El cierre de la emblemática e histórica revista dedicada al deporte, desde la mirada de Gastón Chansard.
“¿Qué vas a hacer con esas revistas que encontré abajo del
asador?”. Así comenzaba una nota que publicaba en el Pausa #122, que salía el miércoles 25 de septiembre de 2013.
Y seguía: La inesperada limpieza, la búsqueda de un objeto o la llegada del
orden a un lugar siempre presidido por el desorden son algunas de las
alternativas previas a esa consulta tan doméstica. Y se desata un universo de
sensaciones y reflexiones, que tienen que ver con el recuerdo, con la niñez,
las contradicciones del crecimiento, lo que pudo haber sido y lo que no fue, la
mismísima historia, la bronca desmedida de llegar a ese bendito asador y
encontrar El Gráfico del 1 de julio de 1986 (“¡Campeones del mundo!” y la foto
de Maradona alzando la copa) atacado por la humedad, las cucarachas y algún que
otro roedor.
El recuerdo guardado y deteriorado me daba una mala noticia a la hora de poner orden en un lugar de la casa. Hoy, en enero de 2018, aquella desgraciada noticia personal queda redoblada en tristeza en comparación con la que millones de argentinos nos desayunábamos el martes 16: El Graficó cerró.
Personalmente puedo escribir uno y cientos de recuerdos de lo que me brindó ese medio durante tantos años de mi infancia y adolescencia, pero de todo lo que leí en estos días, prefiero que los lectores de Pausa disfruten de este trabajo sintético, literario y cubierto de pasión del periodista y escritor Ariel Scher.
La nota se titula: El Gráfico.
Durante toda la vida y toda su vida, El Gráfico fue literatura, "Yo aprendí a leer con El Gráfico" es la frase más cierta y más repetida que se escribe y que se oye en las horas en las que una determinación patronal provocó el cierre de la casi centenaria publicación y la pérdida del empleo para sus trabajadores. Eduardo Archetti, un extraordinario científico social argentino, explicó cómo la publicación modeló identidades en la Argentina de muchas décadas. Tan alta es la marca de El Gráfico que la literatura argentina y de otros países, a través de voces notorias, lo dejó a la vista. El Gráfico está dentro de cuentos, de novelas, de ensayos. Y, desde luego, dentro de la historia de muchísimas personas que son lo que son, entre otras cosas, por leer El Gráfico.
"No llego a escribir de fútbol por ser un escritor al que le gusta eso, sino porque soy un futbolero nato. Mientras los intelectuales leían a Tolstoi, yo leía El Gráfico".
(Roberto Fontanarrosa).
Yo seguía el fútbol a través de Aróstegui, de Veiga y esperaba la llegada de El Gráfico que para nosotros, los más chicos, era la Biblia. También recuerdo que el primer libro que leí en mi vida lo tuve que pedir por correo a la Editorial Atlántida: era “El diario de Comeuñas”, de Borocotó, un ejemplar que todavía guardo.
(Osvaldo Soriano).
Una vez en El Gráfico un coso escribió que yo no tenía estilo. Me dio una bronca, te juro.
(Julio Cortázar, en Torito).
De las paredes colgaban cinco retratos: Humberto Primo; unos novios; el equipo argentino de football que, en las Olimpíadas, perdió contra los uruguayos; el equipo de Excursionistas (en colores, recortado de El Gráfico) y sobre el catre del Mudo, el Mudo.
(Adolfo Bioy Casares, en El sueño de los héroes).
Otras fotos y recortes de El Gráfico también figuraban en las paredes, y encima de todo, una gran bandera de Boca, extendida a lo largo.
(Ernesto Sabato, en Sobre héroes y tumbas).
Hubo una época feroz de "El Gráfico" –coincidente con el lanzamiento del "Fútbol Espectáculo" de Armando y Liberti– en que Panzeri, Lazzati, Pepe Peña, el Osvaldo Ardizzone de sus comienzos y otros de quienes no puedo acordarme, comenzaron a desmenuzar partidos, jugadores, circunstancias y tácticas con un fervor analítico hasta entonces desconocido.
(Juan Sasturain, en La poesía del chanfle al segundo palo).
Que tal vez el chico terminase siendo más feliz siendo hincha de algún grande, saliendo campeón de vez en cuando, viendo la cancha llena, comprando El Gráfico con su ídolo en la tapa. (Eduardo Sacheri, en El cuadro del Raulito).
Comencé a verlo en alargadas fotos de El Gráfico, con pantalones cortos y una camiseta blanca inicialada, rodeado por otros hombres vestidos como él,
(Juan Carlos Onetti, en El pozo).
La historia de cualquier modo era confusa, deshilvanada: pedazos de su vida, el desconsolado saludo de guerra de los escandinavos y un estropeado recorte de El Gráfico, envuelto en trapos, con la finísima y luminosa cara del Vikingo mirando a la cámara de frente.
(Ricardo Piglia, en El Laucha Benítez cantaba boleros).