Hoy pasé por la casa de Mari Hechim a buscar un pañuelo verde (ya todes sabemos qué significa y seguirá significando por mucho tiempo “pañuelo verde”) que ella me compró y tuvimos una conversación sobre cine, nuestras respectivas columnas de esta edición del Pausa, el aborto legal, y de mi temor a que mi burbuja social sea más pequeña de lo que yo creo. Y que por ello sea mucha menos la gente que yo creo que piensa como yo.
Casi al final de la charla, y refiriendo a esto último, Mari me dice: “Estamos condenados a estar siempre en las minorías”. Yo me sonreí, y le respondí que estábamos destinados a serlo. Que es ahí donde más cómodo me siento. Me hizo sentir bien saber (ya lo sabía, pero ahora tengo la evidencia) que estamos del mismo lado, y que, muy probablemente, siempre vayamos a estarlo.
Al rato, le cuento a mi amiga María que me había comprado el pañuelo. “Ahora que estamos en el horno te lo compraste. Nunca vas a estar con el que va ganando, eh. Ni yo…” Está claro que por eso es mi amiga. Y porque es la mamá de mi amiga Irupé. Pero sobre todo porque también cuento con que sin importar el cuánto, el qué y el cómo, y sobre todo el por qué, estamos del mismo lado.
Tengo la fortuna de contar con las personas que quiero contar. Personas que se dan cuentan que tenemos el privilegio de vivir este momento. Que más allá de lo que suceda en el Senado, este contexto es el epicentro de un tornado verde. Estamos viendo una época de conflicto social, político, ideológico, cultural casi inédito en Argentina. Más que una marea, ya es un tsunami, y nosotros estamos surfeando en él. Para acabar con las alegorías inútiles, estamos asistiendo a una revolución. Y es feminista. Y no sé ustedes, pero yo no me la quiero perder. Y mucho menos ahora.
Pero más allá del deseo propio, como diría Gustavo Cerati, se trata de una necesidad. Y de necesidad en el sentido kanteano: las cosas son así y sólo así, y no pueden ser de otra manera. Esta marea no es contingente. No es coyuntural. No es accidental. No va a pasar de largo. Vino para quedarse. Más allá de que yo lo desee o no, no la voy a poder evitar. Desde luego que tampoco deseo hacerlo, porque es una revolución que está buenísima.
Es una revolución que solo puede emancipar. A las mujeres en primer lugar, claro. Pero también al resto de los géneros que no encajan en los estándares impuestos de manera violenta por la heteronormatividad.
Es irreversible. No hay manera de que las mujeres vuelvan al lugar que todavía muchos se obstinan en adjudicarles. Y esto va más allá, insisto, de que el aborto sea legal o no en Argentina. Esta es una más de las muchas batallas que las mujeres vienen dando desde hace décadas. El siglo XXI es el siglo de los derechos de las mujeres, no hay dudas de ello. Y lo demuestra, entre otras cosas, la agresividad con la que el poder establecido reacciona ante lo que entienden es un avasallamiento sobre sus privilegios. Y tienen razón, lo es. Por eso la revolución feminista es un acto de justicia. Porque donde hay un privilegio menos, hay un derecho más. Y eso siempre es una buena noticia porque no significa otra cosa más que va a haber más personas con los mismos privilegios que los privilegiados. Y estos últimos, a su vez, también ganan un derecho que, de hecho, ya tenían.
El aborto va a ser ley. Es inevitable. Es una batalla ganada. Las mujeres ya ganaron la batalla cultural. La batalla política. Se irá imponiendo en cuentagotas quizás, de manera imperceptible. Pero es imposible de detener. El patriarcado ya cayó. El macho tiene miedo. Se lo huele en su agresividad. Sabe que perdió la batalla simbólica y aunque mantenga todavía lugares de privilegio y de poder, también se van a caer. Es solo cuestión de tiempo. Y a juzgar por los cambios que de manera constante se van sucediendo en la última década, es probable que caigan antes de lo que nos imaginamos.
Pero que sea una cuestión de tiempo no la exime de ser también una cuestión moral y de política pública. Porque durante ese tiempo, se van a seguir muriendo mujeres oprimidas (y no solo por abortos clandestinos), se van a seguir explotando a trabajadoras por el solo hecho de ser mujeres o trans. Sus vidas y cuerpos van a seguir siendo objeto de las decisiones de otros.
Así que si es inevitable e irreversible, y todes lo sabemos, ¿por qué mejor no dejar de evitarlo para, valga la redundancia, evitar injusticias y muertes evitables?
Va a ser ley, no duden de eso. Y ese día voy a estar celebrando junto a las personas con las que quiero estar siempre en las minorías.