Llega el domingo, junto los platos, yo dejo todo por pensar qué columna escribir sin caer en el tema de siempre: la sarasa Cambiemos de la quincena. Todo el año igual. Yo creo que esta columna, en vez de Hora Libre debería llamarse “Los periplos del Licenciado Ramiro para no terminar escribiendo sobre Macri”. Por suerte, estamos justo en una época del año en la que, cada cuatro años, escribo una columna horrible que nadie quiere leer.
Sí, la columna es esa catarata de llantos y lamentos por todo lo que hicimos mal y la empiezo a escribir después de que Alemania nos deja afuera del Mundial. Ya sé que esta vez no fue Alemania. ¿Cambió en algo el resultado final? ¿No? Entonces déjeme quejarme en paz.
Con los teutones eliminados en primera fase, esta vez yo pensé que iba a ser distinto. Que iba a estar yo, acá, vanagloriándome de la columna en la que dije que Argentina iba a salir campeón porque, según Barba, no sé qué cosa con Guardiola y los que hacen goles en la final, combinado con el país donde dirige el DT catalán, sale campeón. Misma fórmula para Inglaterra. Pero nosotros hinchábamos por Messi, no por los Peaky Blinders. La cosa es que Barba me convenció de que íbamos a salir campeones. Que este Mundial era el capítulo final de la película de Higuaín. Y yo le creí. Les juro por Manu Ginobili que estaba convencidísimo. Y ahora, en frío, pienso: ¿por qué carajos yo iba a querer mirar una película basada en la vida de Higuaín? ¡¿Cómo se me ocurrió creerle?!
Bueno, en fin. Al menos le gané el Prode. ¿Cómo hice? Sencillo: apostaba por el equipo que no quería que ganara. Infalible. Una puntería de la hostia. También podría haber ganado apostando por los que jugaban contra los equipos que nombraba en mis columnas. Repasemos. Vamos a obviar la columna ya mencionada, donde mufé a Argentina y a Inglaterra en un solo texto. E-fi-ca-cia se llama. Antes del partido con Francia, otra vez inspirado por Barba, escribí que Maradona nos había curado el empacho y se morfó toda la mufa él solito. Bueno, se ve que un porcentaje de esa mufa viajó hasta Santa Fe, porque al otro día hicimos figura mundial a Mbappé. Nos comimos cuatro. Número siguiente: manifesté mi deseo de que Bélgica saliera campeón. A los dos días, quedó afuera contra los galos. Y digan que la final se jugó antes de esta columna porque si no hubiese escrito sobre mi deseo de que a la final la ganara la selección del país con una presidenta que es más facha que Micky Vainilla, pero que es rubia y se paga sus propios tickets de avión. Y si los editores creen que esto puede llevar a algún problema diplomático con los croatas, los autorizo a cortar esta parte (N. del E.: no es necesario). Solo les pido que recuerden que una vez les vendimos armas truchas y no dijeron ni mú. Los croatas… ustedes no sé.
Bueno, después hinché por España, por Egipto, por Perú (también culpa de Barba) y por Islandia… por eso empató contra Argentina. No podía perder ninguno porque hubiese sido una de esas paradojas que, según el Doc. Emmett Brown, hacen implotar al universo. Y si hay algo en el mundo a lo que yo le creo es a los que curan el empacho con la cintita y al Doc. Lo demás es prescindible. De todos modos, como de mis simpatías por equipos no hay registros, es opinable. Lo otro, claro está, es irrefutable. Como esa vez que escribí por primera vez sobre Julio Grondona y a la semana se pudrió todo en la AFA. O cuando me pregunté qué será de la vida de Martín Bustamante y a los pocos días tuve noticias de él, pero no precisamente de su vida.
Por eso estoy pensando en utilizar esta columna para ofrecerles un negocio. Y sí. No puedo esperar vivir bien del periodismo sin venderme a una gran corporación o a algún político; o llenarme de australes como docente universitario entrerriano. Tengo que diversificar, como dijo Esteban Bullrich. Volverme un emprendedor. Por eso él se hizo poeta del feto. O dar en adopción a mi pobre gata. Perdón: regalar, como dijo la diputada Regidor. Así que les propongo a ustedes, lectores y lectoras, que yo les mufo a quienes deseen a cambio de lo que ustedes puedan y quieran darme de comida, vinilos, ropa deportiva (acepto outlet), cervezas artesanales o unos auriculares inalámbricos para no escuchar al gordo roncador los #JuevesDeMierda. Garantizo absoluta discreción. Y no pregunto los motivos. Con lo que ustedes puedan darme, yo me conformo. Tómenselo como que soy el que les cura el empacho con la cintita. Es una colaboración.
Y bueno, qué quieren. El periodismo también es un negocio. Eso no quita que no lo pueda hacer de manera digna y honorable. Y a alguien me tengo que vender. A alguien le tengo que poder ubicar mi mercancía llamada Hora Libre. Y prefiero que sea a ustedes y en este periódico, con toda la demagogia del caso, antes que a Magnetto u otros mercenarios.