Los trabajadores en una encrucijada: entre el mito de un Estado de Bienestar que no puede volver, el presente de flexibilización y un futuro que demanda la conducción del continuo desarrollo tecnológico.
El bombazo de desempleo menemista legó un nuevo sujeto social: el viejo trabajador, amigo del pequeño empresario nacional, pícaro como Dady Brieva, dejó su lugar al rabioso desocupado con empleo. Los trabajadores se saben en su condición esencial de no ser empleados. Que el empleo es una circunstancia. Que su alma es monotributista.
Las formas de regulación laboral son antiquísimas, no en el voraz sentido que el gobierno actual pregona. Pero la salida al avance de una mayor precarización por vía de la flexibilización laboral no se dará con la fantasía de un mítico mundo salarial del fordismo en un presente donde, por muestra, los carteros tienen que rogar que no se utilicen las boletas digitales. El desarrollo tecnológico reconfiguró todos los procesos de trabajo. Estos cambios no fueron encarados frontalmente por el modelo de negociación estatal y sindical de incentivo a la demanda interna y cuidado del empleo vía financiamiento estatal a las empresas en coyuntura de crisis. Hasta ahí llegó la imaginación.
Igual, fue muchísimo: en toda la democracia reciente no hubo un período tan extendido de aumento del poder adquisitivo y del empleo. El máximo avance, la ley para las cooperativas que recuperan empresas, que hasta impactó en nuestra ciudad, con Naranpol. El salario medido en dólares llegó a ser el más alto de Sudamérica, hoy ni siquiera se sube al podio. Mucho peor es la performance si se observa a los trabajadores pasivos y a los trabajadores sin empleo y con asignación.
Llegó el cambio y en tres años la pérdida del poder adquisitivo rondará el 40%, considerando el peso real de los tarifazos. Y todos somos más monotributistas que nunca: el 69% de los nuevos trabajadores registrados en la era Cambiemos viven de lo que facturan. Si antes el desocupado con empleo no se convirtió en otra cosa, ni tampoco se imaginaron nuevas formas de mando del capital, el emprendedurismo qualunque campea, junto a su odio feroz por los más dependientes de la asistencia social.
En el retroceso, no deben asombrar los sindicatos que se arrastran como en los 90. También se debe ponderar: el avance explotador no fue mayor por la férrea defensa gremial. Las preguntas caen solas: ¿por qué cuando las papas queman siempre quedan los traidores al mando de la CGT? ¿Y por qué caminos la dirigencia gremial combativa asumirá la tarea de liderar políticamente los nuevos desafíos?