Sacaron a pasear a los peones y se comieron a la reina, pero el festejo se disipó en aumentos, tarifazos y reformas. El gobierno ganó en octubre... ¿cuánto dura su victoria?
¿Hubo alegría esta vez? Es muy difícil saberlo. Quizá una revancha, una sensación de victoria por cuenta de los que se regocijaron con la derrota de Cristina Kirchner en las elecciones de octubre. Al resto de los votantes de a pie, una vez pasada esa fugaz satisfacción antiperonista o republicana, si se quiere, le llegó un inmediato aumento de combustibles y, al poco tiempo, el azote de los anuncios de la triple reforma. El romance electoral posterior a octubre no duró nada, el sabor del triunfo se esfumó con los anuncios tarifarios del ministro de Energía Juan José Aranguren.
Y no es porque el votante de Cambiemos no supiera lo que se venía. A esta altura ese argumento no alcanza: ya no existe el voto engañado (aunque sí pueda existir un voto candoroso). El gobierno pidió un voto de confianza y un voto de rechazo. Esperanza y miedo, las dos pasiones más reaccionarias de la política. Invitan a delegar la acción y a aguardar por la providencia en una quietud abombada de ilusión o terror. La ilusión de la salvación individual, el terror al retorno del kirchnerismo. Y el candor de “darle un tiempo para que pueda gobernar”.
Nunca el voto moral, tan enclavado en razones estrictamente éticas e ideológicas, tuvo una expresión tan potente. Hay pasiones ahí, y la potencia de la política se ensancha cuando se combina con las pasiones y supera la percepción concreta –y compartida– de los sufrimientos de una malaria que cada vez es más profunda. Los indicadores de los daños económicos a las mayorías son contundentes –desde las paritarias para atrás a los casi dos años seguidos de caída en las ventas de los minoristas–, la enumeración de las políticas focalizadas que afectaron a sectores particulares –desde tamberos a discapacitados, pasando por científicos o jubilados del PAMI– es demasiado extensa.
Y sin embargo Cambiemos ganó. Ganó sacando a pasear peones por todas las provincias. A través de la polarización pulverizó a los gobernadores justicialistas que querían jugar al mimetismo, en Córdoba o Salta, y dejó al kirchnerismo más vivo en sus votantes que en su muy mocha herramienta electoral: la reina perdió ante el fofo Esteban Bullrich. Jugó muy fuerte el oficialismo –siempre hay que contar con que hará eso– y le salió redondo.
Voto moral sobre el voto material. Miedo, esperanza y candor. El miedo al peronismo es tan pasional como la lealtad al peronismo y, en esta coyuntura, tiene más decisión, una referencia más clara, con más poder y con casi todos los micrófonos. La adhesión al programa del emprendedor individual que propone Cambiemos no es nueva, su semilla fue plantada durante el menemismo. Esa moral del éxito solitario, esa ética del monotributista permanente reconforta a quienes tienen la buena fe del trabajo esforzado, el relato del sacrificio del linaje inmigrante, la esperazan de la riqueza bien ganada, el asco por los que menos tienen y la caridad por los que se quedan en silencio. Queda el voto candoroso, una clave hacia el futuro. Son esos votantes que le “están dando un tiempo” a Macri. Dar un tiempo es, inmediatamente, poner un plazo. ¿Habrá terminado ese plazo con la reforma previsional? También es difícil saberlo.
El neoliberalismo refrendó en 1993 su triunfo de 1991 porque la Convertibilidad volvió a la hiperinflación de cuatro cifras una cosa del pasado. La modernización –así se le decía al combo de privatizaciones e importaciones– también era un hecho novedoso y sin precedente: no es una pavada esperar un teléfono público dos años y que el privado te lo instale en menos de un mes.
¿Qué va a poder mostrar el gobierno en 2019, después de un 2018 que ya arrancó el lunes 23 de octubre con la suba de las naftas? ¿Cuál será su milagrosa Convertibilidad, su gran obra pública?
Lo cierto es que el gobierno va a tener que mostrar algo más que ajuste voraz a esos votantes, que alguna vez apoyaron otro proyecto de país (tanto los candorosos como los emprendedores). Aunque una tarea mucho más complicada tendrá la oposición, que sólo sale de la fragmentación cuando la une el espanto. Ni el pasado ni el estallido son propuestas que generen una alternativa. Mucho menos, votos.