El Festival Internacional de Poesía de Rosario reunió a 40 poetas del mundo.
Por Agustina Lescano
El Festival Internacional de Poesía de Rosario (FIPR) cumplió, del 18 al 24 de septiembre, 25 años de soplar poemas al mundo. Participaron 40 poetas invitadas e invitados de Argentina, Alemania, Bolivia, Brasil, Canadá, Chile, China, España, Estados Unidos, Inglaterra, Italia, México, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico y Uruguay. Internacional desde el 2000, hay pocos Festivales del género en Latinoamérica tan lindos como longevos, intensos y reconocidos en el mundo.
Cada jornada se arma siempre alrededor de las lecturas, que este año tuvieron lugar en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, por la tarde, y en la trasnoche del bar Oui. Cuando se escucha poesía a cada quien puede gustarle o no, y cuando gusta mucho, puede mover las cosas. Por eso durante las lecturas el público va rotando, entre los que se sientan en primera fila; los que llegan cuando ya empezó y se acomodan contra la pared o se tiran al piso con el mate o una lata; los que salen a fumar; los que se dan cuenta de que entra ruido por la puerta abierta, y se acercan a cerrarla. Silencio de hipnosis hubo cuando se escucharon los poemas del chino Xi Chuan, en los que se dan cita caballos y dragones con imágenes delicadas y extrañas como la de un hombre entrando a oscuras a la casa de otro. Conmovieron también las lecturas de la chilena Elvira Hernández; de Mariela Gouiric, bahiense que vive en Capital; y de Diego Vdovichenko, que nació en Rosario del Tala y reside en Bahía Blanca.
Hubo poemas en los que todo se prende como un fósforo, como los de la rosarina Gabriela Saccone; y otros en los que una madre se agacha adentro del auto pasar debajo de un túnel, como uno de la inglesa Caroline Bird. Robin Myers, que vive en México y es de Estados Unidos, leyó en un español casi neutro. En sus presentaciones, Chuan leía en el original chino y luego le pasaba la posta con la mirada a Santiago Venturini, que le daba voz a las traducciones al español de Miguel Angel Petrecca. La lectura en torrente de Léonce W. Lupette, entre el francés, el español y el alemán, también fue seguida con atención. Otro de los más performáticos fue el paraguayo Javier Cazal. La última noche la despidió recitando subido a la escalera en el patio del bar, como si fuera desde un balcón.
Uno de los invitados más celebrados, el bahiense Sergio Raimondi, brindó en una charla un recorrido sobre la literatura norteamericana del siglo XX. Trazó una línea histórica de poemas y momentos en los ciclos del modo de producción capitalista, que dejó a un aula llena pensando en qué es lo que busca la poesía, o cómo posicionarse para eso que es leer y crear el mundo desde un lugar pequeño. Raimondi también charló con los residentes sobre aquellos poemas en los que se reflexiona sobre la poesía. Después del Festival, y acerca de lo que se puede pensar, construir y desear entre cultura y territorio decía que se trata de “suponer al mismo tiempo la voluntad de ir más allá del territorio, de no perder de vista que ese territorio forma parte de otro, y mover incesantemente los límites de eso mismo que se considera lo local: ¿dónde empieza y dónde termina?”. Los signos de interrogación se abren para que “eso que denominamos ‘lo local’ no se vuelva un refugio, una comodidad o hasta una búsqueda o un invento de esencias e identidades. Porque aún lo local está tramado por lo diferente, ¿no?”.
Acerca de la selección de los invitados, Daiana Henderson, parte del equipo organizador del Festival coordinado por Daniel García Helder, explicó que siempre se busca que haya una fuerte variedad estilística, de procedencia y generacional, y se trata “de priorizar la coincidencia de ciertos poetas que vemos que están trabajando sincrónicamente preocupados por las mismas preguntas. Últimamente eso estuvo pasando mucho con la generación de los 80, de Latinoamérica y también de España”. Entre las actividades hubo talleres, rap, micrófono abierto, un espectáculo teatral basado en Marosa Di Giorgio, mesas sobre panoramas nacionales de poesía a cargo de algunos de los invitados extranjeros; y otras con la participación de poetas migrantes que tensionan en sus poemas distintas lenguas y tradiciones, tal como también detalló Henderson. “Nos interesa que los poetas invitados visiten otros ámbitos donde la poesía moderna tiene escasa llegada, como las escuelas secundarias, los centros asistenciales, las bibliotecas populares, las cárceles de mujeres, de varones y de adolescentes”, explica García Helder, y así es que algunos de los invitados recorrieron espacios como la Biblioteca Estrada, el Instituto de Recuperación del Adolescente y la Unidad Penitenciaria Nº 3. Disfruté mucho ir junto a la cordobesa Julia Cisneros a conocer el Bachillerato Popular Tablada, en la zona sur de Rosario. Con los educadores y los estudiantes leímos y miramos libros y fanzines, y revolvimos versos y canciones para escribir poemas nuevos.
Enrique Butti, uno de los invitados santafesinos, participó de la primera edición del FIPR y de los primeros años del encuentro recuerda las “lecturas extraordinarias como las de Marosa Di Giorgio, Olga Orozco, Roberto Juarroz, Javier Adúriz” y otras de “hermanos que están en el mismo camino literario y que no habríamos conocido de no haber mediado el Festival de Rosario”, como Jorge Riestra, Nora Hall, Pablo Anadón, Concepción Bertone y Javier Cófreces. Lo importante, dice el escritor, es que el Festival permanece como “un espacio que veinticinco años han afianzado para encontrar la detención de ese tiempo del trabajo y los días para intentar detener el fulgor de otra suerte de instante”. La brasilera Alice Ruiz, celebró en portuñol que haya “un Festival sólo de poesía, es algo que tiene que acontecer más en toda América Latina, porque estamos viviendo un momento muy difícil y el arte, y principalmente la poesía, nos hace ser más fuertes y cuestionarnos”.
En el marco de la Residencia, que fue la nueva propuesta formativa, 20 poetas de entre 18 y 26 años del país y de países limítrofes recibieron una beca para vivir una semana en Rosario durante el Festival, y participaron de distintas instancias de intercambio y reflexión. Hubo dos locales: Sofía Storani y Ariel Aguirre. “Queríamos colaborar con la generación de escenas de poesía contemporánea en distintas ciudades del país, para armar un mapa más descentralizado, algo que parece que está pasando naturalmente y es un fenómeno que nos interesa”, explica Bernardo Orge, otro de los organizadores. También poeta, Orge se encargó de la selección, edición y prólogo de 25 antenas, poesía hispanoamericana, el libro que editó el FIPR en su aniversario y que reúne poemas escritos después de 1950 por 25 poetas de Hispanoamérica que participaron de las distintas ediciones. Hay textos de difícil acceso y nombres potentes, y el listado “habla bien del Festival y de los distintos grupos de trabajo que tuvo a lo largo de historia, porque desde el 93 hasta acá, el Festival fue sensible a lo que venía pasando en la poesía no solamente argentina sino también hispanoamericana. Todos los autores que empezaron a publicar a finales de los 70 y principios de los 80 pasaron por acá”, destacó Bernardo.
El corazón de cada FIPR es la Feria de Editoriales, que este año montó sus puestos también en el Fontanarrosa, con miles de publicaciones llevadas de la mano de sus editores o por distribuidoras y cooperativas. Así se forman mesones editoriales como frentes populares, como dijo en Instagram Julia Enriquez, editora de Danke, que estuvo en la Feria junto a Iván Rosado, Neutrinos, Corteza, La Ideal y los fanzines Yerba y Chochan. Acá no se sigue agenda única y se recomiendan libros según sea lo último editado por el sello, porque la autora o el autor participan del Festival, y por la cercanía con otras lecturas disfrutadas. Cada catálogo es defendido como un barco orgulloso en medio del mar. Una de las distribuidoras presentes fue Draisiana libros, que trabaja con editoriales chilenas que cruzan la cordillera a través de la cooperativa La Furia del Libro. “Hay sellos que están trabajando mucho con ediciones de poetas antiguos y contemporáneos, con un trabajo muy interesante que tiene en cuenta el diseño junto a ilustradores y fotógrafos”, destaca la representante, Carolina Lagos. Por su parte, Dafne Pidemun, editora de La mariposa y la iguana junto a Leticia Hernando, afirma que “cada año es una fiesta estar en el Festival. Más allá de que a nivel ventas la situación del país es la que es y los editores no estamos ajenos a eso, la calidad de poetas y poder disfrutar de poesía de todo el mundo siempre es algo bueno”. También en la Feria estuvieron, entre otras, Caballo Negro, Eloísa Cartonera, Gog y Magog, libros de la Eduner y Lomo, sello que reúne a Gigante, de Paraná, y Fadel&Fadel. En cada mesa el rostro de Santiago Maldonado interrogaba desde el cartel: ¿dónde está?
Otra de las buenas nuevas del Festival es la remodelación de la página web, para que “ponga al alcance de todo el mundo parte del cuantioso archivo audiovisual del FIPR”, explica García Helder. “El Festival alcanza sus 25 ediciones rejuvenecido de espíritu y con la perspectiva de seguir creciendo”, compartió el coordinador. Daiana Henderson agrega: “Me quedé con la impresión de que estamos en un momento de hacerle muchas preguntas a la poesía. Siento que hay muchas y muchos poetas que están corriéndose del lugar de una forma certera y garantizada de hacer un poema, con una forma y un ritmo más o menos reconocibles. Aparecieron muchos tartamudeos, muchas dubitaciones, un idioma irrumpiendo en otro idioma al interior de un poema, y patentemente mucho trabajo con el significante. La sensación que da es que si la poesía se está preguntando sobre lo que puede ser, más que por lo que debe ser, está en un momento saludable”. La 25 edición del Festival tuvo su cierre el domingo, que empezó con una maratón de lecturas y los puestos de la Feria de Editoriales en las escalinatas del Parque de España. La noche llegó con un recital de Daniel Melero, que pidió “que el tiempo espere” con la coreada “No dejes que llueva”, mientras pasaba un carguero por el Paraná.