Una inusual perfomance deportivo artística tuvo lugar en la Liga Venadense, allá en los 80.
En cada rincón del mundo se puede encontrar un relato futbolero que vale un cuento. Desde la ciudad de Santa Fe hasta Venado Tuerto hay 340 kilómetros, en esta provincia que tanto fútbol respira podemos encontrar 340 historias entre la capital y la localidad del sur.
En Venado Tuerto, allá por 1984, un grupo de jóvenes decidió restaurar la abandonada Biblioteca Florentino Ameghino, que había sido fundada en 1920 por obreros ferroviarios socialistas y anarquistas.
Un grupo de jóvenes se propusieron restaurar una biblioteca desmantelada por los militares en la dictadura que se llevó puesto al país entre 1976 y 1983. Con la llegada de la democracia llevaron adelante un objetivo literario, social y “sin querer queriendo”, también deportivo. Marcelo Sevilla, uno de los integrantes fundacionales de aquel grupo de jóvenes recuerda en cada nota que le hacen: “Todo comenzó al final de la Dictadura, cuando un grupo de amigos formamos ‘Luz’, un movimiento heterogéneo pro arte, cultura y música al que le incorporamos la problemática de la desaparición de personas (en Venado Tuerto desaparecieron 12). Cuando llegó la democracia encontramos un lugar en la Biblioteca Florentino Ameghino, que estaba casi abandonada, y entre 10 y 12 pibes, de 15 a 25 años, la hicimos habitable y le sumamos actividades”.
La historia, que fue tan real como la pampa gringa venadense, hoy se hace leyenda a medida que la vamos descubriendo y contando los foráneos. Los libros, la cultura, las inquietudes sociales y el fútbol un día se encontraron en la biblioteca. “El fútbol empezó de casualidad, un sábado agarramos una pelota de plástico que estaba en la utilería para una obra de teatro de chicos y armamos un picadito”, cuenta Sevilla. Ese grupo tenía la particularidad de tener muchos “futboleros”, y según recuerdan los protagonistas se hizo una costumbre jugar los sábados en el patio de la biblioteca. Al poco tiempo un club del centro de Venado Tuerto organizó un torneo de Fútbol 5 y los pibes se anotaron con el nombre de La Biblio.
“Nosotros queríamos correr los límites en todo lo posible, también en el fútbol”. Tan cierto fue que la vestimenta también tiene su historia: “para la camiseta usamos los materiales que teníamos en la utilería del teatro, los disfraces del taller para chicos: eran colores muy llamativos. Otros chicos de La Biblio hacían música en medio del partido con sus guitarras criollas y sus flautas dulces y cantaban temas más festivos que de aliento, por ejemplo de Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat. Perdimos la final pero fue lo de menos”, relata Marcelo Sevilla.
A fines de 1985 los chicos se entusiasmaron con el fútbol y decidieron afiliarse a la Liga Venadense y jugar el campeonato local. “La comunidad del fútbol no nos quería, pero administrativamente no había nada que nos impidiera anotarnos: la biblioteca tenía personería jurídica, antigüedad y socios. Sólo nos faltaba cancha, pero conseguimos una que estaba abandonada en un pueblo, San Eduardo, a 15 kilómetros de Venado”, cuenta Omar Majul, otro de los inspiradores de La Biblio.
A partir de ahí se dio rienda suelta a la locura. La alegría con la que vivían el fútbol y la vida los hacía diferentes en la pequeña ciudad.
Para empezar, los jugadores salían a la cancha con una camiseta roja y amarilla que se completaba con un pantalón multicolor y medias con ligas y pompones. Sí, pompones. Por supuesto que había camiseta suplente, y esta era blanca con el dibujo de una paloma y una pluma en el pecho. Como si fuera poco, el arquero Marcelo Dabove usaba un buzo que simulaba ser un frac.
Delirantes ganadores
Todos eran jugadores y dirigentes, con esa fuerza de estar adentro y afuera de la cancha, más la sangre joven que tiraba y tiraba para adelante, los muchachos que se habían propuesto rescatar un biblioteca histórica se encontraban jugando en la Liga Venadense en 1986.
El debut fue espectacular, porque ese mismo año ascendieron de la B a la A, y al año siguiente salieron campeones en Primera y hubo viajes para jugar en los viejos Regionales. A La Biblio la comandaba desde el banco de suplentes un veterano director técnico, Dionisio Rubio, un ex comisario que abandonó la Policía de Santa Fe por no aceptar las órdenes criminales que emitía la cúpula de la fuerza durante la tiranía de Jorge Rafael Videla.
Todo era raro para el mundo del fútbol, mientras las hinchadas contrarias los insultaban, los pobladores de San Eduardo tomaron a La Biblio como una causa del pueblo y desde las tribunas locales cantaban canciones que desconcertaban a los rivales: “Ay qué ordinarios son los contrarios, ellos tocan el bombo con la manguera, eso a nosotros si nos desespera”. En los pueblos más pequeños lo trataban de “drogadictos, putos y comunistas”, y desde las tribunas de La Biblio se escuchaba: “tomamos vino puro en damajuana y los boludos dicen que es marihuana”. Y las banderas también eran absolutamente diferentes para todo lo conocido: “Enamórese”, “La vida ataca a los molinos”, “San Eduardo contigo puedo” y “Tristeza aquí no entrás”. Lo importante era que creciera La Biblio, y Majul destaca: “el fútbol fue un pretexto para fomentar la lectura, los libros, el teatro y la poesía. El fin último era atraer gente para que se vincule con los libros”.
Desde el pie
El crecimiento de la Biblioteca Florentino Ameghino había superado todo lo que estaba en la imaginación de cada uno de los pibes. La experiencia de sana locura colectiva cruzó la frontera del sur santafesino. Los contactos fueron tantos y tan importantes que un día llegó Osvaldo Soriano, Eduardo Galeano y Mario Benedetti.
Juan Mascardi, director de la obra audiovisual La Biblio y el fútbol, rescata una anécdota enorme. “Un hombre medio gordo, medio pelado, medio canoso, medio tímido, medio petiso pregunta:
—Disculpen, ¿esta es la Biblioteca Ameghino?
Un grupo de directivos, hinchas y lectores, en su mayoría jóvenes recién salidos de la escuela secundaria, hacen lo de siempre: juegan al truco, pintan paredes, recauchutan libros, diseñan acciones, debaten ideas, componen canciones. Están en el hall de la Biblioteca Florentino Ameghino de Venado Tuerto, están tan concentrados en lo que están haciendo que responden automáticamente: “Sí, ésta es la Biblioteca Ameghino”.
—Yo soy Osvaldo Soriano, hoy tengo que dar una conferencia.
Los muchachos no reconocen al escritor sin rostro, al columnista sin foto. Los jóvenes que siempre devoraban las contratapas del innovador diario Página/12 jamás habían leído un libro de Soriano. El autor de las novelas Triste, solitario y final y No habrá más pena ni olvido había regresado a la Argentina luego de un prolongado exilio en Bélgica y se acercó a esa particular experiencia cultural que mezclaba literatura con fair play. Se quedó en la ciudad todo el fin de semana. “Hubo una amistad con Osvaldo hasta el día de su muerte”, recuerda Pablo Sevilla. “Él era un intelectual que amaba el fútbol”.
Soriano no fue el único escritor que recorrió los 370 kilómetros por la ruta nacional 8 para llegar a Venado Tuerto. Desde Buenos Aires, otros intelectuales hicieron el mismo camino: Tomás Abraham, Osvaldo Bayer, Beatriz Sarlo y Juan Carlos Portantiero, entre otros. Y, desde Uruguay, llegaron Galeano y Benedetti.
“El fútbol tiene la significación de una guerra sin muertos, pero con conflicto. Con drama, reflexión e ironía. Y amalgama a la familia, cosa que no consigue la política”. Así, el Gordo Soriano, definía su pasión, su eterno amor de infancia. Porque Soriano es, ante todo, futbolista. Fue uno de los pocos intelectuales que traspasó el espacio de los libros para cumplir un deseo: salir a la cancha junto a esa infrecuente formación donde el arquero vestía un buzo que emulaba un frac y los jugadores portaban bermudas a cuadros como un mantel.
“Fue en un partido en Murphy”, dice Pablo Sevilla. “A mí me tocaba, de algún modo, cuidarlo”. Soriano salió a la cancha con el plantel.
El equipo posa para la foto. El Gordo está de pie en el margen izquierdo abrazado al capitán Marcelo Sevilla y al arquero Marcelo Dabove, de frac, vincha y sonrisas. Minutos antes de comenzar el partido, Pablo, el dirigente, se acerca hasta el escritor porque lo nota conmovido, excitado.
—¿Te pasa algo, Osvaldo?
—Daría todos los libros que escribí en mi vida por volver a jugar al fútbol.
La historia duró pocos años, y hasta jugaron un partido el 1 de abril de 1988 ante el gran Newell´s del “Piojo” Yudica, el de Llop, Martino, Ramos, Balbo y Almirón, entre otros.
La historia duró lo suficiente como para pasar a ser un cuento consagratorio, como esos que escribía el gordo Soriano.