En Santa Fe, como en buena parte del país, las cervezas artesanales están ganando buena reputación a lo pavote: “En primer lugar, la producción artesanal es una alternativa a lo industrial: es David peleándole a Goliat, y siempre pelearle al poderoso es de buena gente”, escribió Licenciado Ramiro allá por mayo y no estaba errado, pues una de las formas de ese crecimiento de los artesanos cerveceros es el trabajo cooperativo y horizontal. Por lo menos es ese el ejemplo de Jackson Bar, trabajado por los productores de las marcas Agosto, Yacaré, Medieval y Rapaz Maluco.
“Hasta hace un año había solo cuatro bares en los que podías sentarte a tomar artesanal”, observó Nicolás Gómez charlando con Pausa y pensando en que hoy son casi 20 los lugares en los que te podés sentar a comer y a tomar algo hecho en casa.
Así y todo, las artesanales no solo la tienen que remar contra la potencia económica de las industrias, sino también contra la costumbre de los tomadores de comprarlas. Además de ser más sanas, la intención de sus hacedores es lograr transformarlas en una bebida de acceso popular.