“La rueda de la maravilla”, última creación del genial Woody Allen, se apoya tanto en el drama como en la comedia para narrar el cruce de cuatro personajes en un parque de diversiones de los ’50. Destacada actuación de Kate Winslet.
Ya desde los créditos y la banda de sonido, la película es una invitación. Y aunque las expectativas del espectador sean insoslayables a sabiendas de quién es el director, siempre es posible hallar una sorpresa (que satisfaga más o menos, pero sorpresa al fin). En esta oportunidad, el genio de Woody Allen cruza con agudeza y destreza los géneros del drama y la comedia para darle forma a “La rueda de la maravilla” (Estados Unidos, 2017), su última realización que –merece ser dicho desde el principio– encuentra en la actuación de Kate Winslet uno de los grandes soportes.
Corren los años ’50 y en el enorme parque de diversiones de Coney Island, en Brooklyn, se cruzan las vidas de cuatro personajes. Será de un modo doloroso, sacudido por las emociones, el enamoramiento y las ilusiones truncas. De esa forma, el ya mítico director neoyorquino construye criaturas que responden a ese universo, tan propio como conocido, que tienen como denominador común al arte. Quien se encarga de narrar la historia es Mickey (una labor muy acertada de Justin Timberlake). Él es un guardavidas que pretende ser dramaturgo y sabe ir a la conquista. Es así como conoce a Ginny (una sólida y precisa Winslet), una mujer que pisa los 40, camarera que añora sus tiempos de actriz, mientras sostiene un segundo matrimonio infeliz. Ante la carga de su frustración, el encuentro con Mickey, en cierta forma, la rejuvenece, la carga de vitalidad y la saca del agobio. Sin embargo, sus vaivenes emocionales hacen que se encuentre siempre al borde de una crisis y lance reproches hacia su marido Humpty (Jim Belushi), la hija de él, Carolina (una espléndida Juno Temple) y su pequeño hijo piromaníaco.
Como suele ocurrir en las obras de Allen, el ensamble de los personajes no esquiva los enredos que, aquí, rozan los amoríos, los celos y hasta la persecución por parte de unos gángsters. Esa combinación narrativa (por momentos agridulce; por otros, plena de humor) se potencia, claro está, en los recursos técnicos y la ambientación de esa época imaginada por el autor. Entre naranjas y ocres (aplausos para la fotografía), la vida en Coney Island hace correr la diversión y el entretenimiento en un contexto que se contrapone con las penas y los dilemas de los protagonistas. Elogios especiales merece, además, el tono teatral de escenas que resultan clave para comprender la psicología de los personajes. Particularmente, el de Ginny, esa mujer que sufre y que pretende liberar algo de su angustia mediante diálogos que pueden parecer exacerbados, pero, en rigor, expresan su malestar interno.
En suma, “La rueda de la maravilla” (que se puede apreciar en el cine América) deviene en un cuadro melodramático que, frente a la mirada del espectador, exhibe las vicisitudes de la felicidad y las (des) ilusiones.