Sobre la muestra de Santiago Pagés en el Centro Experimental del Color.
“Como actividad, imaginación e interpretación, la mimicry no podrá tener relación alguna con el alea, que impone al jugador la inmovilidad y el estremecimiento de la espera (...)”. Roger Caillois.
No hay sandías, sólo malinterpretados. No hay pre textos, sólo buena parte de la inmensa obra de Santiago Pagés, que se deja ver y contemplar en el Centro de Experimentación del Color hasta el 19 de noviembre, en una muestra que conjuga las siguientes series de técnica mixta:
Los malinterpretados – Los llorados - Las víboras – Cumbia corazón – Los últimos trabajos de mesa.
Propongo, a continuación, este recorrido, tan sólo como una malinterpretación posible entre muchas otras.
Quizás reparemos primero en unas figuras simpáticas, encantadoras, las para-agradar, que nos recuerdan el arte del me gusta. Pero ante esa sonrisa ligera y fácil que intentamos, irrumpen las máscaras, las víboras, los puños y los monstruos. Y así quedamos, entre la animalidad y la razón, entre la animalidad y la ilusión. Entramos en el juego.
La máscara se multiplica como esas figuritas de diario recortado en una hilera de idénticas siluetas tomadas de la mano o atrapadas en esa continuidad de papel y forma. La diferencia es la única fuga posible. Como esos hilos invisibles que nos comunican o nos hacen chocar, como puños que se golpean o acurrucan, el amor y el horror contra el ahogo sucesivo de los días.
La repetición, el peso de la costumbre y el hábito, sobre la vieja mentira del tiempo en línea recta por el que caminamos hacia delante de cara al futuro dejando atrás lo que pasó. Nuestra sombra es el monstruo que acecha en el espacio que se abre entre esa ilusión de línea recta y su curvatura.
La metamorfosis de las criaturas, las máscaras, los puños y las víboras invaden todos los soportes y los catálogos, se superponen, reptan, acarician y aplastan. Nuestra mirada cataloga y ocupa el lugar que nos asignan. El catálogo nos promete la calma de una aparente completud en la que nos reflejamos e inventamos. Mimicry, mimetismo, el disfraz es olvido y despojo, representación y simulacro. Nos alejamos de lo que se acerca y nos acercamos a lo que se aleja.
La máscara nos inquieta porque sin reconocerla la conocemos desde siempre. Lo familiar vuelto extraño aterroriza, desestabiliza nuestro invisible y cotidiano trabajo de dar sentido a las cosas, como un intento de darles un orden y un límite. Hay algo que se percibe entre telones y no tenemos manera de entender qué es.La máscara es nuestro fantasma, ese vacío informe que llenamos con nuestro miedo y portamos, ilusos, en el devenir confuso de nuestra existencia.
Un nene dibujó un corazón en la clase de plástica, el tema era la familia, el corazón era chiquito y algo difuso. Ante las felicitaciones del docente, el nene explicó que era el dibujo que su papá, preso, tenía tatuado. De esa imagen y de esa historia nace Cumbia corazón. La máscara es también la imagen de los sin rostro, de los nadies de siempre, corazón clandestino, corazón ilegal.
En cualquier caso, detrás de cada máscara hay ojos que nos miran y esos ojos son ciertos. Quizás la obra de Santiago solo pide una mirada sincera, despojada por un instante de todo lo que jugamos a creer.