Primer supermartes para el tahúr que preside el Banco Central

Un tipo que a través de sus empresas off shore compró bonos de deuda externa que él mismo ordenó emitir y que se enriqueció con la compra de dólar futuro gracias a una devaluación que generó su propio gobierno es ahora el encargado de que este martes más de 500 mil millones de pesos no se vayan corriendo al dólar.

El gobierno festejó la licitación de Lebacs del 15 de mayo pasado como si hubiera sido un gran éxito de política económica. En el medio, el dólar se disparó salvajemente, las reservas se tumbaron y el costo de retener a los timberos de las Lebacs fue subir la tasa de interés del 26,3% al 40%. Fue tan rotundo el éxito y tan bien salió todo que pasó apenas un mes y voló por el aire el titular del Banco Central, Federico Stutututu (qué alegría tener que dejar de escribir ese apellido), y en su reemplazo entró el lobo de Cardenal Newman, Luis Caputo. Mientras tanto, se dilapidaron reservas como nunca, la fuga de capitales se disparó y las nuevas corridas del dólar hacen que se vea como razonable que termine el año en 33 pesos.

Todo un vaciamiento el de las Lebacs. Eran un instrumento de política monetaria de avanzada: la metas de inflación, promocionadas por el hijo de Juan José Llach que fue vicepresidente del Banco Central. Genial resultó la política monetaria como sistema de control de precios. En 2018 la inflación será mucho más alta que en 2015. En verdad, será más alta que la de 2016 y, con ello, la más alta desde la hiperinflación de 1989, si estuvieran ponderados adecuadamente dentro del IPC del Indec las subas de la luz, el agua y el gas. Al final, hasta el FMI recomienda para el Virreinato que se disuelva esa bola delirante de deuda en pesos que dejó estrafalarias ganancias en intereses para los timberos. Desde que se volvieron el instrumento privilegiado del Banco Central, en enero de 2016, el país pagó 413.546.912.891 pesos a estos tipos que lo único que hicieron fue darle pesos al Banco Central a cambio de unos papelitos. En menos de tres años, pagamos 413 mil millones de pesos en intereses de Lebacs. Es el presupuesto de la ciudad de Santa Fe por más de 71 años. Y ya está pagado, ya se lo fumaron, ya fue.

Unos cráneos los monetaristas, qué bueno es tener los destinos del país en manos de gente tan capaz, tan formada, tan ilustre, tan gangosa y tan honesta. Sólo en la licitación de Lebacs de mayo se pagaron 36.115 millones de pesos en intereses. Ese fue el precio para que un grupete de no más de mil especuladores no hagan volar por el aire el precio del dólar. En un día, en apenas un día, el Banco Central pagó seis prespuestos anuales de la ciudad de Santa Fe.

El mecanismo se llama carry trade, desde los tiempos de Martínez de Hoz se conoce mejor como bicicleta financiera. Es así: se trae del exterior una parva de dólares a la Argentina y se la convierte en pesos, se ponen esos pesos en una timba que dé intereses que no hay en ninguna parte del mundo (las Lebacs), se junta un montón de plata y después, si la cosa se pone turbulenta o la burbuja se agiganta demasiado, se hace un fly to quality, que en buen castellano quiere decir rajar a lo seguro. Estamos en la fase donde los ganadores de la bici financiera se están pasando al dólar para irse del país con un montón de plata ganada por no hacer nada.

Una lástima que no te alcance para comprar dólares, ahora que no hay cepo, viste. A esta gente sí le alcanza. Le sobra. Y se la llevan gracias a tus pesos. Esos que no tenés.

Por eso la bola de Lebacs es paralela a la explosión de fuga de capitales. Armar una masa así de dinero, con cepo, puede funcionar para financiar al Estado. Sin cepo opera al revés: el Estado financia a los timberos. Todo tan hermoso: el 2017 fue el año con mayor fuga de capitales desde... siempre. Hubo un poquito menos de fuga de capitales que en 2008, cuando con las crisis de la 125 los dueños de la renta agraria la sacaron toda para afuera, y un poco más que en 2011, cuando abiertamente operaron para presionar el precio del dólar.

En 2017 se fugaron 22.143 millones de dólares. Pero en lo que va de 2018 (y sólo hay datos hasta abril, falta el desastroso mayo) la fuga de capitales ya llega a 8.986 millones de dólares. Es un 58% más que el mismo período de 2017 y un 102% más que en 2015. ¿Le gustaban las expresiones como saqueo o vaciamiento? Bueno, ni alcanzan para describir este proceso. Se están chupando la riqueza como si no les importara siquiera la gobernabilidad.

¿Qué pasará mañana? Aquellos que apostaron a las tasas del 40% en la última ronda de Lebacs no deben estar muy contentos. El gobierno no contuvo el precio del dólar. Quizás presionen hacia tasas aún más exorbitantes o quizás se vayan directamente al verde. La primera opción destruye la producción por encarecer el crédito y quitarle toda razón a una inversión productiva. La segunda empuja a una mayor devaluación y, con ello, mayores subas de los precios de los alimentos, las naftas y los servicios.

Los medios gubernamentales vociferan que los 15 mil millones de dólares que cederá el FMI al Virreinato servirán para aplacar la suba del dólar. Se dice que la mitad de ese dinero se utilizará para bancar la fuga y también se dice que el FMI no permitirá otra política cambiaria que no sea dejar libre el precio del dólar. Ambas cosas son, en el fondo, cuestiones menores, además de contradictorias. Sólo en este año vencen –hay que pagar– 74.152 millones de dólares de deuda externa. Para eso vienen los dólares del FMI: para pagar préstamos que no se puedan refinanciar. Préstamos que tomó el propio gobierno para... nada, porque están explotando todas las variables. No fue la pesada herencia: el 82% de esos 74 mil millones de dólares de deuda externa fueron tomados después del 2015.

Nada de lo señalado no fue anunciado aquí desde hace más de dos años. Son los resultados lógicos de estas políticas económicas en estos contextos. La pregunta real no es si estos tipos no se la vieron venir, la pregunta real es quiénes se están beneficiando con estas acciones, qué precio estamos pagando aquellos que no vemos ningún beneficio y en qué nos diferenciamos de una vaca que ve pasar un tren.

 

 

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