Llegó el día compañeras, amigas, hermanas, novias, colegas, madres, hijas, sobrinas. Hoy vamos a ser testigos de la historia, de esa historia que venimos escribiendo juntas, nosotras, desde hace 50 años, con las pioneras, desde hace tres o menos con las adolescentes que nacieron al feminismo de la mano del Ni Una Menos.
En la previa, los conteos de la votación parecen sentenciar el rechazo al proyecto de ley, pero eso no nos detiene. Nos dijeron que de eso no se hablaba y lo sacamos a la calle, nos dijeron que jamás iba a llegar al Congreso y llegó, nos dijeron que no se aprobaba en Diputados y fuimos un millón en esa vigilia en Capital y quizás otro millón más por todo el país, y se aprobó.
Las mujeres ya no aceptamos un no calladitas y quietitas, deberían saberlo.
Las mujeres argentinas tenemos ejemplos de lucha de sobra: si nuestras madres y abuelas de la plaza siguen luchando cuando ya peinan toda una cabellera de canas ¿qué les hace pensar que esta marea verde plagada de adolescentes y niñas empoderadas se va a detener?
Tocamos a los poderes más enquistados y eso no es gratuito, lo sabemos. La Iglesia Católica sigue prendida de la teta del Estado y tiene una sucursal en cada ciudad y en cada barrio del país, ahí donde ni el mismísimo Estado llega. Es una voz poderosa, con recursos y con intereses. Nunca la subestimamos, como se dice por ahí, pero quizás creímos tener representantes menos mezquinos, menos especuladores, menos asustadizos ante sermones medievales y apocalípticos.
Pero la historia se encargará de ellos, como siempre. Y la historia pondrá las cosas en su lugar: aún con el pataleo de la Iglesia y de los sectores más conservadores y antiderechos de este país, fueron ley el divorcio vincular, la patria potestad compartida, el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, la de fertilización asistida, los programas de Educación Sexual Integral y de Salud Sexual y Procreación Responsable. Sí, a todo eso se opusieron los mismos que hoy se oponen a la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, ¿y saben qué? Todo eso es ley.
No es lo mismo que la ley salga hoy a que salga en dos años, o en cuatro, porque va a salir, eso una certeza. No es lo mismo porque mientras tanto las mujeres seguiremos abortando, algunas con la suerte que nuestra clase nos proporciona a base de dinero y contactos, otras con la desgracia de no tener recursos y exponerse a horrores innombrables, a la muerte misma. Y cuando eso ocurra, estaremos ahí para decirles lo que ya sabíamos: no salvan ninguna vida.
Este proceso es imparable y ya comienza a ser visto y analizado en el mundo, sobre todo por su marcada característica juvenil, algo inédito, la llamada “revolución de las hijas”. Hay toda una generación de niñas y adolescentes argentinas que no se come ni media. “Al patriarcado lo hacemos concha”, dicen, sin miedo, con rebeldía, pero también con convicción.
Sacamos al aborto del clóset, estamos logrando la despenalización social y esto es tan certero que hasta la vicepresidenta Gabriela Michetti dijo, en un medio masivo, que sus amigas habían abortado. Ni ella, una recalcitrante antiderechos, cree que sus amigas son asesinas, sino no lo diría.
Eso logramos, que el aborto sea tema de conversación, que todas podamos decir #YoAborté y sabernos acompañadas, juntas. Ahora sabemos a qué médicos o sanatorios no vamos a ir, a qué abogados no nos vamos a acercar, a qué periodistas no vamos a escuchar, a qué políticos no vamos a votar nunca jamás.
Ahora sabemos de las Socorristas, de la Red de profesionales de la salud por el derecho a decidir; sabemos cuánto sale el misoprostol, cómo se usa, cómo conseguirlo. Sabemos que nuestras madres, tías y abuelas también abortaron, muchas nos lo contaron entre lágrimas mientras nos agradecían eso, poder contarlo sin sentirse criminales.
El pañuelo verde ya es mucho más que el símbolo de la Campaña. Es el símbolo de un movimiento de mujeres que es la fuerza de cambio más poderosa, transversal e intergeneracional de este país. Seguirá colgado en las mochilas mucho más allá de hoy. Porque hay mucho por conquistar, porque falta mucho, pero se va a caer.
Señores senadores –y digo señores así, sin el “señoras”, porque la diferencia de votos en contra, hoy la dan señores varones mayores de 50 años– si deciden no oír la voz de las mujeres, de las jóvenes, de los jóvenes, de nuestros compañeros, de las calles pidiendo por nuestro derecho a ser libres y a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas, sepan que acá no se termina nada. Si deciden no escucharnos, entonces vamos a tener que gritar más fuertes.
Sea cual sea el resultado, nosotras nos ganamos a nosotras y eso ningún legislador ni político ni cura ni el papa, nos lo va a poder quitar.
A las calles compañeras. Y que sea ley.