Desde 2014, desarrolla su labor sacerdotal en Santa Rosa Lima. Allí llegó por elección propia y no puede imaginarse fuera de las zonas más pobres de la ciudad. En diálogo con Pausa, mostró especial preocupación por los problemas de infraestructura, el delito, los abusos y acosos sexuales, la deserción escolar y la falta de empleo que aquejan al barrio. Y no soslayó la compleja realidad que viven los chicos.
Durante la conversación repitió y enfatizó a la palabra “encuentro”. Lo considera una necesidad ante la “indiferencia” que sufren los chicos y sus familias carenciadas. Por eso no deja de valorar los lazos que se tejen en la comunidad de Santa Rosa de Lima, barriada de la que se siente parte, sin la cual no se imagina porque su deseo no es otro que llevar a cabo su tarea sacerdotal en las zonas más pobres de la ciudad. Santafesino de nacimiento, criado en Sargento Cabral y unionista, Matías Camussi ofreció mates y comenzó diciendo que “lo primero que se ve son falta de oportunidades para la gente de nuestros barrios”.
“En nuestro caso, la inseguridad no es solamente que te arrebaten una bici del patio o que te aprieten en la calle para que les des algo. Sino que estos pibes, que son quizás los que van a robar, también tienen otras inseguridades. La inseguridad de la falta de una casa digna, la inseguridad relacionada a la incertidumbre de la familia por la falta de trabajo. Son situaciones que hacen que los chicos dejen de ir a la escuela, al club o a la iglesia católica o evangélica”, enunció despojado de enconos, pero con un acentuado compromiso. Puso el acento “en la crisis de las instituciones y que los chicos no encuentran una institución que logre el encuentro. Una institución que busque que el pibe se sienta bienvenido, recibido, acompañado, bancado así como es. Que no se le pida ‘cambiá y vení’”.
—¿Cuáles son los mayores problemas que afectan al barrio?
–La casa, la incertidumbre respecto de la escuela, la crisis familiar. La violencia. Quizás se visualiza más la de género y, obviamente, está bien. Pero hay violencia que los chicos sufren desde que nacen respecto a la falta de consideración. Los niños sufren mucha indiferencia respecto de sus padres –remarcó–. La inseguridad que tiene que ver con la falta de infraestructura, pavimentación, cloacas, luz, gas, el cordón cuneta. Que alguien se preocupe para que no se viva en la basura, para que no pase frío. Que alguien se preocupe para que no se tenga que pasar una noche en la calle –reclamó.
Problemas comunes
Semanas atrás, este cura junto a otros pares que trabajan en las parroquias ubicadas en el cordón oeste de esta capital le expusieron al defensor del Pueblo, Raúl Lamberto, una serie de problemáticas comunes que convergen en la seguridad, el delito, la falta de infraestructura y de servicios y la situación particular de la niñez.
“Tratamos de no puntualizar en cosas personales o particulares, sino en cuestiones más generales. La cosa se encauzó en torno a la Secretaría de Niñez y en el Ministerio de Seguridad. Planteamos que lo que hay se aproveche. Las fuerzas de seguridad, por ejemplo. Que los que están hagan lo que tienen que hacer. Lo mismo en Desarrollo Social. Porque hay gran cantidad empleados y gran cantidad de herramientas, pero parece que no se usan. La presencia policial es muy pobre. Pasa Prefectura, pero lo que hace es un paseíto. Tiene que haber alguien que controle que el trabajo se haga bien, que lo que hay que se aceite y que sea real, sino es una máscara”, postuló.
—¿Cuál fue la respuesta del defensor?
—Que él no era quien ejecutaba. Era quien lleva la voz del pueblo. Aunque fue interesante el ofrecimiento de parte de sus equipos. Ofrecieron sus teléfonos y nos dijeron “trataremos de no dar vueltas”.
“Y se terminó el Estado”
A modo de ejemplo sobre lo que se vive a diario en las calles, Camussi relató una experiencia reciente: “Cierro la parroquia, me vuelvo a mi casa y para una moto y me dice ‘padre, ¿usted sabía que esa mujer con cuatro hijos que está allá sentada pasó la noche acá en la plaza? Y esta noche la va a pasar de nuevo’. Fui y le dije ‘¿fuiste a Acción Social? Sí, pero me dijeron que como no es un caso de violencia no me pueden dar una casa. Es verdad, la casa que ofrece Género es un refugio para casos difíciles. Hablé a Género un par de veces y me han dicho ‘si no lo necesita como último recurso, sí. Pero en lo posible tratá de buscar familias’. Y se terminó el Estado. Se lo tuve que resolver, los mandamos a una casita que tiene Cáritas que tiene familiares internados”.
Camussi luego comentó que esa mujer llegó a Santa Rosa de Lima desde Las Flores para evitar que su padrastro, salido de la cárcel, intentara violar a sus hijos. Así fue como buscó techo en la casa de su suegra, pero allí se encontraba el ex marido que dispone de una orden de restricción respecto de ella. “Es un caso de los muchos que tenemos en los que el gobierno no da la solución. Y nosotros no nos vamos a encerrar”, sentenció.
—¿Se acercan los equipos gubernamentales al barrio?
—Esta chica fue a Niñez y Adolescencia de la Municipalidad. Y si vas y te dicen que no te pueden atender porque no es un caso de violencia, y dejás que una mujer vaya con cuatro niños, que son tu objetivo, sabiendo que van a pasar la noche en la calle, ¿qué pasa ahí? ¿Por qué ocurre eso? –planteó con un dejo de indignación–. Es el trabajo de ellos bregar para que esos cuatro niños no pasaran la noche en la calle. Iban a dormir en la plaza. Desde que me enteré, no dejé que duerman en la plaza. Cómo puede ser que la Iglesia tenga elementos para esto y el Estado, que tiene todas las herramientas a su disposición, no lo pueda hacer.
—¿Cuál es la situación de los chicos en el barrio?
—La educación está bastante bien. No tiene que dejar de crecer. Sobre todo en el nivel primario hay un trabajo bastante interesante. Aun así no hay que descuidar la deserción escolar. En el secundario está mucho más tremenda la cosa porque es donde aparece la deserción. No está del todo trabajada la cosa. Por ejemplo, el Estado ofrece La Juntada (un centro cultural emplazado en Mendoza al 4200), pero está del otro lado de la vía. Culturalmente, del otro lado de la vía es fuera del barrio –explicó–. A la gente no le queda accesible y no todos pueden ir porque en el barrio no todos se pueden manejar por todos lados por los conflictos de familias. En Santa Rosa no se puede tener un lugar que quiera concentrar a todos porque es un barrio muy extenso y hay muchos problemas de entrecruzamientos de familias o de bandas antagónicas.
—¿Los chicos comen en la escuela?
—Acá todas las escuelas tienen comedor y en nuestro caso hay convenios. Los chicos almuerzan en la escuela. Y a la noche, no sabemos. A veces puede ser que sí, a veces que no. A veces puede ser el alimento que corresponde y otras veces puede ser tortas fritas y mate, que es masa y agua. Comprar frutas, verduras, una alimentación variada… eso para los pobres es muy difícil.
—¿Qué pasa con la deserción escolar?
—En el nivel secundario es muy alta. Los chicos entran en círculos de violencia de adicciones. Las adicciones son cada vez más. Dicho por la gente del barrio. Cada vez es más común. Me asombré porque en Villa del Parque hasta el pibe o la piba más rescatable fumaba porro. Está bien, hoy en día está muy generalizado. Pero de esto puede pasar a cualquier otra cosa. No hablo de consumidores ocasionales que tienen todo para salir, sino de esos que son muchos que tienen una adicción que poco a poco se va instalando. Llegan a los 18, 20 años metidos de lleno en el consumo.
—¿Se realiza algún trabajo particular sobre adicciones?
—Sobre adicciones, nada. Por eso luchamos para que salga la Ley de Emergencia en Adicciones a nivel provincial y nacional, porque no hay nada. Esto no se soluciona con chaucha y palito. Se necesita un trabajo serio.
Pese a todo lo expuesto, el sacerdote reconoció que “no hay una ausencia total del Estado en el barrio”. Sin embargo, “el centro de salud tiene muchísimo laburo y es chico. En Villa del Parque –donde también trabaja– la situación es parecida. La gente que trabaja en los centros de salud es buenísima. En Villa del Parque está muy bien porque es un barrio más reducido. Pero acá quedó bastante chico, de hecho el año pasado tuvimos una protesta y llamamos a los medios porque es un lugar reducido”. En este punto cabe consignar que la población de Santa Rosa de Lima oscila entre las 35 mil y 40 mil personas, mientras que en Villa del Parque no supera las 10 mil.
“Por opción personal”
Camussi se instaló en Santa Rosa de Lima el 18 de febrero de 2014. “El primer lugar donde estuve como sacerdote fue Gálvez. Vine por opción personal. Primero llegás con todos los ideales –reflexionó–, con todas las ganas de transformar la realidad, de transformar la parroquia, convertir a todo el mundo, hacer miles de cosas. Primero fue venir, conocer, tirar a la borda un poco lo que quería y adaptar lo que quería hacer a lo que el barrio necesita. Sobre todo, fue mucho de aprender, conocer la realidad, la gente, adaptarme al lugar, darme la cabeza contra la pared en un montón de cosas, descubrir la realidad y, en base a eso, ir pensando, ir viendo, ir tendiendo redes, favorecer la red barrial”.
Si bien por las calles del barrio son “habituales los tiroteos y escuchar tiros, Santa Rosa es gente de laburo, miles de mujeres que van a limpiar casas, que trabajan en la administración pública, miles de hombres que son albañiles, que trabajan en la Municipalidad. De mañana, Santa Rosa es chicos de guardapolvo yendo a la escuela y madres llevándolos al jardín –describió complacido–. Mucha gente que quizás se porta recontra mal, pero a sus hijos les está gestando una historia distinta. Y capaz que es narco y se caga a tiros con los vecinos y los manda a la (escuela) Sagrado Corazón (que es privada), tratando de que sea bien distinta la vida de los hijos. Eso es interesante, no dejo de valorarlo”, señaló.
—¿Tiene conocimiento sobre casos de abuso a menores?
—Un montón. Tremendo. Miles. Cantidad de adolescentes que me dicen “cuando fui chica me abusaron”. Algo hay que hacer. Mucho abuso, acoso, manoseo. Me preocupa mucho. Los niños no lo dicen, primero, porque es una situación fea. Y los chicos, generalmente, anulan la experiencia traumática. Salvo, como me enteré hace unos días, que una abuela al nieto de tres años le insistía “a vos nadie te tiene que tocar la cola o el pito, nadie te tiene que manosear”. Entonces el nenito le contó que un nene de siete años lo había manoseado. Y en esto, verdaderamente, Niñez no hace nada. No sé si lo visualizan. Si están al tanto de lo grave. Dejan que el niño abusado vuelva al lugar donde fue abusado. Y eso es tremendo.