Habiendo cumplido 40 años esta misma semana, llega a Tribus como cualquier vago que esta noche toca en un bar de su ciudad, estuche en mano, con la mitad superior de la cara cuidada por la visera de una gorra azul Francia. Tocó con Pappo a los 12, le preguntaba los acordes a Lebón y para el Indio Solari es “un ingeniero de la guitarra”, aunque él no se siente tan así.
Antes de tocar por primera vez en Santa Fe con su banda, La Mono, Gaspar Benegas conoció los carribares de enfrente de Tribus y charló con Pausa.
Viejas voces jóvenes
La ciudad en la que salió al mundo fue El Bolsón y su linaje materno ya había sacado algunos cantantes. Su mamá se llama María José Cantilo y su tío, Miguel Cantilo. Cuenta: “siempre me alentaron, me compraban muchos instrumentos y me motivaban de todas las formas para que me exprese con la música”. Obviamente que los amigos de la familia también metieron fichas para que ese nene naturalice el oficio de artista la menor cantidad de límites posibles: “por ejemplo, si quería aprender Seminare, me la enseñaba David Lebón directamente. O si quería tocar una de los Abuelos de la nada, ellos me mandaban las notas y listo”.
Antes de cumplir los 30 el guitarrista taciturno ya estaba en Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, la banda que acompaña al Indio desde que es solista. Casi al mismo tiempo entró a tocar a Las Manos de Filippi (LMF). Vanguardia y agite piquetero, elementos con los que Gaspar pudo conectar ya desde casa y que se terminaron traduciendo en lo que ahora hace en su proyecto más personal: “Tanto el Indio como el Cabra son dos grandes referentes de los jóvenes de izquierda, letristas para la revolución te diría. Me acuerdo de que Oktubre, que para mí era ese disco, me despertó un montón de ideas. Ojo que hay enormes bandas que no abordan temas políticos y está perfecto, pero en mi caso, que también me fasciné con Rage aganist the machine por ejemplo –la traducción posible ‘bronca contra la máquina’ aporta en este sentido- que sí tiene mucho de eso y en su momento también fue lo que me atrajo de LMF: testimonios de época sin metáforas ni cosa rara, mucha ironía y humor sin repetir recetas”.
Construyendo la deconstrucción
Tanto fue escuchando y experimentando Gaspar que no le quedó otra que empezar a dar la vuelta y ahora ya no se conforma con que algo suene bien. Hasta casi que lo que suena “bien” le cae trillado: “Por ahí, lo que me aburre es lo ya conocido. Porque por ejemplo te digo que yo como guitarrista podré cumplir porque conozco un montón de recursos y me puedo adaptar a diferentes estilos, pero después tenés a tipos como Jeff Beck que toca sin púa y con una palanca adaptada. La guitarra se amolda a él, eso me parece que es lo que hay que buscar. Beck no hace yeites típicos ponele, son expresiones propias con la guitarra como podría ser otro instrumento capaz. Cuando alguien logra un nivel de autenticidad así, me llega. Tampoco es que me parece todo lo mismo, todo el tiempo descubro bandas que me sorprenden. Sobre todo por lo difícil que es abrirse paso: poder comprar un instrumento es dificilísimo y encima siempre son pocos los lugares para tocar, yo actué en pueblos en los que no había ni un profe de música. Creo que la cultura está muy desvalorizada”.
Un cierto pesimismo, quizás modestia, se abren a la sospecha en varios momentos de la charla con respecto a su yo guitarrista. Se le pregunta por eso y contesta: “No quiero ser guitarrista. No lo digo por una cuestión de desprecio hacia el instrumento ni hacia mis colegas, ojo, lo que me pasa es que siento que yo me aburro a mí mismo. Obviamente que la guitarra me fascinó cuando la estaba descubriendo y demás, pero yo también toqué la batería y hasta en discos del Indio grabé algunos bajos. Creo que podría ser bajista”.
La serenidad en su tono de voz y sus gestos cansinos son las de alguien que habla desde la seguridad que le producen sus ideas que, paradójicamente, se orientan a no preferir la reproducción de lo que ya conoce y sabe hacer: “Me gustan mucho las canciones que no tienen solos y hasta me copan un montón las bandas que no tienen guitarras. Pero para La Mono sí que recupero mucho lo que fui aprendiendo con Indio y el Cabra, obvio. Me sirve y me motiva para mostrar lo mío, que es lo que más nos cuesta a todos, ¿o no todos escribimos cosas que no nos animamos a mostrar? ¿no todos cantamos totalmente sin restricciones cuando estamos solos?”
Naturalmente, en el universo en construcción del trío que formó con sus amigos de la más fresca juventud, Ramiro López Naguil y Lucas Argomedo, no iban a faltar demandas y conflictos de índole social. Cebado por los coros ricoteros o sumando al cariño por los métodos piqueteros, pero también cargado con elementos distópicos que vienen a cumplir funciones estéticas, dice Gaspar que tiene “como premisa un consejo que me dio Indio: que la letra no te arruine la música. Por más buena que sea la idea, por ahí pasa que la cantás y nada que ver, pareciera significar una cosa totalmente distinta a la que imaginabas. Algunos son tan genios que pueden decir cualquier cosa y les queda bárbaro, pero a la mayoría no nos sale. Entonces constamente estamos teniendo que recalcular palabras para que se monten a la melodía pero que igual tienen que acompañar a las emociones que va generando cada secuencia”.
Lo que se hereda no se roba
Aunque el exguitarrista de LMF (dejó la banda para dedicarse más de lleno a su proyecto) tiene padrinos artísticos para elegir, algunas cosas ya las tiene aprendidas de bastante antes de acompañar a los grossos harto referidos: “Tengo el recuerdo de verlo muchas, pero muchas horas a mi tío Miguel tarareando y tocando secuencias de acordes. Para sacar una buena canción no podés esperar un momento mágico, tenés que estar buscándolo y trabajándolo, como cualquier oficio. De nuevo: para mi gusto el arte más valioso es el que te transmite algo, no necesariamente el que se destaque por una destreza técnica”.
Un rato antes de salir a tocar para unas 300 personas (varias decenas de miles menos que en el show del 11 de marzo en Olavarría), varios pibes con remeras de esa fecha se abrazan a él y piden a desconocidos que agarren sus celulares y saquen la foto. Los manijas son fieles, en el sentido matrimonial y en el religioso, pongámosle. Si hay celebración, un tributo llano o un roce con la mística de Patricio Rey, ahí van a estar ellos dándole entidad, cantando, vaciando vinos y llenándose las bocas con humo. Bastante se parecen una misa y otra, salvo que en una se canta y se consume para adornar una fe; y en la otra, cantar o tomar algo se justifica por sí mismo, porque significa felicidad.
La otra banda que acompaña a La Mono, además de los santotomesinos de Poder Natural, son los pibes de Motorpsico Experimento Ricotero, que pudieron contar con Gaspar casi que certificando con su guitarra Luzbelito y las sirenas, El infierno está encantador y Todo un palo. Un rato antes, durante su show había hecho otro cover, pero de los Fundamentalistas: Pabellón séptimo. Si bien se incorporó a la banda para el segundo disco, Porco Rex, su irrupción logró ser orgánica inmediatamente a la vez que presentó al sureño sin filtros: “Creo que en los discos del Indio fue donde más pude imprimir mi personalidad, ahí agoté todos mis recursos ubicándolos todos en los espacios de los que disponía. A él le gustan los solos así que hay canciones que por ahí empiezan y tienen, no sé, ¡siete solos! ¡en la intro! En La Mono intenté hacerlo más despojado de virtuosismo o técnica, eso que tiene Nirvana ponele. Pero después escucho el disco y tiene una banda de solos y arreglos y cosas por el estilo, que son cosas que incorporé de tanto tocar lo de Skay (Beilinson). Pero está bien, porque si el disco de un guitarrista no tiene solos, es un fraude. Estoy más en búsqueda de hacer buena música y no de perfeccionar un estilo”.
Antes de bajarse del escenario prometió volver y los ricoteros aplaudieron y se sintieron felices de que esta nueva estampita se sienta en buena gracia con ellos, en este día, y cada día.