Es viernes 31 de diciembre, en rigor ya es 1° de enero porque son más de la 1, pero para la mayoría sigue siendo viernes 31. Tenés veintipocos años, pasás a buscar a tu novia que está con una amiga. Caminan para el lado del centro, todavía sin destino preciso, alegres de alcohol y disfrutando la intriga de esta noche que empieza.
El calor fue y es el tema principal de la mayoría de las conversaciones, sin embargo la música y los cohetes siguen saliendo de todos lados. En el cielo hay de esos globos que parecen faroles, cañitas silbadoras y cada tanto fuegos artificiales.
A las pocas cuadras, en la vereda de una casa, hay gente despidiendo o recibiendo a otra gente. Es todo muy rápido, alguien saluda, no está claro a quién, alguien ofrece un vaso para brindar, y una mujer, muy maquillada y prominente los invita a pasar al patio donde hay un barril. Tu novia y su amiga se miran y deciden entrar, se las ve muy divertidas y eso te entusiasma.
En el patio de cemento hay un tablón y una mesa de plástico con manteles de navidad. Restos de comida y postres. En una esquina un tipo cuenta chistes a los gritos y un grupo de mujeres ríen sin parar, a carcajadas estridentes. Hay dos o tres parejas bailando cumbia con oficio, alguna gente suelta y una larga ronda en torno al barril. Nadie parece tener menos de cincuenta pero sobran energías y deseos escandalosos de parranda y borrachera.
Bailás con una mujer de pantalón blanco bien ajustado que se enciende cuando suena la pollera amarilla. Tu novia y su amiga también bailan, primero entre ellas y después con distintos galanes canosos o pelados. Cuando la música se corta, entre quejas, la mujer que los invitó a pasar, anuncia que están preparando todo para el karaoke. En eso tu novia te mira como preguntándote qué onda, mientras se suelta de las manos con un morocho de pelo largo atado en cola. Hacés un mínimo gesto proponiendo la retirada a la amiga de tu novia y ella asiente pero casi al mismo tiempo, la mujer dueña de casa te agarra de una mano a vos y de otra a ella: “Vengan, antes de que se vayan les quiero presentar a alguien”, dice. Tu novia los sigue.
Entran a una pieza grande, hay una cómoda con una foto de Evita que tiene un vestido de plata rellenado con brillantina, al lado, un dibujo de San Martín con fondo de bandera. En la cama está Julito, sin moverse ni despertarse desde hace más de quince años.
“Acerquensé”, pide la mujer. “Es mi único hijo, cuando tenía 17 lo encontraron acá en la esquina así, tirado en la calle. A mí me gusta que cada tanto esté en contacto con otros jóvenes” dice, mientras ofrece la mano de Julito, que hasta entonces estuvo acariciando o frotando con sus dos manos. Tu novia no se mueve ni un centímetro de su lugar, vos tampoco. La amiga de tu novia se acerca un paso y toma la mano flaquísima y blanca de Julito. La luz del velador le da de costado, el pelo corto, peinado prolijamente, huele a colonia infantil.