Su esperanza de vida no supera los 40 años: el colectivo trans sigue pagando con el cuerpo la discriminación y la exclusión social. Denuncian retrocesos en los apoyos desde el Estado.
Aunque Argentina cuenta desde 2012 con una Ley de Identidad de Género que es de las más avanzadas en su tipo en todo el mundo, la población trans sigue condenada a condiciones de vida marcadas por la exclusión, la pobreza y todo tipo de violencias. El odio descargado sobre sus cuerpos ya se llevó este año –en el Gran Santa Fe– a Cuqui Bonetto y Sol Gómez.
“Esta casa tiene un mural que recuerda a Coty Olmos –asesinada en 2015– y el 18 de marzo que es el Día de la Promoción de los Derechos de las Personas Trans es por la muerte de Claudia Pía Baudracco. Nuestros lugares de encuentro siempre tienen que ver con la muerte”, dice Alejandra Ironici, militante trans que hoy forma parte de la Subsecretaría de Diversidad Sexual de la provincia.
La muerte sobrevuelva el ambiente cuando se habla del colectivo trans. Con una expectativa de vida que no supera, en promedio, los 40 años, los transfemicidios son el último eslabón del “transfemicidio social”, una cadena de violencias a la que está expuesto históricamente este colectivo y que empieza con la exclusión familiar para continuar luego con la social y la del Estado.
Alejandra Ironici (42 años), Alexis Santa Cruz (24 años) y Victoria Stéfano (25 años) reconstruyen el momento de sus vidas en el cual comenzaron sus transiciones para poder ser, finalmente, quienes siempre fueron, dando cuenta de todas estas violencias.
“Comencé mi transición a los 5 años”, recuerda Ironici. “Soy clase 76, dictadura militar. El contexto familiar fue horrible, porque mis padres no lo aceptaron. Mucho tiempo después, luego de irme de mi casa y volver ya transformada, pudieron entender algo, pero no me aceptaron totalmente. En lo social también fue muy difícil, sobre todo en un pueblo como Tostado. Sufrí mucha discriminación y maltrato en todo el proceso educativo, mis compañeritos me empujaban al baño de mujeres porque me veían afeminado y cuando estaba en séptimo grado me presentÉ en un concurso de la escuela queriendo bailar con una pollerita tutú y un body. Lo mínimo que me gritaron fue puto, maricón, trolo. Ahí tuve mi primera crisis, que según los médicos era un ataque de epilepsia, y termine internada en una clínica con un shock emocional terrible”.
Alexis, que milita en Chicos Trans Santa Fe y trabaja también en la Subsecretaría de Diversidad Sexual, comenzó su transición en plena adolescencia, hace unos siete años, en un país muy diferente a aquel en el cual Alejandra había iniciado la suya. “Para mí fue complicada la búsqueda de información sobre qué era ser un varón trans”, cuenta Alexis. “Ahora hay más visibilización, pero en aquel momento yo no conocía ningún chico trans. Cuando decidí hablar con mi familia y mi círculo íntimo tuve muy buena aceptación, soy de los pocos que la han pasado dentro de todo bastante bien, eso me llevó a querer militar y ayudar para que otros chicos tengan buenas experiencias”.
Victoria, estudiante del Profesorado de Historia en la Almirante Brown, también ubica su transición en la adolescencia, entre los 15 y 17 años, pero a la vez reflexiona: “Creo que reducimos la transición a ese momento en que nos ponemos tal o cual ropa, siendo que es un proceso que atraviesa transversalmente nuestra vida y que tampoco tiene un punto de culminación”. Consultada sobre cómo fue ese momento en particular para ella, responde contundentemente: “Si pudiera definirlo sería con dos palabras: violencia institucional. De todas las instituciones de la sociedad. Para mí fue trascendental reconocer que la escuela fue mi mayor espacio de martirio, porque no alcanzaba con todo lo que yo sufría en casa, siendo un putito, sino que también veía esa exacerbación de la violencia dentro la escuela. Puedo resumir en mi paso por la educación lo horrible, lo temible, lo repugnante, pero a la vez lo más maravilloso de mi transición. Creo que a los 21 años fue el momento de maduración, donde entendí que esto era claramente irreversible y que el mundo me estaba abriendo paso, la ley de identidad ya se había aprobado hacia unos años, el mundo ya era distinto, el eje de opresión se había movido unos centímetros y era posible existir, que ya era todo un planteamiento radical el de la existencia”.
—¿Y cómo es ser trans hoy en Argentina y en Santa Fe?
—Alejandra Ironici: Estamos viviendo un momento de retroceso. Las leyes que hemos conquistado, así como las escribimos con una mano, se borran con el codo. Se han vaciado un montón de programas nacionales que nos protegían, que nos amparaban, como el Programa de Salud Sexual y Reproductiva, el Seguro de Capacitación y Empleo, y quienes más sufrimos con ese tipo de medidas somos las mujeres trans, lo pagamos con nuestros cuerpos, porque no se mejora la calidad de vida de las compañeras, que siguen en la calle, prostituyéndose, sin poder acceder a una vivienda, a un trabajo real y digno. En la provincia estamos intentando crear una bolsa de trabajo que nos permita negociar con determinadas empresas para que las compañeras puedan llegar a un trabajo real. Tenemos que corrernos un poco de esta idea de que la única responsabilidad es del Estado, la sociedad también es responsable de nuestra exclusión.
—Victoria Stéfano: La inserción laboral es hoy una batalla perdida, porque los proyectos existen pero se han cajoneado. Hace casi un año que batallamos con la Municipalidad para que reconozca un proyecto de cupo laboral. Hemos logrado la victoria de cierta visibilidad, pero de todas formas las políticas no alcanzan a hacerse carne. Lo vemos en un montón de espacios y uno de esos es el espacio político, que creo que lo podemos invadir desde las estructuras colectivas, que podemos hacerlo nuestro desde las calles, con la militancia.
La representación del colectivo en los espacios políticos y gubernamentales es urgente y necesaria para poder avanzar en la conquista de derechos. El 8 de marzo el gobernador Miguel Lifschitz elevó a la Legislatura el proyecto de ley de paridad de género para las listas de candidatos provinciales y municipales, pero allí sólo se estipula la alternancia entre varones y mujeres. “Las identidades trans no estamos contempladas ahí. No estamos en un lugar de igualdad con las mujeres, por eso es necesario que se nos nombre explícitamente en esas leyes”, afirma Ironici. “Vivimos todavía en esa cuestión de seguir pidiendo monedas”, agrega Stéfano, “mangueando políticas que inevitablemente nos llevan a pensar que una va a estar atada de por vida a esas estructuras estatales esperando que nos den algo, un poco de reconocimiento simbólico, un poco de plata, y eso no nos permite trascender de esa mentalidad compacta de que la calle es nuestro lugar, no la calle tomada para la revolución, sino como prostitutas, como objeto de consumo masculino”.
Hacerse visibles
Los varones trans son, quizás, el sector del colectivo LGBTI más invisibilizado, lo cual es un arma de doble filo. Según Ironici, son más aceptados socialmente, ya que de cierta manera responden a la heteronorma siendo varones, “para nosotras el castigo es doble, porque consideran que traicionamos al género masculino”, afirma. Para Alexis Santa Cruz, “al estar tan invisibilizados tenemos poca información, hay chicos que ni saben que pueden acceder a la hormonización. También se creer que al ser trans somos heterosexuales, y eso no es así”.
Chicos Trans Santa Fe agrupa a varones trans de la ciudad y el domingo 18 participaron del tercer encuentro de varones, el primero que se hace en la ciudad. “Queremos empezar a hacernos ver, queremos aprender de las chicas, que nos ayuden y acompañar al colectivo”.
Feminismo trans
El 8M, cuando el movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis llenó las calles de la ciudad para reclamar por derechos y demandas históricas, se pudo ver a Alejandra sosteniendo la bandera de la Mesa Ni Una Menos Santa Fe y a Victoria leyendo sobre el escenario las consignas del documento consensuado por las agrupaciones.
—¿Se sienten contenidas dentro del movimiento de mujeres?
—Victoria: Muy contenida. El feminismo es la salida, no vislumbro otra forma de coexistir dentro de este sistema, y creo que el abolicionismo es uno de los puntos esenciales de esa forma de concebir un nuevo orden social, es una batalla que debemos dar, que quizás no veamos nosotras los resultados pero estamos abriendo el camino para un montón de pibas que van a venir. El movimiento de mujeres nos permite terminar con la representación y hablar con voz propia, hay que estar ahí, ocupar esos espacios, demanda tiempo pero da mucha alegría.
—Alejandra: Creo que las políticas públicas se sostienen en el tiempo si hay redes de contención, y esas redes están en el feminismo, nosotras la única forma de poder pegar el salto cualitativo es a través del feminismo, no hay otra, sino vamos a terminar catapultadas a la nada, que es de donde venimos. Y estoy de acuerdo con Victoria, no tenemos que esperar que nos represente alguien, hay que ocupar esos espacios para conquistarlos desde adentro”.