Ni la devaluación la pudo parar. El Banco Central informó ayer que entre enero y septiembre se fugaron del país 24.795 millones de dólares. Supera a la fuga anual de capitales de 2008, 2017 y 2011, los años récord de sangría de verdes.
El dólar se fue a las nubes, pero la formación de activos externos del sector privado no financiero –la fuga de capitales– continúa a todo ritmo. Sólo en septiembre se fueron del país unos 1978 millones de dólares. Es bastante menos de lo que se fue en agosto, cuando fugaron 2790 millones de dólares, pero es una parva de plata. Digamos, con un dólar a 40 pesos, en septiembre se fueron del país más o menos unos 15 presupuestos 2018 de la ciudad de Santa Fe. Un mes de fuga, 15 años de presupuesto local.
Entre enero y septiembre la fuga de capitales acumuló 24.795 millones de dólares. No sólo es un incremento del 60% respecto del mismo período de 2017 sino que en apenas nueve meses se fue más guita del país que en los 12 meses récord de 2008 (23.098 millones de fuga). Este 2018 inevitablemente ostentará el record. En tercer puesto quedará otro año de la era Cambiemos: 2017, con 22.143 millones de dólares de fuga.
En promedio, durante 2018 se fugaron 2755 millones de dólares por mes. Si ese promedio se mantiene, o incluso si varía un poco a la baja, en el año se habrán perdido más de 30 mil millones de dólares, todos puestos afuera. Es mucho más de lo que ya desembolsó el FMI. Equivale, prácticamente, a todas las reservas que se perdieron en el año.
La timba financiera siempre termina así y este es el modelo más timbero de la democracia reciente –incluso, es más timbero que el modelo de Martínez de Hoz, durante la dictadura. El procedimiento de despojo es tan sencillo que aburre explicarlo. Los capitales especulativos vienen del exterior con sus dólares, los venden en Argentina y compran pesos. El Banco Central hace alharaca de que sus reservas crecen, mientras omite mencionar que los dólares llegan porque ofrece tasas de interés en pesos propias de un quebrado. Los especuladores aprovechan esas tasas –antes con las Lebacs, ahora con las Leliqs– y obtienen ganancias que nunca podrían obtener en ningún otro lugar del mundo ni a través de otro tipo de empresa, como poner una fábrica. Producidas las ganancias, cuando la burbuja especulativa es demasiado grande o hay un mínimo temblor, cambian sus pesos a dólares y se van.
La bicicleta financiera atrajo dólares en 2016 y a finales de 2017 comenzó a desinflarse. Fue entonces cuando comenzó la corredera, que se nota incluso en el egreso de los inversión de capitales de portafolio (compra y venta de acciones) como se ve también en el gráfico. En la huida, el dólar se disparó, las tasas también y las reservas bajaron. Se supone, la teoría supone, que las tres cosas nunca pueden suceder a la vez. Cambiemos lo hizo posible.
Ahora las Letras de Liquidez (Leliqs) ofrecen tasas superiores al 70% y a siete días, mucho más que las Lebacs, que además vencían al mes. Lo que era una bicicleta se transformó en una motoneta que, además, pone en riesgo la estabilidad de los bancos, porque sólo los bancos pueden comprar estos títulos.
Mientras tanto, el gobierno obtuvo su nuevo acuerdo con el FMI gracias a la media sanción del presupuesto 2019. Con esos dólares frescos podrá seguir financiando la fuga de capitales. Una cosa bien psicótica, como un cuerpo que no para de comer y cagar al mismo tiempo, todo el tiempo, sobre todos.