Después que, en 2003, empezaron de nuevo las clases, iba yo en taxi pensando en la célebre frase atribuida a Unamuno: “Como decíamos ayer”, que en realidad había dicho Fray Luis de León al retomar su cátedra en Salamanca después de un exilio de cinco años, por la Inquisición. (Puesto que siempre, al empezar su clase, Fray Luis resumía la anterior). Y me dije que no, que eso estaba pensado para ignorar lo pasado, para borrarlo, como si en esos cinco años ninguna tribulación hubiese transcurrido. Así que, al revés, decidí suspender el trabajo habitual de la cátedra porque sabía que los estudiantes sentían lo mismo que yo: perplejidad, pánico, angustia. No borrar, sino abrazarnos; pensar en cómo contribuir a restañar las heridas de una comunidad partida en pedazos, y, en ese trayecto, a nosotros mismos. Entonces, con Adriana Falchini, Juan Pascual y los estudiantes de ese momento, hicimos un libro que se llamó Contar la inundación. Los pibes salieron con un grabador en la mano a recoger testimonios porque la palabra de los afectados, su relato, era una forma de buscar sentido, de organizar el caos.
Decíamos que “La ausencia criminal del Estado abrió las condiciones de posibilidad que llenó la extraordinaria congruencia de la gente. Es decir, de los santafesinos, que con lanchas, piraguas, viviendas, ropas y alimentos, salieron a salvar a quienes experimentaban lo peor de la catástrofe. La pregunta es si las personas que salvaron a las personas, y en ese trayecto se salvaron a sí mismas, lo hicieron así porque ya sabían que los responsables de la vida y la seguridad de los ciudadanos no iban a hacerlo. Las declaraciones que el intendente de nuestra ciudad hizo el 29 de abril en LT10 expusieron su trágica liviandad. El intendente no sabía. No vaciló en su ignorancia y su irresponsabilidad en ningún momento y ni siquiera tuvo las “intuiciones” del gobernador. Pero el caso es que ya lo sabíamos. Algo ya había estallado en nuestra sociedad …El Estado no faltó solamente esta vez. Falta desde hace mucho tiempo. Por eso la gente actuó en el lugar de esa falta…
“Los santafesinos sabíamos de algún modo lo que ocurriría: estaba en la memoria de todos; nadie lo sabía, pero lo gente actuó como si lo supiera. Lo cual no significa que esa ausencia del Estado, volviendo a presentificarse, no causara, una vez más, escándalo, abandono y desamparo. Teníamos memoria de lo por venir”.
Pero ojalá las cosas pudieran situarse en únicamente un día. Como dice Juan Pascual en su memorable introducción al libro, “Junto al retroceder de la orilla comenzó la purga de la basura, de todo lo perdido, y la limpieza. Una serie apocalíptica de fuegos ardieron en todas las esquinas y frentes de las casas, con todos los pasados en llamas. Se comentó que en ese corto lapso los servicios encargados de la recolección de los restos acopiaron una cantidad de desechos equivalente a la que se produce en una año entero. Esta imagen no necesita ninguna comparación doméstica, porque el único parangón es la cremación de los muertos”.
Entonces, quince años después, Francisco Bitar reescribe nuestro libro y, con ello, inscribe en la historia de nuestra ciudad otro testimonio. Su libro se llama Mi nombre es Julio Emanuel Pasculli. Julio, entonces en su primera juventud, entregó su testimonio por escrito, y decía: “Mi nombre es Julio Emanuel Pasculli, mi casa está situada en Barrio Centenario. Disculpen por no escribir nada más que esto, porque me siento muy triste al recordar lo sucedido esa noche, yo ahora estoy bien pero… me falta algo desde ese día, por suerte no es ningún amigo ni algún familiar, pero siento que se llevó algo de mí, así como se llevó muchas vidas; ahora entiendo lo que mi abuelo me dijo una vez “El río no tiene gajos”. Desde entonces no fui a nada más a la costa del río”.
En esa reescritura, algo canta. Es una suerte de letanía oscura donde las cosas y las personas se reúnen en aparente desorden pero que, a la vez, es unánime y pareja: son voces que repiten las mismas o similares palabras, en relatos que buscan un descanso imposible.
Francisco, al recoger esas inscripciones, restablece un tiempo que no ha logrado pasar del todo. Ha quedado allí; quince años después, nada está salvado. Pero esas voces que se replican, también, en la composición, se buscan entre sí. A la manera en que en aquéllos días los santafesinos salimos a cobijarnos entre nosotros, en este libro las voces buscan, en la reiteración, encontrarse entre sí, hacer comunidad.
Las voces en todos los tonos, desde el dolor a la nada: “la noche lloraba sola…la verdad es que no tenía noción del tiempo”: “nadie lo vivió… seguro que le habrá pasado a todo el mundo”; lo cotidiano “yo estaba dando Roberto Arlt” y lo remoto: “como si fuera de papel manteca” atrayéndose y alejándose en un mismo movimiento.
Porque si de los gritos y los llantos de esas noches se hizo lugar también al relato y a la reflexión, ahora deviene un poemario que subraya lo que había dicho Seferis: “La memoria, donde se la toque, duele”. Y si duele es porque no tuvo cura, es porque sigue la herida abierta. Pero ahora canta. Nos canta.
Nota al pie: Los estudiantes y otros profesores que participaron de la redacción del libro Contar la inundación fueron: María Noel Antas, Verónica Casalongue, María Laura Champani, Adriana Cian, María José Corbalán, Dante Jacquet, María Laura López, María de los Milagros Maese, Carolina Savoré, Iván Stiefel, Magalí Taris, Celina Vallejos, Daniela Venturini. Otras personas que se acercaron para realizar su aporte son: Oscar Vallejos, Daniela Gauna, Paula Fernández, Silvana Santucci y Gonzalo Geller.