Los tiros abrieron agujeros en la persiana por donde entraron, después de las balas, los rayos de sol que iluminaron violentamente la pieza mugrienta. Como ya estaban en el piso, solo atinaron a ponerse en posición fetal. Cuando se hizo el primer silencio, el Tuca salió reptando hasta el pasillo y ahí lo encañonaron. Desde el pasillo, antes de sentir el caño en la nuca, vio cómo Jim West escapaba saltando en una pata hasta trepar el tapial del patio, dejando una huella de sangre que seguía sus saltos y terminaba en la pared. En eso se escucharon gritos y tres mujeres corrieron detrás y saltaron el tapial y otra vez los tiros.
Las tres mujeres que habían saltado el tapial volvieron al rato. Una informó que Jim West había escapado en una moto (lo llamaban: el sorete), pero que creía que le habían pegado por lo menos tres tiros más. Lo que siguió fue un largo interrogatorio. Eran siete en total, la mayoría tenía pelo corto, tatuajes y piercings varios, todas llevaban el mismo dibujo en el hombro izquierdo, parecía un puño encerrado en un círculo.
Una llenó una pava con agua de la canilla y la puso al fuego, entonces el Flaco les advirtió que el agua no se podía tomar, la mujer que puso la pava sonrió y siguió con lo que estaba haciendo.
Las respuestas a las preguntas sobre quiénes eran, qué hacían ahí, por qué estaban con ese tipo (sorete, decían ellas) no parecían del todo satisfactorias, ni lo contrario. Desnudensé, dijo la que más músculos tenía en los brazos. Obedecieron sin chistar. Los revisaron. El Tuca descubrió que Jim West les había cheteado el mapa.
Dos mujeres rodearon al Chiqui, empezaron a manosearlo y tuvo una considerable erección, casi instantánea. Lo mismo le pasó al Flaco cuando vio que otras dos empezaban a besarse y a tocarse salvajemente. A los pocos minutos, en la pieza de la persiana agujereada, sobre la alfombra carcomida, se armó una orgía primitiva, iluminada fragmentariamente por esos rayos del sol que entraban rectos y eran constantemente atravesados por el enjambre de cuerpos jadeantes.
El ejercicio duró más de una hora, luego de la cual, los cuerpos se fueron despegando de a poco, para desparramarse sobre la alfombra buscando descanso. Lasemi-consciencia colectiva se evaporaba dejando un perfume en el aire viciado. La mujer que había dejado preparado el mate, se levantó a buscarlo pero enseguida tuvo que tirarse al piso, dar una vuelta carnera y agarrar la ametralladora, ya que nuevos tiros empezaron a provocar más agujeros en la persiana, esta vez, una verdadera balacera.
La persiana ya casi sin maderas dejaba ver los patrulleros cortando la calle, detrás de los cuales una decena de uniformados disparaba sin tregua. Tres mujeres se quedaron contestando el fuego, con mejor puntería que los de afuera, en su mayoría, gordos asustados. El resto escapó por el tapial de atrás, en bolas y a los gritos. Antes de separarse, en un baldío, una colorada de pelo largo, les tiró un beso.