Mano a mano con Hugo Lobo, de Dancing Mood: música, básquet y trabajo social.
Después del recital de Dancing Mood en el Mercado de Progreso (el domingo 12 de noviembre), Hugo Lobo baja relajado y recibe a Pausa detrás del escenario para hacer la entrevista. A pesar del calor y haber sonado su trompeta durante dos horas, responde fresco las preguntas, con mucha soltura y como si estuviéramos sentados en algún lugar familiar para él.
El líder de Dancing Mood, banda que formó en el 2000, es uno de los principales exponentes del ska en Latinoamérica, género que surgió en Jamaica a principios de la década de 1950. De personalidad extrovertida, Lobo tiene entre sus anécdotas una suspensión por 99 años en la liga de básquet porteña o haber tocado con Damas Gratis. Pausa habló en profundidad con el trompetista.
—Sos un tipo que puede saltar del traje y la corbata, tocando en un teatro, a la campera y el pantalón deportivo sin ningún problema. ¿Cómo se mezcla esta cultura de la calle con las formalidades de la vida profesional de la música?
—Yo lo tomo de manera natural. Tengo muy presente eso, soy de ahí y vengo de ahí. Creo que la música a la que me dediqué es música popular, que viene de los barrios y de lo cotidiano. Respondiendo eso del traje, creo que fue por la importancia que se le dio en la familia al estudio, el superarse y al más allá de donde pertenezcas, poder hacer eso (vestirte de traje) y dedicarte a lo que hacés. Que los Dancing Mood se hayan vestido de traje, fue una cosa especial para eso, para el espectáculo Deluxe. De todas formas, la mayoría de nosotros hemos tocado en orquestas sinfónicas, que significa ir a laburar de traje. Pero bueno, yo por lo menos lo tomo con naturalidad y puedo conjugar las dos cosas tranquilamente.
—Se nota mucho los valores populares en tu carrera artística. ¿Cómo surge el proyecto que llevás adelante en Atlanta, “Vamos los pibes”? ¿Cuáles son tus objetivos?
—Es una orquesta que se me ocurrió armarla para dejar algo. Si bien hacemos una banda instrumental, los valores y la ideología es muy importante dentro de la música, y más cuando te sigue gente joven, que quizás tiene que tomarte de alguna manera de ejemplo. Pero más allá de eso, creo que es muy importante prestarle atención a los chicos, que son el futuro. Me parece que la música es un canal increíble para eso que cambia por completo a los pibes que más lo necesitan. Nosotros trabajamos con pibitos que, algunos, no tienen padres, algunos tienen padre o madre solo, chicos con conflictos. Entonces con la música se nota muchísimo el cambio. También creo que si uno tiene la suerte de poder trabajar de lo que le gusta, que en este caso es la música, yo lo tomo como una devolución: dedicarle bastante tiempo de mi vida a devolverle a la música lo que me dio, que es darme un plato de comida para mí y para mi familia en la mesa. Entonces cuando sobra algo de eso, no sé si decir que me siento en falta, pero sí me siento con la necesidad de poder compartirlo con la gente que más lo necesita y, en este caso, los pibes, que son tan importantes. Es un granito de arena que va a dejar algo sembrado.
—En una entrevista en Página/12 decías: “Lo que estoy haciendo como solista de ir a tocar al interior con músicos locales, lo hizo Rico Rodríguez hasta sus últimos días, incluso cuando ya no podía tocar ni el trombón. Para mí eso siempre una referencia, más allá de lo musical, era ideología”. ¿Qué podés contar de Rico y la influencia que dejó su amistad en vos?
—Increíble lo que he vivido con Rico. De chico siempre lo idolatré, y cuando tuve la suerte en el 2000 de conocerlo y de tocar, hicimos una cofradía muy copada. El fue el causante de que a mí me respeten mucho en Inglaterra los grandes músicos y de abrirme esa puerta. Que cada vez que voy, sepan que aprendí a tocar este estilo de música con él. Hasta sus últimos días se subía a un avión por todo el mundo, con un bolsito y un trombón. Un músico brillante que con su Parkinson ya casi terminal, seguía tocando. Es un gran ejemplo de trabajo de la música. Siempre igual: perfil bajo, gran músico.
—¿Cómo es un día cotidiano de Hugo Lobo en Buenos Aires?
—Todos los días me levanto a las 7 de la mañana. Llevo a mi hijo al colegio, después me voy a correr. Más tarde hago mis cosas, estudio y le dedico mucho tiempo a esta movida de la orquesta con los chicos. Estoy todo el tiempo pensando en la música. A la noche relajo, leo algún libro, veo alguna película y vuelve a empezar otra vez lo mismo, así vienen siendo mis días.
—¿Ahora que estás escuchando?
—Yo escucho lo de siempre. Hay tantas cosas que descubrir viejas y lo que veo es que, no desmerezco a la música moderna ni a palos, pero, de la música que me gusta no hubo más. No hubo más una banda como Chicago, Tower of Power, Earth, Wind and Fire, The Skatalites o solistas como Duke Ellington. Lo que es bastante menos que eso, no es que no me guste, pero no es la música que yo escucho, no es mi estilo la música contemporánea.
—Tocaste con Pablito Lescano, Los Fabulosos Cadillacs, Viejas Locas. ¿Qué podés decir de tu apertura musical como artista?
—Es fundamental. Primero y principal, si uno es músico tiene que disfrutar de toda la música, en algún punto, y poder tocarla. Después te puede gustar o no, pero es lo mismo que seas dentista y a la gente que tiene bigotes no le arregles los dientes: sos dentista, le tenés que arreglar los dientes a todos. Con la música pasa lo mismo.
—Si pudieras hablarle al Hugo Lobo de hace 17 años, cuando estaba surgiendo Dancing Mood, ¿qué le dirías?
—Que trate de estudiar un poco más —responde entre risas—. Yo estoy muy conforme con todo lo que pasó, las decisiones que he tomado. Musicalmente hablando, no tengo ningún arrepentimiento de nada. Personalmente tampoco, pero uno a veces comete algunos errores, pero son parte del camino y uno aprende de ellos. No me aconsejaría esquivar los errores, sino enfrentarlos y aprender de eso.