Cómo es el trabajo pedagógico con adolescentes para abordar las infancias trans: la experiencia en un establecimiento de Sauce Viejo.
A pocas cuadras del ingreso a Sauce Viejo y a algunos metros de la Ruta 11, las verjas están abiertas. La primera impresión al llegar es observar un gran predio arbolado. Quizás en esa mirada anide un preconcepto porque la fisonomía habitual de cualquier establecimiento escolar suele ser diferente. Sin embargo, allí, entre coloridas paredes pintadas con interesantes dibujos, los adolescentes pasan su recreo sentados en la galería. Están en la EESOPI Nº 3163 IDEI Pilares, una institución que se caracteriza por promover “una educación personalizada” en consonancia con “la educación emocional”.
Bajo esa concepción y también con el interés de abordar temáticas sensibles –como la violencia de género o el bullying–, este año se emprendió el proyecto “Desandando estereotipos: una lectura de los géneros e identidades” teniendo como disparador el libro Yo nena, yo princesa. Luana, la niña que eligió su propio nombre (2014). La autora es Gabriela Mansilla, la mamá de la primera nena trans en obtener su DNI acorde a su identidad de género. Ahora bien, ¿cómo se gestó y se elaboró el trabajo para abordar el tema en el aula?
Celeste Oesquer es la profesora de lengua y literatura de la escuela. En 2015 asistió a la Feria del Libro de Santo Tomé y conoció a esa madre que narraba en su texto cómo su hija expresó alrededor de los dos años de vida la frase del título de la publicación: “Yo nena, yo princesa”. Lo que vino después no fue otra cosa que diseñar un proyecto –encuadrado en Escuela Abierta– del que también participaron la docente y psicopedagoga Claudia Colavini y Verónica Jahuare, profesora de historia.
“Lo que hace Gabriela es una carta en la que le escribe a su hija. Después publica esta serie de cartas en este libro. A partir de esto se empieza a trabajar el tema de la infancia trans. Todo adulto transexual siempre tuvo una infancia transexual, el problema es que siempre ha sido censurado. Lo novedoso es que Gabriela pudo escuchar a su hija, pudo escuchar qué le estaba pasando y acompañarla en este sentido. Primero, desde el no saber”, comentó Oesquer, quien también observó que Luana tiene un hermano mellizo, lo cual no dejó de incidir en la vivencia de esa mamá.
Como todos los años se pone en práctica un proyecto de lectura (que ya supo tratar la problemática de la mujer y los autores regionales), esta vez “nos pusimos un poquito más ambiciosos y nos propusimos traer a Gabriela –continuó Oesquer– para que conozca la escuela, los chicos y el trabajo que estamos haciendo sobre el libro. La lectura del libro de Gabriela es una excusa para hablar de lo que llamamos desandar estereotipos, cuáles son las cuestiones o los imaginarios sociales que signan qué es lo propiamente masculino y qué es lo propiamente femenino. Y cómo nos limitan y nos constituyen en cosas que uno muchas veces no se da cuenta. En ese sentido, los chicos son hasta, por momentos muchos más despiertos que nosotros”, reflexionó y graficó con palabras de los propios estudiantes: “Profe, ¿esto es un estereotipo?”, a lo que respondió: “Sí, no me había dado cuenta”.
En la práctica, el proyecto contempló a todos los cursos, de primero a quinto año, es decir, desde los 13 hasta los 18. “Lo primero que hicimos fue la lectura del libro, todos los días, en lectura conjunta. Después cada docente trabajó la temática desde su área. Por ejemplo, una de las profesoras rastreó una serie de publicidades para ver cuáles son los estereotipos que se constituyen, cuál es el lugar que se la da a la mujer, cuál es el lugar que se le da al hombre. Otro trabajo fue rastrear qué pasa con la diversidad sexual en las noticias. Otros trabajos fueron de tipo artístico”, añadió la docente.
Acorde a la pedagogía de Pilares, no se dejó de comprender “las inteligencias múltiples que tienen los chicos”. Dicho de otro modo, “hay chicos que son muy buenos desde la lingüística y otros que son muy buenos desde lo artístico”. Particularmente desde la materia de literatura, “les di seis consignas –indicó Oesquer–, la sexta era ‘haga lo que usted quiera si no le gustan las otras cinco consignas’. Y les propuse desde hacer una crítica del libro, hasta escribirle una carta a Luana o a su mamá”. Por su lado, la profesora de formación ética desarrolló las implicancias de la ley de identidad de género.
Las reacciones de los chicos oscilaron entre quienes por primera vez escuchaban hablar sobre transexualidad, hasta otros que dijeron: “En primaria teníamos un compañero trans, entonces las seños explicaron la temática”. “Y listo. Porque tampoco hay que darle mayor trascendencia. El proyecto apunta a generar empatía –definió la propia profesora–, a poder ponerme en el lugar del otro y a partir de eso el respeto. Poder entender que hay diversidad”.
Desde la mirada de la psicopedagoga Colavini, lo primordial es “fortalecer los valores universales y los derechos humanos” y esto “se conjuga en proyectos institucionales”. Para ello, se trabaja con los chicos “el respeto al otro, la igualdad, la libertad de expresión, el desandar los estereotipos que hacen tanto daño –acentuó–. Queremos que los chicos tomen conciencia que el estereotipo daña, violenta al otro”. Se trata, en suma, de “correr” a los alumnos de “un lugar de “confort y de costumbre”. Y así fue como se logró que “los chicos se cuestionen un montón de cosas cotidianas. El hecho de que lo puedan analizar hace que nos corramos de la naturalización de los estereotipos”. Ni más, ni menos.
Cada alumno, cada historia
Según expuso la directora del establecimiento, Lorena Blanchet, la escuela tiene como premisa “conocer a los alumnos íntegramente, su ritmo de aprendizaje, pero también toda su historia personal y desde ahí los acompañamos. Por eso es fundamental en nuestro proyecto educativo la educación de contenidos, pero también la educación emocional”.
Pilares recibe a alumnos de Santa Fe, Santo Tomé, Esperanza y hasta de Coronda. Lo particular es que “vienen a la escuela por opción más que por cercanía”. En cuanto al dictado de las materias, éstas se enseñan como “cualquier contenido curricular, pero hay una visión integral del alumno. El alumno no es un número, sino que tiene un ritmo de aprendizaje particular y lo que hace el docente es ver cómo avanza, respetando ese ritmo”, destacó la directiva.
Para el cumplimiento de esos objetivos, es clave el rol de los tutores. Son los encargados de estar “atentos a los emergentes del grupo. No está tanto en lo normativo, en el cumplimiento de asistencia, sino que está escuchando al grupo, ayudándolos a ordenar muchas veces, canalizando sus inquietudes. Tratamos que los alumnos hablen, que los problemas se hablen, se resuelvan y no que se acumulen. Por ejemplo, algunas cuestiones de violencia no nos atraviesan tan fuerte en la escuela, pero preventivamente lo tenemos que trabajar porque están en la sociedad, estamos adentro de la sociedad y no nos podemos hacer los ciegos y no ver lo que está pasando”, consignó Blanchet.