Por Juanjo Conti
Después de leer Borges y las matemáticas de Guillermo Martínez, se me ocurrió buscar en YouTube “Borges y la cumbia”. El primer resultado fue un video en blanco y negro en el que se ve al autor de El Aleph en una cancha de básquet al aire libre, adornada con guirnaldas y con tablones a los costados. Sobre los tablones hay vasos de plástico con (adivino) cerveza y platos con sanguchitos de miga. En el centro de una improvisada pista de baile, Jorge Luis se menea rodeado de tres lectoras que, tomadas de la mano, bailan a su alrededor. No reconocí la canción, pero busqué la letra en internet y la encontré. Se trataba de una cumbia colombiana sobre un hombre con el alma en pena por haber regalado, en una noche de borrachera, la agenda en la que guardaba celosamente los números de teléfono de una decena de amigas que siempre estaban dispuestas a complacerlo. El estribillo repetía: “Entregué mi memoria y ahora me arrepiento, regalé mi memoria, estoy en el desierto”.
Lo siguiente que voy a comentar no lo descubrí por mí mismo, sino que me lo hizo notar mi amigo Alejandro Grando, sagaz observador y eximio bailarín. En el rincón inferior derecho del video, en letras blancas y rectangulares, había una fecha. Esa fecha coincide con la del día anterior al viaje a Michigan que emprendió un Borges de más de ochenta años para dar cierta conferencia en una prestigiosa universidad. En otra entrevista que también encontré en YouTube, Borges cuenta que la noche en que llegó a esa ciudad tuvo un sueño. En él, un hombre sin rostro le entregaba la memoria de Shakespeare. Días después, dictó su último cuento. El video del baile permite entonces rastrear un poco más atrás el origen de esta historia. Ya no es su detonante aquel sueño en los Estados Unidos, sino que podemos remontarnos a esa fiesta en la que el escritor escuchó la letra de una cumbia y que horas más tarde, su inconsciente recuperó en un sueño.
No se gasten en buscarlo. Cuando anuncié mi hallazgo y empezaron a levantarlo en algunos sitios web de literatura, la noticia llegó a oídos de María Kodama, que se encargó de que el video sea borrado de la red. Por suerte, antes de que lo hiciera, lo copié. Si alguien lo quiere, mándeme un email y se lo envío.