Una explosión que se cocina desde hace rato: el movimiento de mujeres.
Pausa puso por primera vez en tapa la violencia de género el 1 de agosto de 2008, en su edición Nº12. En aquella nota se hablaba del “dolor puertas adentro”, de la necesidad de volver visible la violencia hacia las mujeres. Esa tapa y esa nota, como varias de las que les sucedieron, estaban ilustradas con imágenes de mujeres padecientes, asustadas en un rincón oscuro o bajo una mano que se levantaba amenazante.
Desde hace por lo menos tres años, las imágenes son otras: mujeres marchando y reclamando, abrazadas en la plaza que las reúne, bailando y haciendo sonar tambores, con consignas pintadas en sus torsos y con glitter en la cara. Y ya no hablamos de dolor puertas adentro, los titulares desbordan de revolución, de lucha, de encuentros, de sororidad.
La información que reflejábamos 10 años atrás mostraba algunas mujeres sueltas y solas, en pequeños sectores u organismos municipales y provinciales, intentando dar respuestas a una problemática que comenzaba a visibilizarse. Al igual que hoy, se chocaban con la falta de presupuesto y los oídos sordos de una Justicia que por entonces todavía hablaba de violencia doméstica o familiar, nunca de género.
Las mujeres también iban animándose a denunciar, aunque casi no tenían lugares de referencia a los cuales dirigirse y, en muchos casos, ni sabían que podían y debían salir de el espacio de violencia en que vivían, si querían sobrevivir.
Mientras tanto, el Encuentro Nacional de Mujeres crecía año a año, y aunque los medios tradicionales sólo se empeñaban en mostrar a unas cuantas locas pintando paredes, el feminismo popular iba tomando fuerza y forma.
Cuando el 10 de mayo de 2015 apareció en Rufino el cuerpo de Chiara Páez, asesinada y enterrada en su casa por quien era su novio, algo se rompió, estalló, y algo aún más grande comenzó a construirse. El dolor y el hartazgo ante la violencia desatada sobre el cuerpo de Chiara y el de todas, llevó a las calles a la fuerza política y social más fuerte de los últimos años en el país.
Militantes por los derechos de las mujeres, periodistas, artistas y referentes de distintos ámbitos lanzaron vía redes sociales una convocatoria que en pocos días se extendió por todo el país. “Ni una menos” era el lema, “Vivas nos queremos” la respuesta que le seguiría siempre.
Fueron marchas masivas, con mujeres y varones de todas las edades y colores políticos, en cientos de plazas en todo el país. Nadie, o casi nadie, podía no adherir a ese consenso básico, a esa consigna vital que gritaba “basta de matarnos”.
Pero esas marchas, ese movimiento de mujeres llenándose de mujeres que por primera vez se permitían pensar en sus propias historias de violencia, de adolescentes que no estaban dispuestas a vivir sin las mismas libertades que sus compañeros varones, hizo escarbar más profundo en el significado del Ni una menos: porque ni una víctima más de la violencia machista era denunciar las estructuras del poder patriarcal que tienen como último eslabón el femicidio, no como el único.
Así vinieron los reclamos por la paridad en los poderes del Estado, por la desigualdad en la distribución de las tareas de cuidado, por la brecha salarial, por la cosificación que ya no se soporta cantar ni ver en el cine o la televisión, por el acoso que nunca fue piropo, por poder patear una pelota, por la literatura con mujeres reales para infancias más libres; con el escrache a los ídolos que levantaron puños triunfantes y asesinos, por todas las violaciones y abusos que nadie creyó y que hoy ya no se pueden ni quieren ni deben callar más; por amamantar en libertad, por parir con respeto, por gozar de la sexualidad, por no estar obligadas a ser madres, por el aborto legal, seguro y gratuito.
Al Ni una menos le siguió el primer paro de mujeres de la historia Argentina, y a ese paro nacional le siguieron otros dos internacionales, con las manifestaciones más grandes que han caminado las calles de Santa Fe.
El movimiento feminista, de mujeres, trans, travestis y lesbianas, es hoy el actor más decidido del escenario político en el país, de exportación a todo el planeta. Un espacio donde conviven diferentes ideologías con un objetivo en común: el lugar que el sistema patriarcal le asignó a las mujeres ya no se tolera y no hay ámbito que no vaya a ser discutido y disputado para hacerlo caer.