"No quiero que me velen ni entierren. Tiene que haber una gran murga, que me lleven bailando hasta el Ubajay y que me tiren a un cardumen plateado". Ese había sido el pedido de Fernando Birri cuando se refirió a la hora de su despedida final. Y el mandato se respetó el sábado 6 de enero en Sapucay, su casa ubicada en San José del Rincón. Aquí, una crónica especial de Claudio Chiuchquievich.
Polaroid: “Hacer real el deseo”
I
“No quiero que me velen ni entierren. Tiene que haber una gran murga, que me lleven bailando hasta el Ubajay y que me tiren a un cardumen plateado”.
Así manifestó su deseo Fernando Birri en el documental “Donde comienza el camino” (2000) para cuando le llegara el día de su paso a la inmortalidad.
Cerca de medio millar de seres colmados de gratitud nos hicimos presentes en Sapucay (su casa en Rincón hoy en manos de la provincia) para trasladar “sus” cenizas al balneario municipal.
El ritual consistió en hacer real su deseo; así que a las 19.30, después de que su amiga Vilma agradeciera a los presentes y organizadores, comenzó a sonar la Birrilata en el patio de su casa para luego murguear frente a ella hasta que se irguieron los siete “cabezones” que precedieron la marcha por las calles pletóricas de Tipas como plató a recorrer hasta llegar a la playa del Ubajay.
Cuando los vecinos desde las puertas de sus casas preguntaban qué se celebraba, las variadas respuestas no se hacían esperar: al maestro, su obra, la vida de un hombre que se animó a su destino.
II
“El destino no es sino la organización de las casualidades”, dijo Fernando en ese documental, citando a Andrés Rivera. Y agregó: “es maravilloso eso: saber que hay una necesidad de ‘algo’ para salir a buscarlo”.
Nosotr@s (ese colectivo humano con forma de cortejo carnavalero) salimos a las calles para celebrar el valor de Fernando en desafiar sus necesidades para ir en busca de otr@s, realizar ese ‘algo’ y organizar las casualidades que se animó a tentar en su destino de artista.
Y llegamos a la playa.
Y mientras una gran fogata prendía llamas al caer el sol, nos reconocimos innumerables, conmocionados, conmovidos, siendo parte del ritual que él mismo había expresado quería fuese su ‘despedida’.
Sin decirlo, nos reconocimos siendo parte de los sueños de Kurosawa.
Hasta ese regalo nos hizo: ofrecernos la oportunidad de tramitar su adiós con lágrimas y sonrisas, haciendo del duelo una instancia que nos reencuentre con la vida, un umbral por transitar reconciliándonos con el paisaje amado, con la música como ofrenda, donde el fuego crezca como estandarte, los tambores pulsen, los cuerpos dancen y el agua lave las lágrimas trocándolas en abrazos y sonrisas… y lleve en su lecho lo que no se ha de olvidar jamás.
III
“El Arte es por principio libertad y misterio”.
“Los resultados de mi obra son propuestas”
¡¿Cómo no tomar tus propuestas, entonces?!
¡¿Cómo no sentirse libres en la plenitud del misterio?!
¡¿Cómo no hacer real tu deseo, Fernando?!
¡¿Cómo no cumplir tu voluntad?!
¡¿Cómo apartarse de lo que nos enseñaste a aprender: lo que de ciencia es capaz de albergar el arte; lo que del arte necesita la ciencia para no esmerilarse en la inconsistencia de lo banal?!
A vos, que construiste solidaridades estéticas al hacer del creer, crear y confiar un tríptico siempre presente en la construcción colectiva, que de eso se trata el cine.
Y que lo expresaste en tus dos Manifiestos como una evolución y no una contradicción; un paso más en la búsqueda, jamás un renuncio al deseo de contar; una complementación de lenguajes, nunca un prejuicio que no se deba y pueda superar.
IV
Allí están tus escritos al preceder el estreno de “Tire dié” (1959), completados al hacer “Los inundados” (1962), que rezan:
“Por un cine nacional, realista, crítico (popular y culto, a la vez).
Y su reformulación ante el estreno de “Org” (1979), cuando les espetaste a los incrédulos y párvulos:
“Por un cine cósmico, delirante y lumpen” que te acusaban de abandonar tus postulados o señalaban contradicciones allí donde sólo es posible comprender una reformulación que permita aprender lo que nadie te podía enseñar: la soberana decisión del artista y el compromiso de su obra recreándose y creciéndose allí en los umbrales de la ficción y la realidad en un sortilegio del camino donde a cada cual le corresponde un azar.
Las causas te enrostraron el azar donde el destino te convidó a crepar... en el exacto instante en que un grupo de cineastas rodaba un documental de tu vida y obra. Como un ciclo que de otro modo no podía finalizar.
V
Solías decir que tus dos experiencias al crear las Escuelas de Cine en Santa Fe y Cuba eran “una alquimia de síntesis entre lo viejo (el pasado) y lo nuevo (el futuro)”.
Esa alquimia se hizo presente, se abrazó a tu designio y el deseo fue real.
El registro de tu partida, los rostros de tus amigos, las palabras de quienes te admiran, la murga creciendo desde el pie, los títeres de tus comienzos, las letras y palabras de quienes te admiramos están allí, en una danza de parches templados y cuerpos celebrantes homenajeándote en tu despedida, haciendo real tu deseo en la magia del ritual.
VI
Y te fuiste en una balsa de camalotes que se llevaron tus cenizas acopachadas por velas para perderse en la luz tenue que el río en su cauce convida al anochecer; y justo allí, entre tod@s, con las patas en el agua, Silvana “la Colo” Montemurri se atrevió a decir a viva voz lo que otr@s no podíamos balbucear pero necesitábamos escuchar:
“Gracias, Fernando!”.
VII
Y entonces fue que recordé lo que alguna vez escribió Samuel Butler disparando a la eternidad:
“Habremos perdido hasta la memoria de nuestro reencuentro…
Sin embargo nos reuniremos, para separarnos y reunirnos de nuevo.
Allí donde se reúnen los hombres difuntos: sobre los labios de los vivos”.
Como en tu arte: una propuesta.
Así por siempre será.