A Ana Rondina
Voy a imaginar que todo el mundo conoce –o rápidamente puede conocer, accediendo a la web- el poema Amor constante más allá de la muerte, de Quevedo. La cuestión es que hace unos años había escrito yo una especie de análisis del mismo, y hoy me desperté pensando en ese soneto, a propósito de haber leído varios comentarios acerca del amor en Facebook.
Llegado desde la Italia del 1200 sabemos que “El soneto organiza el mundo de un modo que muchos poetas consideran indispensable pero cuya explicación profunda todavía no ha sido completamente comprendida” dice Steiner en Extraterritorial. Pero Steiner, además de ser el ensayista más ameno y erudito que conozco, suele molestar con sus incomprensiones: “A lo largo de este ensayo he tratado de mostrar que no existe una respuesta adecuada a la cuestión de la fragilidad de la cultura”. Molestia que, claro está, nos hace pensar (aunque creo que en algún lugar complejiza también la cuestión de si sabemos o no pensar) y, por qué no, divagar un poco.
La cuestión es que en el centro mismo del soneto está el único verbo en tiempo presente de todos los catorce versos. Y, claro, es el más espléndido: “Nadar sabe mi llama el agua fría” dice.
Y en un solo renglón tenemos una actividad, un conocimiento, un ardor, una muerte. Síntesis perfecta del total del texto, que se organiza en torno de los temas del amor, metaforizado de diferentes maneras con forma de fuego: aquí está en su vivacidad más plena, pero en otros lugares es arder, y, en otros, al final, ceniza que deviene polvo e indiferenciación. Y las variadas formas que adopta el tema de la muerte: cerrar, postrera sombra, agua fría, etc.
Los otros verbos se presentan, casi todos, en forma de futuro. Inclusive empieza el poema con un infinitivo que tiene la fuerza de la muerte: cerrar, dice. Pero aquel presente es axial: el poema es todo un movimiento donde se subraya el saber del amor aunque este devenir está envuelto en un poder, que es el de la muerte, la cual, no obstante, no es fin, ni principio, sólo un estarse allí, eterno: “polvo serán, más polvo enamorado”.
No obstante, con una amiga, leyendo atentamente esta obra, vimos que esplendía otra frase que en ese momento nos, diría, voló la cabeza: “alma, a quien todo un dios prisión ha sido”. Esperate, dijimos, ni la muerte puede con el amor (sin embargo, podríamos pensarlo al revés: será enamorado pero es polvo, con un poco de maldad, o sea, nada) pero está diciendo que el cuerpo es todo un dios. Es decir, acepta la cuestión de que el cuerpo aprisiona al alma, pero es obvio que el hecho de que todo un dios sea prisión del alma lo aleja años luz del cristianismo. El tiempo pasado, en la forma de pretérito perfecto, aparece tres veces en el primer terceto. Si bien el alma ha sido prisionera, aunque se trate de la prisión de todo un dios, si bien las venas han dado humor a tanto fuego y las medulas han ardido gloriosamente, este tiempo pasado no ha tenido lugar aún. Es un pasado que se encuentra en el futuro. No es un pasado en relación al “sabe” de la llama, sino que será un tiempo pasado al momento en que se haga presente la muerte, en la consumación de su tarea. En este momento hay que reenviarse al título del poema, que es donde todo empieza.