La nave de los vinilos

Dylan, la tradicional disquería de Roberto Manente tiene nuevos bríos, nuevos dueños y el mismo ambiente.

Pagar por discos grandes cuando se les puede escuchar “gratis” en internet es casi un acto heroico. Aunque, si se diera el caso de que tuviéramos plata a rabiar, el precio a pagar ya dejaría de ser una traba, así como la incomodidad sería directamente una excusa. El quid de por qué seguir buscando y comprando canciones envasadas es el sostener el hábito de dedicarse a escuchar un disco de punta a punta, lado A y B, a gusto en un buen asiento, fumando o prendiendo un sahumerio, nunca mientras se juega al truco por Facebook o actividades por el estilo.

Pero además de los melómanos ortodoxos están los coleccionistas (¿de ellos nace la subespecie de los disqueros?), los fetichistas, los aficionados. Unos y otros, en suma, obligaron a los checos de GZ Media a desempolvar –literalmente-  sus viejas prensas de los años 60 para darles el gusto a los compradores deseosos. Estas máquinas son bien originales, es decir manuales, por lo que en un turno de ocho horas pueden fabricar 1200 unidades. Que no se pueda fabricar en serie tan así nomás le agrega encanto, sin dudas. En los últimos 24 años la cosa levantó bastante: en la fábrica de GZ se produjeron 200 mil discos para 1993, para fin de este año habrán sido 24 millones.

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Dylan es uno de esos lugares que tiene atmósfera propia. De las cajas de los discos, vinilos y compactos, solamente se ve el filo y uno al lado del otro parecen como si fueran archivos comprimidos .rar o .zip pero que hay que extraerlos con las manos. Roberto Manente fue el dueño y señor de la disquería de la Galería Sol Garden, la más importante de la zona por su catálogo, porque hay muchísimos y los hay muy buenos. Anteriormente el local estuvo por calle Irigoyen Freyre y, todavía más atrás, fue El Submarino Amarillo. Roberto trabajó un orden de las cosas tan detallado y equilibrado que sus locales bien podrían haber pasado por un montaje de Wes Anderson: los estantes rectangulares formados por maderas viejas y celdas de aglomerado negro, la suma de sus verdes gastados, los rosados brillosos, una pared anaranjada con un cuadro de Bob Dylan, todo convive en armonía y simétricamente.

“Para mí era increíble, cuando llegamos lo primero que hicimos fue buscar un inventario, pero no había, aunque lo que uno viniera a buscar el Rober sabía con los ojos cerrados adónde estaba. Además, la forma de marcar los precios también habla del amor que él tenía por este lugar y por su trabajo”, cuenta Andrés Olivo, uno de los nuevos responsables, acordándose del dueño y señor de la disquería, que falleció el 31 de mayo. Son letras y no números los que indican cuánto cuesta llevarse, por ejemplo, Superficies de placer. “En verdad es como un truco para no tener que andar modificando precios cuando la inflación va subiendo, pero también es una forma más poética o romántica de ponerles valor. Hay algunos que para mí no tienen precio”, dice Andrés, que llegó a atender Dylan por su amigo Iñaki Chemes.

[quote_box_right]"Me encontré con vinilos que yo siempre le pedía al Rober, como Revolver de los Beatles ¡las veces que me dijo que no lo tenía!”[/quote_box_right]

Todo quedó como suspendido en el tiempo y el espacio con la ida repentina de Roberto, como en una película en la que para retomar una vida no hace falta más que un play. O dejar que la púa caiga. Cuenta Iñaki: “Yo laburo en otro local acá en la esquina y mi salida a fumar un pucho era venirme a charlar con el Rober. En las últimas semanas el local siempre estaba cerrado y con otros clientes nos estábamos poniendo de acuerdo para proponerle de atender nosotros el local mientras él se trataba, pero no llegamos a eso. Aunque después tuvimos un acercamiento por parte de su pareja, que vive en Sunchales y no podía ocuparse de la disquería pero sí quería que siga funcionando, así que a partir de ahí empezamos con los papeles y también veníamos primero a explorar, también a escuchar, me encontré con vinilos que yo siempre le pedía al Rober, como Revolver de los Beatles ¡las veces que me dijo que no lo tenía!”. Una sonrisa y una mirada caída terminan con la anécdota.

Miles Davis, la banda sonora de Twin Peaks y uno de Virgem pasan entre los dedos y en el clima que hay ahí parece que las canciones se pueden tocar: suena una edición original de 40 dibujos ahí en el piso y el aire se infla con el bajo, se corta con los platillos, vibra con la guitarra.

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Con o sin instalación eléctrica, una energía corre por la disquería y por cada arte de tapa, cada etiqueta y cada lugar asignado “se nota su curaduría, nos pone muy felices poder estar acá. Era común llegar y encontrarlo separando algunos vinilos para restaurar, para limpiarlos o para hacerles el sobrecito, cada uno le merecía la mejor atención”.

Mientras Andrés, Iñaki y su hermano José terminan de ponerse en ritmo, van a seguir llegando esos clientes que todavía preguntan por Roberto, los que como Abelardo ya se manejan solos para buscar lo que quieren, los que van por las dudas y “por ahí la pegan, ayer vino un cliente que se llevó Esencia romántica, uno de María Marta Serra Lima y el trío Los Panchos”.

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