Martín Zaragozi, un hombre del rock desde su niñez con Sabbath.
Recién termina el ensayo y Zaraga apoya el brazo en un sillón tapizado con una frazada. Se acomoda en otro, arranca un pucho y toma un trago de gaseosa en el living de su sala de calle Junín. Un rato antes, mientras repasaba con La Cruda, iba señalando detalles de las canciones, “¿Cómo empezaba ahí?”, “Acordate de cómo hacemos la entrada ahora”, va tirando, a poquitos días de volver con la más recordada de sus bandas. “Siempre asumí ese rol tipo de gestor u organizador de movidas, pero naturalmente me sale, ¿eh? Entonces, constantemente voy hablando con gente para organizar algo. En La Cruda como que, además de los papeles, me encargo de cosas extra musicales pero también fundamentales como las luces o los asistentes del show, ponele. Y hasta a veces lo hago medio que indirectamente pero también sin darme cuenta, aprovecho a charlar con los chicos que vienen a ensayar y si veo que están perdidos, por ejemplo, con Sadaic, les bajo la data que yo tenga, los aconsejo lo mejor que me pueda, que es algo que no tuve cuando yo era pendejo. A mí me costó mucho tiempo darme cuenta de que a esas cosas nadie las cuida mejor que uno mismo, porque si nos dedicamos solo a tocar y a esperar que otros reconozcan nuestro trabajo, vas regalado”, reflexiona, evidentemente pensando en los caranchos del rock.
Desde que era un pibe de Guadalupe, Martín Zaragozi toca música con su amigo del barrio, Leo Moscovich. No hay en sus currículos banda en la que ellos no fueran bajista y guitarrista: la primera fue Alcohólica, “hacíamos trash metal cuando recién arrancaba Metallica, que me fascinaba ya. Mi hermano mayor y un amigo de Guadalupe que viajaba seguido a Estados Unidos me influenciaron mucho y yo intentaba hacer lo mismo con Leo. Esa fue la época en la que nos encerrábamos noches enteras a tocar arriba de los discos y sacar los temas”. Después formaron Mad (“Acá ya estábamos con el Mono de batero, él venía de Tóxico”) que en la movida del heavy llegó a ganar su peso específico: “Seguíamos trasheros ahí, tuvimos la suerte además de que un amigo trajo a Attaque77 y tocamos con ellos en los galpones de la Terminal, era la época en que ellos estaban presentando Donde las águilas se atreven. Nada que ver el estilo suyo con el nuestro, los punkies nos tiraban petardos, me acuerdo. Pero después de ese show vino el manager de ellos, Andrés Vignolo, que nos quería llevar para su compañía, ahí nomás firmamos. Fue de película para nosotros”. La discográfica que se los abrochó esa vuelta fue Radio Trípoli Discos, mítico sello independiente que editó a V8, Todos Tus Muertos, Massacre, Los Violadores, entre tantísimos otros.
[quote_box_right]"Me saco el sombrero ante quienes elijen la autogestión, es un camino que tiene su dificultad pero que a la vez da satisfacciones increíbles".[/quote_box_right]
Como si la vida se marcara por las bandas que suenan, Zaraga se acuerda de 1994 hablando de grunge: “En una época en la que estábamos parados lo llamamos al Negro (González), que venía de Cortafierro me parece. Entre que empezamos a tocar ya estaban dando vueltas Ten, de Pearl Jam, también Soundgarden y Nirvana. Todavía el acceso era bastante restringido para el público en general, hoy parece increíble si no se consigue en Internet. Bueno, como las canciones nos gustaban las tocábamos y nos empezó a ir bien haciendo esos covers, ¡hasta nos pagaban! Y nuestro nombre era: La banda no tiene nombre. Imaginate. Para ese tiempo manejábamos un poco la movida de un lugar que estaba a una cuadra de la Rotonda (de Guadalupe) y ahí nomás del agua, Saint Thomas”.
La Cruda es historia más o menos conocida: para el ‘95, ya con Tristán Ulla como quinto elemento (“él venía de Los Mutantes, hacían un rock and roll onda Ratones), se formaron para no parar de subir nunca, ni siquiera cuando ya estaban separados. Su primer disco se grabó (con colaboraciones de Charly García en, justamente, los bajos de “Harto del silencio”) y nunca se publicó. En noviembre del ’99 grabaron En vivo en las fiestas de fin de siglo, en el marco de un festival llamado también Fiestas de Fin de Siglo, en el pub porteño Imposible y salió en enero del 2000. Ese mismo año Universal volvió a mezclar y masterizar el disco, que salió con un bonus de dos temas con el nombre de En las fiestas de fin de siglo.
Hasta que en 2006 salió el último disco de la banda, Mente en cuero, hubo muchos vaivenes en la formación (siempre con Zaraga, Leo y el Negro aguantando), conciertos históricos con La Renga en Unión, en la Tecnológica con Divididos, con Motörhead en Córdoba en mayo de 2004: “Nos fumamos uno con Phil Campbell, el guitarrista. A Lemmy (Kilmister) no lo vimos porque estaba hecho mierda. Le dio para tocar 50 minutos nomás, la gente estaba sacada”, cuenta Martín de esa fecha que terminó con el público tirándole la bronca a los retornos y demás equipos.
La sala y la vida
La Cruda se hizo su linda fama en el mundillo, pero los humos nunca se fueron de control: “A mí no se me cae nada por enorgullecerme de todas las tartas y empanadas que vendimos para poder bancarnos las giras. En ese sentido me saco el sombrero ante quienes elijen la autogestión, es un camino que tiene su dificultad pero que a la vez da satisfacciones increíbles. A nosotros, a mí, nunca me movió hacer música por plata. Mi único objetivo era tocar”. Una vez que esta etapa también se fue agotando, llegó el tiempo de la propia sala de ensayos.
Junín Sessions es como la casa que cualquier músico soñaría poder administrar: tres salas para ensayar, un living con un freezer cargado de porrones, un patio para colgarse a echar humo, una bandeja con una pila de vinilos que no contradicen con lo que cuenta el bajista lungo: AC/DC, Metallica y V8 pero también otros menos ásperos pero igual de imprescindibles como Bowie o The Cure.
Fue en esta misma sala donde con Leo y Ale Collados (ex Cabezones) cocinaron Mambonegro a fuego lento: “Hace varios meses venimos tocando pero no queremos quemarnos, por ahora estamos bien tocando en la sala”, contó en una nota de 2010. Años después, el trío está consolidado en su propia inercia entre el stoner y el hard. Con el juego abierto, cada show es como un paseo por esos sonidos que traen desde siempre, son como quien recorre su casa de madrugada con las luces apagadas.
Zaraga también fue bajista de Carneviva, en el festejo municipal de la primavera 2016, más una oportunidad para el archivo que una participación duradera. “Haber compartido eso con un cantante del carajo como el Tavo Angelini ya se justificaba de por sí. Las elecciones que fuimos tomando nos pusieron adonde estamos hoy, desde que escuchábamos Riff y Black Sabbath, con nueve o diez años, pensábamos en la banda todas las horas que estábamos despiertos: en la primaria, en la secundaria, las escapadas, las peleas con mi viejo, todo era por ‘la banda’. Siempre elegí la opción más cercana a la música, no me puse un kiosco, las decisiones que tomé hicieron que la música sea mi ocupación, primero como músico, pero también como productor de bandas y shows, como el responsable de esta sala”.
Entre una cosa y otra a Martín ya se le cumplieron más de 30 años tocando el bajo, que para él es como ese amigo al que cruzamos cada tanto. Un tanto que se borra con la fuerza de un abrazo.