El tiempo y la calidad de vida de las mujeres, una de las variables de ajuste del capitalismo.
En épocas de promociones por el Día del Madre, ofertas en electrodomésticos, carteras y tratamientos de belleza, más de una mujer madre aprovecha su perfil de Facebook para pedir, casi sin aliento, “más que un vestido quiero que me dejen dormir hasta tarde”.
Parece gracioso, pero no lo es. Ese agotamiento que podemos percibir en casi todas las madres que conocemos, está instalado como “natural”, como parte de lo que implica criar y cuidar hijos, sobre todo para las mujeres que son “cuidadoras innatas”, o al menos eso nos quieren vender las publicidades edulcoradas, y rancias, de estas festividades.
Trabajar, formal o informalmente, cuidar de una misma, de otras personas y del hogar, consume el día de una mujer en Argentina y la región. De analizar estas labores domésticas que suelen quedar invisibilizadas, se ocupa la economía del cuidado, “un concepto que se viene promoviendo desde la mirada de la economía feminista, fundamentalmente para poder dar cuenta del rol que el trabajo doméstico y de cuidado tiene en el funcionamiento del sistema económico, y su implicancia en la vida de las mujeres”, explica la economista feminista Corina Rodríguez Enríquez, docente de Economía y Género en la UBA, investigadora del Conicet y del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas.
—¿Cuál es el planteo que realiza esta teoría?
—Muestra que el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado es esencial para el funcionamiento del sistema económico, que contribuye a generar valor económico, y que tiene en sí mismo valor económico. Hace referencia a todo lo que es necesario para reproducir cotidianamente la vida, es decir, esta tarea produce la fuerza de trabajo que el capital necesita para contratar y producir bienes y servicios con valor económico en el mercado. Si no existiese este trabajo de cuidado que todos los días pone a disposición del sistema esta fuerza de trabajo, que tiene que estar alimentada, higienizada, descansada, y con valores simbólicos necesarios a la organización de la producción en el marco del capitalismo, el capitalismo tal como funciona no podría hacerlo.
Bajo un discurso que pone a estas tareas como algo que naturalmente hacen las mujeres y que además lo hacen por amor, por lo tanto no es un trabajo, se invisibilizan los análisis e implicancias económicas que el uso de ese tiempo conlleva. “Para la mirada ortodoxa la producción arranca con la fuerza de trabajo ya existente, ya producida. Lo que la economía feminista muestra es que esta mirada tradicional de la economía está en realidad sostenida sobre este trabajo reproductivo cuya organización tiene algunas implicancias porque está atravesado por la división sexual del trabajo, y aunque ha ido cambiando lentamente, la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidado todavía recae en el trabajo no remunerado de las mujeres. Esto las limita para participar en otras dimensiones de la vida, para participar políticamente, para formarse y sobre todo para participar económicamente”.
—¿Cómo sobrellevan las mujeres todas estas tareas?
—Las mujeres ajustan por su tiempo, prefieren trabajos informales si son más flexibles que los formales, toman trabajos de menos tiempo; por eso siguen produciéndose estos mecanismos de techo de cristal o piso pegajoso. Todavía vemos limitada nuestra autonomía económica, disminuidas nuestras condiciones materiales de vida, pero también para el sistema en su conjunto y para la sociedad, porque la economía está subutilizando la fuerza de trabajo de las mujeres: la sociedad invierte en nuestra educación y después esa inversión no se puede realizar, no se logra su rendimiento. La economía del cuidado nos sirve para pensar la cuestión de la producción y la reproducción no como dos esferas sino como un sistema interrelacionado, donde una cosa depende de la otra.
Una jornada eterna
En 2013 el Indec recolectó los primeros datos sobre trabajo no remunerado y uso del tiempo, donde se constató lo que se intuía: las mujeres invierten casi el doble de tiempo que los varones en las tareas de cuidado. Más específicamente: para el total nacional urbano la estimación dice que, diariamente, las mujeres destinan 6 horas y medias al trabajo de cuidado y los varones 3 y media. “Cuando entramos analizar las características sociodemográficas de los hogares vemos que en aquellos donde hay menores de 6 años la jornada de trabajo diaria no remunerada de mujeres se eleva a más de 9 horas”, explica Rodríguez Enríquez. “Y si sumamos esas 9, más 8 de una jornada de trabajo legal, más las 2 horas para moverte de un lugar al otro si vivís en una gran ciudad, ahí ya casi llegamos a las 24 horas que tiene un día. Entonces resignamos tiempo para el autocuidado, para dormir, para participar en otro tipo de actividades. La variable de ajuste de esta desigual distribución de tareas de cuidado es el tiempo y la calidad de vida de las mujeres”.
Pero esta desigualdad, además de estar atravesada por el género, lo está por la estratificación social. Las mujeres dedican más tiempo que los hombres a estas tareas, pero hay mujeres que destinan más tiempo y mujeres que destinan menos. “El corte socieconómico es determinante, las mujeres que viven en hogares que pertenecen al 20% de la población de mayores ingresos, destinan 4 horas diarias al trabajo doméstico y de cuidado, y las mujeres que pertenecen al 20% de los hogares de menores ingresos destinan el doble, 8 horas. Por eso decimos que la injusta distribución del cuidado es un vector de desigualdad, porque se cruzan muy claramente la desigualdad socioeconómica con la desigualdad de género”, afirmó la economista.
Políticas públicas de cuidado
El componente cultural, ese que crea estereotipos de género que relegan a las mujeres al ámbito privado como su hábitat natural, va perdiendo fuerza pero aún persiste, y estas problemáticas lo demuestran.
Consultada sobre las medidas que los Estados pueden tomar para mitigar esta desigual distribución de las tareas, Rodríguez Enríquez comentó: “Podemos pensar intervenciones en tres campos: uno tiene que ver con las regulaciones de las dimensiones de cuidado en el marco de las relaciones de trabajo, básicamente todo lo que tiene que ver con las licencias. En Argentina hay que extender las licencias por paternidad e implementar las licencias parentales, disponibles para madres/padres vinculadas con la crianza de hijo/as. También hace falta pensar en cómo extender este tipo de beneficios a población que está inserta en el mundo del trabajo pero en espacios de informalidad. Otro campo tiene que ver con la provisión de servicios de cuidado no sólo para niños, sino también para adultos mayores y personas con discapacidad. Y el tercer campo de acción, y creo que es el más necesario para la transformación de raíz, tiene que ver con la transformación cultural. Está naturalizado que esto es una responsabilidad de las mujeres y eso es una construcción social, lo único biológicamente cierto es que las mujeres podemos gestar, parir y amamantar, a partir de ahí mujeres y varones tenemos las mismas habilidades para hacer todas las otras actividades de cuidado. Las mujeres hemos aprendido a cuidar y los varones deben hacerlo también. La educación es una herramienta imprescindible, desde los contenidos curriculares de la primera infancia hay que educar niños y niñas que sientan que el cuidado es una responsabilidad compartida”.