Dinero y entradas: cómo la dictadura contribuyó a la institucionalización de las barrasbravas para mantener la “paz” en los estadios. Historia y prehistoria de la violencia en el fútbol.
El fútbol argentino convive con la violencia prácticamente desde sus comienzos, aunque las barrasbravas, conformadas como hoy se las conoce, son un fenómeno posterior. La vinculación de los hinchas de fútbol y la muerte está a pocos años de cumplir un centenario, ya que muchos historiadores de este deporte recuerdan un asesinato de Montevideo, en 1924, luego del último partido del Campeonato Sudamericano entre uruguayos y argentinos.
La historia de esa final, hoy conocida como Copa América, mostró una imagen curiosa para aquellos tiempos de fuerte rivalidad entre las selecciones de Uruguay y Argentina: Romano y Zibechi, dos jugadores orientales, llevaron en andas a Américo Tesorieri, el arquero rival, que fue aplaudido por el público por su destacada actuación. Aquella muestra de fair play fue el broche de oro de la disputada final del Sudamericano de 1924, que terminaría en un empate sin goles y consagraría a los uruguayos como campeones. Sin embargo, las muestras de paz y caballerosidad del estadio Parque Central de Montevideo cederían paso a la barbarie pocas horas después.
En la puerta del hotel Colón, donde se alojaban los jugadores argentinos, se concentró un grupo de hinchas para ver a sus ídolos de cerca. Al ver a sus compatriotas en la calle, algunos jugadores albicelestes salieron a los balcones para saludarlos y recibieron una pequeña ovación de los presentes. De pronto, un individuo completamente ebrio empezó a gritar a favor de Uruguay y lanzó insultos hacia los argentinos. Los jugadores reaccionaron arrojando botellas y vasos y contestando los agravios, pero las provocaciones siguieron, por lo que algunos futbolistas ganaron la calle y se unieron a sus seguidores para castigar brutalmente al agresor. En ese momento, salieron en su defensa Pedro Demby y Leopoldo Fernández, ambos uruguayos, que además increparon a los argentinos. De acuerdo con un testigo, Demby se desabrochó el saco y tomó postura de boxeador, cuando un individuo extrajo un revólver y le disparó dos tiros, que hirieron a Demby en el cuello y la garganta. El disparo causó el desbande general y el atacante huyó hacia el hotel. Según el diario oriental La Razón, el jugador argentino Cesáreo Onzari conocía al agresor y le facilitó la fuga. Demby fue trasladado al hospital Maciel, donde falleció al otro día. Las sospechas del asesinato recaerían sobre José Lázaro Rodríguez, alias El Petiso, conocido hincha de Boca, quien sería un protegido del arquero xeneize Tesorieri y además había viajado junto a la delegación argentina.
El 3 de noviembre de 1924 el joven uruguayo Pedro Demby se trasformaba en el primer hincha fallecido por la violencia del fútbol argentino, paradójicamente en tierras extranjeras. Mientras tanto, en Buenos Aires el diario La Nación destacaba “el carácter puramente policial” del hecho, desligando todo tipo de conexión con el fútbol (dirigentes o jugadores). Desde aquel caso en Montevideo hasta esta segunda década del siglo XXI, los violentos del fútbol dejaron centenares de víctimas fatales y un mayor número de heridos.
La culpa de Suecia
Desde aquel asesinato al uruguayo en 1924 hasta 1958 se producen algunos actos de violencia que terminan en tragedia, pero este fenómeno sufrió una importante transformación a finales de la década del cincuenta. El año 1958 es reconocido como el comienzo de las barrasbravas actuales, con el asesinato de Alberto Mario Linker. Debido al homicidio de este hincha de River Plate, en octubre del 58, la sociedad toma conocimiento de la existencia de grupos organizados al publicarse una nota tres días después del hecho en el diario La Razón, que vendía 500 mil ejemplares. Aparece el concepto de “barras fuertes” como algo ya conocido en el fútbol, que todos los dirigentes sabían que existían y dónde paraban, y que son el paso previo a la aparición de las barrasbravas.
Luego del desastre argentino en el Mundial de 1958 (eliminación 6 a 1 ante Checoslovaquia) llegó la “industrialización del fútbol”. Fue el puntapié inicial, ya que se necesitaba controlar todos los aspectos que intervenían en el juego. Antes del surgimiento de los grupos violentos, cuando un equipo jugaba de visitante era presionado por la hinchada rival. Esto motivó la organización de las barrasbravas como respuesta a esa presión.
El destacado investigador periodístico Amílcar Romero dijo: “En el fútbol argentino ya estaba institucionalizado que si uno jugaba de visitante era inexorablemente apretado. Aunque no se tratara de barrasbravas tal como las conocemos hoy. Los locales te apretaban y la Policía, si no miraba para otra parte, también te apretaba. Eso hubo que compensarlo con una teoría, que en la década siguiente fue moneda corriente: a todo grupo operativo con una mística y capacidad de producir violencia la única manera de contrarrestarlo es con otro grupo más minoritario, con tanto o más mística para producir violencia”.
De esta forma cada club comenzó a tener su barrabrava, las cuales eran financiadas por los dirigentes de la institución. A estos grupos les eran entregadas entradas y se les pagaba los viajes a los estadios, sumándose luego otras formas de financiación. Pero el acceso a estos “beneficios” por parte del barrabrava dependía de la jerarquía que tenía dentro de la barra. Para obtener ese prestigio se debía ser violento.
[quote_right]Había un detalle a corregir por los dictadores: controlar que las tribunas no sigan siendo potenciales focos de manifestación y denuncia de los crímenes que se estaban cometiendo.[/quote_right]
La importancia del crecimiento de las barras amparadas institucionalmente tuvo dos presidentes responsables: Alberto Jacinto Armando (Boca) y Américo Vespucio Liberti (River). Ambos decidieron reinventar el “fútbol-espectáculo” como forma de atraer público a la cancha. Las hinchadas dejaron de ser espontáneas y efímeras, A medida que pasaban los torneos, esos “grupos” se comenzaron a volver más adictos a la gestión de turno. A finales de los 60, Julián William Kent, presidente del club River Plate (1968-73) avaló la creación de “Los Borrachos del Tablón” con la intención de que el grupo presionara a los jugadores cuando estos disputaran mal un partido. En Boca, en 1967, bajo la presidencia de Armando, se formó “La Barra de Cocusa”. En esta banda estaban el famoso Negro Bombón, Jorge Corea y Cocusa.
En democracia y en dictadura
Las barras comenzaron a transitar su propio camino de la mano de la dirigencia del fútbol, que en muchos casos también estaba ligada a la política, ya sea nacional, provincial o municipal. La historia de estos muchachos violentos y su relación con el poder no se reduce a los clubes ni a los gobiernos democráticos, las dictaduras también supieron usar sus “habilidades” para colaborar al clima de terror social. Una muestra de esas cualidades la desarrolló el “Negro” Thompson, el histórico fundador de la barrabrava de Quilmes. En el libro Fútbol, violencia y política, de Andrés Klipphan, se cuenta cómo fue convocado a una reunión junto a otros hinchas por el comisario general de la Policía Federal Alberto Villar, cuadro fundador en 1974 de la Triple A. El comisario los recibió en su despacho para advertirles “sobre el peligro de la infiltración extremista” en las hinchadas. “Tienen que estar muy atentos y colaborar con la Policía y el gobierno”, pidió el policía.
Los vínculos estrechos con la política, el poder judicial y los dictadores también aparecen cuando el “Negro” Thompson fue chofer de Julio Cassanello, presidente de Quilmes cuando salió campeón de Primera División en 1978 y, a partir del 1° de Octubre de 1979, intendente de facto de Quilmes durante la dictadura (hoy es juez de la Cámara Civil y Comercial).
Lo más grave para Thompson es que se le adjudica ser el responsable del primer asesinato futbolístico por “aguante” cuando mató a dos hinchas de Boca. Disparó desde un auto al grito de “¡Aguante Quilmes!”. Fue detenido por la Federal, pero al poco tiempo lo liberaron.
Lo peor de lo peor
La dictadura más cruenta, la que comenzó Videla (1976) y culminó Bignone (1983), supo utilizar a cientos de “Negros” Thompson. El desembarco dictatorial del 24 de marzo 1976 comunicó el estado de sitio y rápidamente ejecutó el plan de desapariciones, tortura, robos de bebés y muertes. Para que todo eso pueda llevarse a cabo tuvo que callar a los medios, a las voces independientes y prohibir las manifestaciones públicas. Pero mientras los militares y sus cómplices avanzaban en su plan del horror, el único entretenimiento que estaba permitido era el fútbol, que además se televisaba en directo por el Canal 7. Pero había un detalle a corregir por los dictadores: controlar que las tribunas no sigan siendo potenciales focos de manifestación y denuncia de los crímenes que se estaban cometiendo.
Dos años después llegaría el Mundial del 78, para esa época ya habían aplicado su plan económico y social a pura muerte. Eran tiempos de mostrarle al mundo un país ordenado, próspero, abierto, derecho y por sobre todas las cosas humano. Para eso debían evitar que haya “infiltrados” en las tribunas y reclutaron hombres cuya tarea fue mantener la “paz” en las canchas y reforzar la imagen de un gran país, que alentaba a su Selección con una alegría pocas veces vista. Estos grupos recibieron dinero, lotes de entradas y una caja como para financiar sus viajes y su “fanatismo”. Las barras a partir de ahí pegaron un salto cualitativo en su organización y funcionamiento: aprendieron que el fútbol deja plata, pero si está metida la política deja todavía mucho más.
El mayor deterioro lo provocaron los principales actores de la democracia, desde el 10 de diciembre de 1983 en adelante, que lejos de llevar a los barras a la Justicia, les aumentaron su dosis de poder.