Una noche él se sintió descompuesto. Entonces dormíamos en unos colchones en el piso. Él ya no era el mismo.
Pedro Sieliwonczyk (59), canillita de la zona de Tribunales durante casi medio siglo, murió el 29 de enero de 2004. Tenía 59 años.
Él tenía problemas de hipertensión, estaba en tratamiento y la inundación lo shockeó mucho. Entró en un proceso de depresión. Justo cuando se cumplieron nueve meses desde que entró el agua, falleció por un cuadro de ACV. Eso fue lo que desencadenó el deceso. Pero, en realidad nosotros sabemos la causa.
Él estaba bastante shockeado porque perdimos todo, no nos quedó nada.
Los hijos eran cinco: cuatro mujeres y un varón, que en ese momento tenía trece años. Su esposa Eleonor, y sus hijas Claudia y Nadia, rememoran lo que ocurrió en los días en que el Salado tapó su casa en barrio San Lorenzo.
El 29 de abril era un día normal, estábamos con nuestras actividades, pendientes de la radio, a ver qué nos decían.
El intendente había dicho que no iba a entrar el agua. Estábamos en nuestras cosas. Él estaba haciendo su reparto. Yo le decía quedate, vamos a sacar las cosas. Teníamos el auto guardado en el garage, algunas cosas cargadas. Pero él se fue igual. Era su trabajo. Y bueno, después quedó todo bajo agua. Nosotros salimos con los chicos, con una camioneta de la policía. A nosotros nos entró a la tarde. Más o menos como a las 6, recuerda Eleonor.
Mi papá se iba a las cinco de la tarde al diario, y el agua entró después de que él se fuera. Decían que ya estaban desalojando el Hospital de Niños, que ya estaba bastante evacuado. Salí yo primera y me fui con mi sobrina que vivía acá a la vuelta. Y ellos quedaron con mis vecinos arriba del techo, hasta que pudieron sacarlos a la madrugada en lancha, dice Claudia.
Nadia, Claudia y Eleonor salieron de su casa y luego volvieron para rescatar a su perro y a su loro.
Salí con el agua en las rodillas Cuando volvimos, subimos por la escalera al techo, afirma Eleonor.
Nadia recuerda:
Esperamos en el techo. Después fuimos a la terraza del vecino. Estábamos todos a la expectativa de ver qué pasaba, cuando llegó mi viejo a las tres de la mañana. Cuando él volvió del reparto ya venía con el agua al cuello, apoyándose con la bicicleta, haciendo pie. Los vecinos lo ayudaron a subir al techo con una escalera. Tenía una hipotermia terrible, hacía mucho frío. Yo me acosté al lado de él para darle calor.
Casi se ahoga rescatando a su familia, dice Claudia.
Nos sacaron en una canoa. Nos largaron en Entre Ríos y San Lorenzo, donde ya no había agua, y ahí nos llevaron en una camioneta de la policía. Nos preguntaron si teníamos lugar para ir o un centro de evacuados.
Era la primera vez que la familia se inundaba.
Ni siquiera con el agua de lluvia cuando todavía el desagüe no se había hecho. En ese momento era todo zanja. Entonces, cuando llovía, obviamente, las personas de más allá de esta calle, sí se inundaban, les entraba agua por la lluvia. A nosotros nunca nos había pasado eso. Así que fue todo fuerte.
Las hijas recuerdan a Pedro por su trabajo, por los momentos en que el reparto de diarios terminaba y podían jugar con su papá en la placita del barrio.
El momento de inflexión era un domingo a la tarde, con suerte en los primeros años, que decía: "No voy, no reparto". Y si no, a la nochecita. Nosotros íbamos a la plaza a la nochecita, cuando él volvía de trabajar.
Le gustaba pescar cuando podía, o llevarnos a nosotros a la plaza. Pero el reparto de diarios y revistas te demanda mucho tiempo. No tenés fin de semana, no tenés feriado.
Pedro Sieliwonczyk había sido canillita desde los diez años.
Luchador para su familia, su casa. No tenía enemigos, vicios tampoco. Aparte de ser canillita, hacía electrónica. Siempre luchando para la familia, así lo piensa hoy Eleonor.
Mi vecino se ahogó. Él vivía solo. Se le avisó que tenía que salir y no quiso, era un hombre grande y quedó duchándose. Era el señor Ricardo Puchol. Él no quiso salir, le avisamos, lo queríamos llevar y no. Después, cuando volvimos a recuperar el sitio nuestro, no teníamos a las mismas personas.
Claudia y Nadia dicen, sobre la ayuda del Estado:
Viste que la casa está en condiciones precarias, y bueno, según las condiciones que tenía tu vivienda, era el subsidio. Entonces, para nosotros fue poco y nada.
Según la medición que ellos hacían, era el importe que te daban. Acá tomaron que llegó a tres metros el agua, y en realidad llegó a cinco. En el patio está la medida, está marcado. No sé si lo habrán hecho en el momento, recorrido en el barrio. Quizás nuestros horarios de laburo no coincidían con eso. Por lo menos, no nos encontramos con eso nosotros.
A mí me prestaron una casa mis amigos, y vivíamos al lado de la granja de La Esmeralda. A mí papá le costaba mucho, calculá que toda su vida vivió en esta parte, en el sur. Y su trabajo también era acá. Hasta que pudimos ocupar acá, pasó un tiempo... Y después bueno, asistencia que venía, venía en un horario que nosotros teníamos que seguir con nuestras actividades. Entonces no nos llegaba. Incluso muchas veces para los productos de limpieza, teníamos que andar buscándolos nosotros.
Nosotros tuvimos que comprar todo. Viste que había lugares donde cocinaban, pero nosotros no coincidíamos.
Eleonor agrega:
Más que nada esto se daba en los centros asistenciales, pero como nosotros no fuimos a un centro asistencial. Igual, la contención psicológica, nunca existió para nadie. Ni en el momento, ni después. Y hasta el día de hoy, tampoco.
Es una cosa que si la obtuviste, fue por tus propios medios. La fortaleza de cada uno, eso es lo que valió. El estado de cada uno.
Las mujeres continuaron luchando, juntas, para poder salir adelante.
Eso fue algo duro que a él le tocó. Fue lo más triste que nos pasó, pero hay que seguir. Nosotros seguimos con mis hijas, luchando. Cuando pasó esto, me hice cargo yo con las chicas del reparto de diarios. Doy gracias a que siempre nos dieron el lugarcito para que nosotros continuáramos. Pero fui luchando hasta seguir adelante, hasta conseguir mi jubilación. Hace cinco meses que lo dejé.
Esa es mi historia, que sigo adelante y que nunca bajé los brazos. Con la ayuda de las chicas, la familia, que es lo más grande que me dejó Pedro, aparte de tener un techo.