Yo decía que el bebé no se iba a morir, porque el bebé tenía un enterito inflable y flotaba.
Vanesa Fernández vivía en abril de 2003 sobre el Terraplén Irigoyen, a la altura de Entre Ríos, con el padre de sus hijos: Elvio, Araceli y Uriel Ramón Castillo. Tenía 23 años. Uriel tenía 21 días.
A la mañana estábamos en casa y cuando vimos que el agua llegó a Santa Rosa empezamos a cargar las cosas y fuimos a la casa de mi hermano, que está en barrio Chalet, Juan Díaz de Solís 940. Nos fuimos ahí porque como la casa era de dos pisos pensamos que íbamos a estar más seguros ahí. A la tarde, el agua de golpe empezó a subir rápido y nos desesperamos. Mi hermano estaba buscando para que nos llevaran y en ese momento llegó una canoa, con cuatro personas. Eran poquitas, subí yo y las tres criaturas. Era una canoa particular. Más de ocho personas no podían entrar. Y siguieron por Chalet, cargando personas. La llenaron, estaba repleta. Y después, en vez de salir por J. J. Paso, fueron para el lado de la cancha de Colón. Pero la subida se complicaba. El que manejaba los remos decía “Yo estoy cansado, ¿alguien más sabe remar?” y ninguno sabía remar. Él dijo “Yo estoy cansando”. Y cerca de una virgencita que estaba cerca de Colón, un poco antes, la canoa se golpea una vez y golpea de vuelta y se da vuelta. Caen todos, caen mis hijos.
Cuando nosotros subimos había una chica sentada, ella me pidió el bebé. Las criaturas se desparramaron por agua. El agua llegaba hasta el pecho. Yo le pedía que me diera el bebé. Y ella me decía “Quedate tranquila que al bebé no lo voy a soltar”. Y yo le dije “Dame el bebé, porque el bebé se va ahogar”. Ella me dijo que fuéramos cerca del portón de la cancha de Colón. Cuando nos íbamos acercando el agua empezó a dar vueltas.
El agua la arrastró a ella y soltó al bebé y me arrastró a mí.
Yo empecé a gritar de la desesperación. Yo no sé nadar, quería agarrarlo y el bebé lloraba. Mi nena que tenía dos años me gritaba “Mami, mami”, mi nene que tenía cinco años también. Y el agua, no sé cómo pasó, pero arrastró. El agua me hundía. Tragaba agua y me levantaba. Yo sabía que me estaba por morir, yo me estaba muriendo, yo no sé nadar. Tragué mucha agua. Yo sentía que me golpeaba con cosas. Siento algo que golpea el pecho y, con el mismo reflejo me agarro y era una las columnas que sostienen las tribunas, afuera del estadio. Me quedé prendida de ahí y empecé a gritar que sacaran a mis hijos. Yo después no supe más nada de mis hijos, yo pensé que mis hijos se habían ahogado los tres.
Estuve toda la noche colgada ahí, toda la noche, toda la noche. El agua subió y yo empecé a gritar, ya no daba más, me estaba por soltar, estaba cansada, tenía frío.
Una persona que iba cruzando en una piragua con unos amigos escuchó mis gritos. El amigo se quedó y él se cruzó a nado y se guió por mis gritos hasta donde estaba. Y se quedó conmigo. Habrán sido las doce la noche, se quedó toda la noche conmigo. Yo estaba colgada y no podía subir. El muchacho intentó por horas subirme a una viga, donde te podías parar. Al final me subió. Él me decía “Yo no te voy a dejar morir, porque vos no vas a morir acá. Vos tenés que vivir”. Yo le decía que se fuera porque mis hijos estaban muertos y no quería vivir más.
Cuando estaba en el agua, con el agua hasta el oído, sentía las explosiones de la cancha, cuando la cancha se estaba rompiendo. Sentía que se me venía todo encima.
Cuando se dio vuelta la canoa había personas que se estaban ahogando que se prendían de mi ropa y yo en la desesperación los empujaba y les pegaba y yo los arrastraba. Y yo quise dar vuelta la canoa y no pude. Porque se rompió. Ví como cuatro personas que estaban ahogadas, yo las ví. Empujaba los cuerpos que se ahogaron. Mi desesperación era salvar a mis hijos.
A la nena unos conocidos la salvaron. Ella era chiquitita. Justo cruzaba por ahí un oficial de policía, no recuerdo ahora el nombre. Él me contó que tuvo que hacer toda una odisea para dar toda la vuelta. Dice que tuvo que pisar cuerpos, todo. Que él se metió en un pozo con la nena. Que él la quería salvar a la nena, que tuvo que dar toda la vuelta por detrás de la cancha y pasar por la parte de los pinos. Hasta que la sacó y fue con un amigo del Fonavi. Él le preguntaba cómo se llamaba ella y ella le decía que se llamaba Anita Castillo. Tenía dos años, se llamaba Araceli. Y a mi nene más grande lo salvó un señor mayor, que ya falleció. Pensaba que era un sobrino de él. El nene mío se estaba ahogando y se agarró y se prendió de la ropa de él. Lo agarró, lo levantó de los pelos y lo abrazó. Pero yo no sabía nada. Yo no supe nada.
Porque yo le pedí a Dios que me devolviera un solo hijo de los tres. Porque yo no iba a seguir viviendo, yo me iba a quitar la vida, yo le pedí a Dios que no sea tan injusta la vida, “Devolveme uno aunque sea”, le decía, “para tener un motivo para seguir viviendo”.
Al bebé lo encontraron unos pescadores.
Eran casi las 9, era de mañana cuando me rescataron a mí. Fue una lancha particular de Santo Tomé. Ellos me rescataron a mí y a dos personas más, que estaban en las tribunas, adentro de la cancha. Y a mí cuando me llevan a Santo Tomé fue Cintia, mi cuñada, la primera que me encontró. Yo no caminaba. Estaba con una hipotermia avanzada. El médico me explicó que si yo me quedaba más iba a sufrir un infarto.
Tras ser rescatada, Vanesa es trasladada a un centro de evacuados: la escuela de comercio de Santo Tomé.
Al primero que encuentro es al muchacho que tenía a la nena. Se acercó él a preguntar, pidió hablar conmigo y me dijo “Yo tengo a tu nena, tu nena es así y asá”. Yo cuando la ví a mi hija la abrazaba y le agradecía a Dios. Todavía pensaba que los otros dos estaban muertos. Al mayor lo encontré el sábado. A mi nene lo encontró su abuelo. Lo llevaron a la escuela Colón y ahí reconoció al abuelo. El abuelo lo tenía, pero yo no sabía si él estaba vivo. Y el día sábado me lo trajeron y ahí como que ya estaba aliviada. Del bebé no sabía nada. En ningún momento yo perdí la fe.
De parte del gobierno yo no tuve nunca respuestas ni nadie se acercó a hablar conmigo. En su momento el que se acercó a hablar conmigo cuando era periodista fue Emilio Jatón. Respetó el dolor que pasé. Pero de parte del gobierno en ese momento, nadie, nada. Nada, nada.
No hicimos la denuncia. No estaba bien. Yo no estoy bien. Tampoco nunca recibí ayuda psicológica. Nunca me la ofrecieron. Nunca tuve atención. Desde eso que pasó, nunca.
A mí no se me murió un perro, se me murió un hijo.
Soy una persona que no puede andar mucho, se me complica ¿entendés? No tengo plata ni para el colectivo. Tampoco quiero que me den nada. Yo quiero un trabajo, ganarme dignamente la plata. Ir y trabajar, ganármela a la plata. Yo ahora estoy desamparada en todo sentido. Estoy sola con los nenes. Cobro la asignación, 1700 pesos por mes y 1500 uso para pagar el alquiler.
Después de la inundación, Vanesa tuvo dos hijos más.
Mi nena está en el segundo año del secundario, la más chiquita, Abril, que nació después de la inundación. Y le puse Abril por el mes en que murió el hermanito y después nació Julián, que fue un regalo de Dios. Él también va a la escuela, está en cuarto grado. El mayor está viviendo en otro lugar, ya tiene su familia. Tiene 20 años. Y mi hija mayor ya es mamá. Tengo una nieta de ocho meses.
Yo creo que va a quedar todo en la nada, va a quedar todo en el olvido. Solamente va a quedar en el recuerdo de las personas que perdieron los seres queridos, nada más.
Yo quiero tener alguna respuesta del gobierno, que se acerquen a hablar conmigo y me den una explicación porque mi hijo hubiera cumplido 15 años. Y me siento en total abandono de parte de ellos. Yo creo que ningún ser humano se merece estar así. Que alguien se acerque a hablar conmigo porque yo estoy sola con mis hijos. No tengo ayuda de parte de nadie. Yo pago un alquiler y después para darle de comer a mis hijos tengo que estar mendigando. Pan, para darles de comer. No es justo que yo tenga que terminar así, ni mis hijos. Nada más.
Vanesa ya estaba reunida con sus dos hijos mayores para el sábado 3 de abril. El domingo 4 la busca un patrullero, que la traslada a la Seccional 2ª. Allí le dicen que es para el reconocimiento de un cuerpo. Le muestran el enterito de Uriel. Ella no ve el cuerpo, lo ve su pareja. La sepultura fue el lunes 5.