El otro día subí a Instagram una foto en la que se ve que estaba tomando una chocolatada. Perdón, soy un insolente. Va de nuevo.
El otro día subí a instagram una foto en la que se ve que estaba tomando El Quilla mientras escuchaba un vinilo de los Guns. En la foto, además, hay tres muñequitos que son caricaturas de Walter White y el Doc Emmett Brown. El pie de foto decía: “Pintó la chocoglam. Les juro por Marty que mañana maduro”. Eso no pasó, claro. Incluso, al otro día de pedo no me compré un muñequito de Fry, el protagonista de Futurama. Algunos comentarios a la foto celebraban que yo fuera un inmaduro. En otras palabras, la gente piensa que soy un pelotudo gracioso.
Después de eso me puse a pensar si además de medio hippie (publico fotos de mis cactus que no me florecen nunca y la gata) también soy inmaduro. Por ejemplo, ¿es inmaduro usar zapatillas de lona? Claro que no. ¿Y usarlas porque así mantengo lo único que me queda de rollinga? Polémico. ¿Y usar remeras de Volver al Futuro o de parodias de películas como Star Wars o Batman? En absoluto. ¿Y que sean, además, tus remeras favoritas? Casi indefendible. ¿Y si además las uso para ir a dar clases a la facultad? Ahora sí: irremontable. ¿Invitar a una chica a mirar una película y a tomar un buen vino a tu futón? “How you doing?”. ¿Que esa película sea Intensamente, una de dibujitos de Pixar que ganó el Oscar? “We are on a break!”. Y sí, claro que al final lloré: ¡tengo sentimientos! También lloré cuando Rachel le responde a Ross: “I got off the plane”. Bueno, qué sé yo: hay gente que le dice “Cucuni pupuni a su perro” y nadie les dice nada. No, no tengo boxers de superhéroes, se los juro por Marty.
Podría seguir enumerando chiquilinadas, pero tampoco es el punto humillarme gratuitamente. Dije lo anterior como preámbulo a esta pregunta: ¿cuál es el criterio o el parámetro para decir si uno es o no inmaduro? ¿Quién establece lo que es ser maduro? ¿Madurar es lo mismo para mi viejo (de casi 73 años) o un viejo cualquiera que para mí (las divas no decimos la edad) o para cualquier tipo de 36 como yo (les dije que no se las iba a decir)? Yo creo que no: no es lo mismo; o no debería serlo.
Más allá de lo que yo creo, hay un dato maomeno objetivo: siempre se asimiló el madurar con la independencia económica. Uno puede hacer lo que quiera siempre y cuando tenga la plata para poder hacerlo. De lo contrario, se seguirá siendo un nene de papá. Es decir, papá te banca; ergo, le debés obediencia o andá a arreglártelas como puedas.
Antes, según escucho en los relatos de sexa y septuagenarios, era así. Antes, también, se conseguía trabajo mucho más fácil (no importa qué trabajo o en qué condiciones) y la mayoría de los adolescentes que terminaban la escuela no tenía la chance de ir a la universidad. También, por desgracia, no existían movimientos feministas que les brindaran a las mujeres otros mundos posibles más allá de ser madre. Conclusión: a los 18 años o conseguías trabajo o novio. A eso de los 21 te casabas y a los 25 ya eras padre o madre, y en el caso del primero con algún que otro ascenso en el laburo. A los 30 ya eras viejo. A los 45 te llenaban el palier de nietos. También estaban los privilegiados de siempre que se recibían de abogados o médicos… como el papá. Esos tenían cinco o seis años más de changüí, amén de un consultorio o cartera de clientes heredadas.
Quizás la de nuestros padres es la primera generación de hijos de trabajadores y obreros universitarios. Eso ya dilata un poco la independencia: el nene o la nena ahora estudian para después “ser alguien en la vida”. La universidad, aunque esté desprestigiada por las políticas educativas, te presenta nuevos mundos. Te conecta con alternativas. A eso se le suma que de un tiempo a esta parte las condiciones socioeconómicas obstaculizan el conseguir trabajo fácilmente (te piden experiencia y que no tengas más de 25 años al mismo tiempo) y, por lo tanto, la independencia deseada se hace desear aún más. Si a la fórmula le agregamos que estamos siendo bombardeados mediáticamente por el modelo de “joven exitoso” permanentemente, ¿por qué voy a querer madurar? Y si lo quisiera, ¿cómo hago si no tengo guita para poder hacerlo?
A pesar de este brevísimo y simplificado diagnóstico, muchos insistirán que hay una edad para “sentar cabeza”. Yo me siento con el culo, señor. Y con lo inquieto que soy a duras penas me quedo sentado unos minutos y ya tengo que ir a hacer otra cosa. Porque, afortunadamente, ahora hay más posibilidades de elegir, en la medida que lo puedas comprar. Y además tenemos más accesos a conocer el mundo y lo que en él hay, siempre y cuando también podamos pagar esos accesos.
Y si a alguien eso le parece mal o egoísta, sepa que gracias a no formar familia, estamos contribuyendo al medio ambiente y a la preservación de los recursos naturales. ¿O acaso no se queja de que somos muchos y en cualquier momento nos vamos a pelear por un vaso de agua?