La conectar igualdad se desvanecía tecla a tecla y programa a programa, como tantos recuerdos de otro tiempo. Pero algo en ella permanecía inalterable, la vaquita voladora del Huayra. Conocía esa palabra desde antes, porque una compañera suya del secundario se llamaba así, le parecía, incluso un lindo nombre. Pero cada vez que apretaba el botón para encender la máquina, el tiempo de espera hasta alguna reacción era impredecible, hasta que, en algún momento, irrumpía un cartel muy fugaz que ofrecía dos opciones de sistema operativo, Huayra o Windows, más una tercera a la que nunca prestó atención y no tanto por falta de curiosidad sino porque una vez que aparecía el cartel, había muy pocos segundos para lograr bajar, con el cursor, hasta la opción Windows, caso contrario, el sistema, por defecto, elegía el Hauyra y la vaquita volaba de un extremo al otro de la pantalla con una bandera argentina como capa. Entonces no quedaba otra que reiniciar la máquina y volver a intentarlo, tal procedimiento podía durar 8 minutos o 17 horas.
En su momento, aunque algo perezoso para aprender un poco y para comprometerse en algo, estaba de acuerdo con los software libres y los copyleft, con el cuidado del medio ambiente y todo eso, pero desde el primer día fue acumulado cierto desprecio hacia esa vaquita del Huayra que bailaba festejando la elección forzada como una burla planeada por siglos.
Tarde o temprano iba a pasar, primero fue un grito atenazado que se desprendía del cuerpo, un grito desesperado y agudo, gutural, que sacudió el polvo que flotaba en el aire. La gata salió disparada por la ventana. La vaquita ya volaba en la pantalla y la máquina, que también volaba, pareció pegarse un instante a la pared antes de caer en tres pedazos. Entonces juntó las partes y las azotó contra la otra pared y después pateó el pedazo más grande que rebotó en una pata de la mesa y se volvió a multiplicar.
Hubo un rato de silencio, de respiración agitada y sudor, pensó en bañarse pero el otoño ya repartía sus primeros fríos y no daba. Se asomó a la ventana por la que había salido la gata, y tiró todos los restos de la computadora. Vio desde arriba como algunos deambulantes se acercaban a mirar qué era y enseguida, decepcionados, continuaban su paso nervioso y vagabundo. Sintió olor a humo y el sol le pareció apagado y sucio.
Entonces buscó un toallón estampado, se lo ató al cuello y volvió a salir a la ventana. Se paró con las piernas abiertas y las manos en la cintura, notó que el toallón playero se movía un poco con el viento, sacó pecho y sintió que el día estaba más claro y que tenía un montón de cosas por hacer.