de mi casa, en el patio. La vida de acá no la cambio –asevera tajante–. Fui a vivir a Santa Fe y me volví porque no aguantaba más. Extrañaba muchísimo la vida de acá. Con la casa que tengo acá, en Santa Fe me encierro en un departamento de dos habitaciones”.
Florencia es hermana de Andrea y gracias al Procrear no titubeó en elegir “el verde y la tranquilidad”. “Siempre nos gustó mucho la zona, siempre disfrutamos de venir con nuestros amigos cuando éramos chicas. Lo que se rescata es el verde, la tranquilidad con los chicos, el espacio, el poder tener animales”.
Años de maní, puerto y tren
La historia de José, alias Coty, da cuenta de aquella zona portuaria y ferroviaria que caracterizó al lugar durante varias décadas. Él nació en Los Cóndores, provincia de Córdoba, y llegó a Santa Fe en el 61 para estudiar Ingeniería Química. “Vino un tío y puso un criadero de ponedoras, lo ayudé y entré como socio de él, en el kilómetro 13. Me casé en el 70 y me fui a Helvecia, donde estaba la familia de mi mujer. Seguía con el criadero con mi tío y salió la oportunidad de comprar donde vivo, que es casi una hectárea. Había seis mil gallinas. Lo compré por 20 mil pesos, entregué seis mil y el resto a tres años sin intereses. Vino el Rodrigazo y la última cuota la pagué con lo que valía un cajón de huevos. Ya tenía 15 mil gallinas. El día que tenga que cerrar con llaves las puertas, me voy de acá. Me despiertan los pájaros, la soledad me encanta”, sostiene dejando ver las huellas de su identidad.
Coty recuerda que entre el 62 y el 63 “llegó el asfalto”. “Esta zona era el ferrocarril, había algunas quintas, había una plantación de paltas y la explotación de maní. Y una fábrica de aceite de maní. El 98% del maní del país se hacía entre La Guardia y San Joaquín porque era arena. Había una aceitera en Rincón. Donde está la Acería había una fábrica de aceite, de la oleaginosa de Río Cuarto, había otra en Cayastá. Y había otra entre Helvecia y Saladero”. Además de aquella actividad económica –y según cuentan los viejos vecinos–, la conocida Vía Muerta fue donde funcionó el primer ferrocarril de nuestra ciudad. Se trataba del Ferrocarril Francés que, posteriormente, entró en litigio con el Inglés y, al final, “se dejó de usar”. “Pero todavía hay casas que encuentran pedazos de vía enterrada”, aseguran.
Al tren se le sumó en su momento el quehacer del puerto que se concentraba en el conocido Club de Caza y Pesca –a orillas del río Colastiné–. “El tren funcionaba para llevar granos de toda la cuenta granífera de Santa Fe”. Y así fue como “se levantó el ferrocarril, el maní dejó de ser económicamente rentable porque las empresas venían, compraban y después fundían a toda la zona”. “Ya cuando se fue el puerto había quedado gente de la costa, eran jubilados de vías navegables y había muchos ferroviarios. Debe haber tenido una población del 6 o 7% de lo que tiene ahora. Y en 30 años cambió todo”, señala Coty y no deja de evocar que, por entonces, “éramos muy poquitos, los terrenos eran muy baratos. Después de la inundación del 83, remataban las quintas y hoy vale más que en Guadalupe”, dice a modo de síntesis de lo que el paso del tiempo modificó y dejó.
Excelente artículo. Calidad periodística como nos tienen acostumbrados. Pero me gustaría comentarles sobre otra parte de Colastiné Norte que se llama la Vía Muerta. Es un lugar donde hago algo de trabajo social. Y me parecería interesante contarle a los ciudadanos de Santa Fe en el estado que viven los habitantes del lugar. Un lugar olvidado por el estado, invisibilizado y sin voz. Se trata en su mayoría de personas que se dedican al cirujeo (preguntando me dijeron que son alrededor de 20 familias). Microbasurales, charcos de agua podrida acumulada, desagües tapados, mosquitos, ratas. Si mando este comentario es porque todavía creo en el periodismo comprometido y en la capacidad de la profesión de poder darle voz a los desoídos, a los marginados, a los olvidados. Como también en su enorme compromiso con las problemáticas sociales. Soy estudiante de comunicación. Les mando un abrazo!