Los últimos 10 días fueron más que 10 días. Fueron 10 días pero parecieron 10 años. Y me di cuenta hoy porque me senté a escribir esta columna, y a diferencia de lo que siempre me pasa, esta vez tenía millones de temas de los que escribir. Fueron 10 días muy intensos en los que pasó de todo. Tanto que hay cosas de las que no me acuerdo.
Como por ejemplo, un chiste que me dice Adrián Brecha que yo le hice a él que decía que no nos preocupemos por el dólar porque si llega a 27, muere. Yo no me acuerdo haberle dicho eso. Pero creo que a ese chiste se lo escuché a mi amigo Weinbaum. La cosa es que yo se lo hice a Brecha. En menos de 24 horas ya era viejo: el dólar valía 28. Esto pasó hace menos de un mes. Parecen décadas.
Estamos envejeciendo a un ritmo frenético. Pongo como parámetro “10 días” porque es el momento en el que recuerdo que comenzó esta catarata de temas posibles de mi columna. Divididos, mi banda favorita del mundo, sacó un disco después de ocho años. Entonces yo pensé en que la columna podía ser sobre eso. Me dieron el ok, me quise tomar el finde para descansar y el lunes, cuando me iba a sentar a escribir del disco de Divididos, pasa lo peor; lo que les advertí a los alumnos que, si pasaba, el cuatrimestre iba a ser un calvario. No, no me refiero el 15% de aumento con un 42% de inflación. Manu anunció su retiro. Pobres alumnos/as… qué cursado que les espera.
Y dije: “Bueno. La columna que estuve esperando tres años. Ya tengo tema: el adiós de Manu”. Minga. Con el cadáver todavía caliente, me llega un whatsapp de no importa quién exigiéndome la “columna de Ginóbili antes de que escribas el obituario en Facebook”. Tal vez lo de obituario es un invento mío. Martes y yo ya no tenía más Manu ni tema. El mundo es una mierda. Pero lo peor no pasó.
Cuando el vacío no podía ser mayor, aparece ese fetiche que todo lo llena y calma momentáneamente, mi neurosis obsesiva: el dólar. En 40 años de vida el dólar siempre me chupó un huevo. Pero cambiamos. Macri logró que yo hiciera dos cosas que jamás había hecho antes: que me preocupe el precio del dólar y que planee irme a la mierda. Total, no entro en la fuga de cerebros.
Que un día el dólar salía 31. Que el martes organizamos un asado para el viernes y lo terminamos pagando un 25% más caro. El miércoles el dólar llegaba a 40 pé. Había un olor a helicóptero que ni Caruso Lombardi lo podía disimular. Yo haciendo cuentas de cuánto ganaba si compraba dólares a 34 el lunes y vendía a 40 el jueves. Qué hermoso es siempre lo que nunca fue.
El viernes el dólar a 42 y yo no sabía muy bien por qué, pero estaba preocupadísimo. Hacía chistes en Facebook que capaz ni yo entendía y la gente ponía me gusta. Era todo caos. Y como a mí no me gusta ser un agente del caos, preferí callar y no escribir nada.
Todo era vértigo ese viernes. Yo estaba leyendo los diarios, escuchando la radio y tenía el televisor prendido por las dudas. La mañana se me pasó entre el dólar y Macri en 20 minutos. Cuando me di cuenta había pasado del primer mate de la mañana a “ya son las 12:30, ¿qué voy a comer?”. Fue como subirme al Delorean. El tiempo transcurrió al ritmo de la tensión, y no al revés. Incertidumbre. Que la corrida, que el FMI, que de golpe todos somos DT, que esto explota en octubre: quedé agotado. Y así fueron las mañanas de esa semana. Saturado de temas.
“No importa, me tomo el sábado”, pensé. Se cargaron 10 ministerios el sábado a la noche. O lo hizo Clarín y Macri no salió a desmentirlos. La cosa es que ni jugar al Carrera de Mente un sábado como la gran joda te dejan. Nos robaron todo.
El domingo me va a dar de qué hablar, seguro. Es el clásico y vengo medio manija con eso de que el fanatismo del fútbol me tiene podrido. Fue el clásico más aburrido de la historia. Dejé de jugar un bingo para ver esa basura.
Lunes: habla Macri. De golpe la onda eran las retenciones, pero culpa de los cuadernos no nos dimos cuenta. Aumentan los planes sociales. Volvemos al populismo… pero más pobres.
Ya es madrugada del martes. Tengo que terminar la columna. Pero me llegan memes de las declaraciones de Lilita y se me ocurren otras mil columnas. Les pido que “por favor no manden más nada porque es cambiar de tema cada 15 minutos. Vivir en un loop. Recomenzar a escribir permanentemente. Se parece a un cuento borgeano. La escritura infinita”.
Quizás para cuando termine la columna, ya todo volvió a cambiar. Todo es inestable. Todo cambia permanentemente. Todo excepto una cosa que anticipó Macri: “Va a haber más pobreza”. No hacía falta que lo aclarara, presidente. Ya nos habíamos dado cuenta.