Orson Welles es conocido por algunos hitos que han marcado un antes y un después en la historia de los medios. En el año 1938, alrededor de las ocho de la tarde, el Estudio Uno de la Columbia Broadcasting en Nueva York se convertía en el escenario donde Welles iba a interpretar, acompañado de la compañía teatral Mercury que él mismo dirigía, la novela del escritor británico H.G. Wells, La guerra de los mundos. Cuenta la leyenda que 12 millones de personas entraron en pánico pensando en una posible invasión alienígena. “Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de baile para comunicarles una noticia de último minuto procedente de la agencia Intercontinental Radio. El profesor Farrel del Observatorio de Mount Jennings de Chicago reporta que se ha observado en el planeta Marte algunas explosiones que se dirigen a la Tierra con enorme rapidez... Continuaremos informando”.
Hoy, resultaría imposible que cayéramos en la misma situación. Jamás nuestros medios nos informarían sobre algo fraudulento. Y mucho menos, pensaríamos que un tornado se acerca.
El querido Welles escribió, dirigió, produjo y protagonizó lo que hoy es un clásico. Esos que hay que ver, más si se transita por un taller de cine. Estamos hablando de El Ciudadano Kane su primera película. En ella retrata la vida de Charles Foster Kane, un magnate de la prensa de Nueva York que tuvo a los mejores periodistas trabajando para él. Su ambición por el poder justificaba todo tipo de artimañas y manipulación de la información, desde la guerra hispano-estadounidense hasta su campaña para convertirse en gobernador de Nueva York. Haciendo una adaptación local, sería algo así como una película de Héctor de Clarín. Quizás en una remake local Héctor Horacio en vez de decir Rosebud, diría Pelopincho o Bidú-Cola. También podríamos hacer una versión que nos cuente la vida de Mirtha. Pero a la Chiqui la queremos porque es de Villa Cañás y es el pariente facho que tenemos en toda familia, que nos chicotea en los almuerzos familiares. Esos que antes eran de asado de costilla y hoy son de marucha o carne de cerdo en las mejores familias. Sí, también los hay veganos que asan morrones con huevo batido, pero no es el tema de esta columna, al menos hoy.
Si estuviera en un almuerzo, yo diría que la mejor película de Orson Welles es F de Fake, film del año 1973. Esto me lleva a pensar porque generalmente no me invitan a almorzar y segundo que a nadie le importarían estos menesteres. Hay veces que es más prudente debatir si lo mejor es la cassata o el helado artesanal.
En el comienzo de la película, el estimado Orson interpreta a un Mago que dialoga con un niño. En esa secuencia se sirve de artilugios para mostrar su truco. Nos muestra cómo hace desaparecer el dinero y nos asegura que será devuelto. Es muy similar a las Lebacs y la fuga de divisas. Todo espectáculo de magia consta de tres actos. El primero es la Presentación. El segundo la Actuación. El tercero es el Prestigio. Tríada clásica de todas las historias. Ahora imagine a Toto Caputo frente a los legisladores. Se presenta, actúa y saca un papelito. O en palabras del mago de F de Fake: “A modo de introducción esta película es acerca de los trucos y el fraude… acerca de las mentiras. Contadas al lado de una fogata en un mercado o en una película. Sin duda casi todas las historias incluyen algún tipo de mentira. Pero no esta vez. Es una promesa. Durante la siguiente hora, todo lo que oirán de nosotros es verdadero y se basa en evidencia sólida”.