No les puedo contar lo lindo que es revisitar mi tesis de licenciatura para escribir una columna para Pausa. ¿Y qué hago yo ahí culpa de este pasquín de las calamidades? Bueno, ¿vieron que les dije cuando empezó la columna que no les podía contar lo lindo que bla, bla, bla? Era mentira. Sí se los puedo contar. Y además, si no se los cuento me quedo sin columna. Así que una vez más, voy a hacer lo que quiera, y si ustedes quieren, lo leen.
La cosa fue así. Aviso de retrasos en la entrega de la columna. La comprensión quincenal del jefe, con el agregado de un “política e iglesia” como sugerencia. Yo le dije que lo había pensado. La cuestión es que me siento en el escritorio y abro la tesis. Copio y pego el primer párrafo del capítulo IV llamado “Política y Religión S.A. (Sociedad Alienante)” (ay, era re trosko, qué lindo) porque me acordé de una cita de Hegel (no era taaaaaan trosko tampoco) para usarla como inicio de la columna, y al releerla fue cuando sentí un algo que es imposible de traducir a palabras, pero que a los fines comunicacionales puedo decir que sería así: “Jaja, ¿qué hago yo acá? Mirá lo que era”. Me hacía reír y me daba un poco de ternura que fuera tan intransigente y categórico en la tesis. Y encima, de fondo sonaba “Muerto a laburar” de Divididos, cuyo estribillo dice “Ay, si volvieras acá / no podrías creer qué pasó”, que incrementó esa sensación.
Pero, además, no podía creer lo lejos que estoy de ese pibe de 27/28 años. Del cual me siento súper orgulloso. Porque fui lo que tenía que ser cuando había que serlo. Y ahora que lo leo mientras lo pienso me doy cuenta lo previsible y predecible que éramos. Y yo que pensaba que de eso se trataba la revolución: hacer lo que todes esperan que hagas. Pero estaba buenísimo: las asambleas, las adversidades, los extremos. Éramos radicales de ánimo, diría Agnes Heller. Estábamos atravesades por ese “Feuerbach” (arroyo de lava en alemán, y además el apellido del eslabón olvidado pero necesario para el materialismo dialéctico de un tal Karl Marx) que nos enfrentaba en la lucha por una universidad pública, gratuita y democrática. Era hermoso. Nos sentíamos gladiadores y gladiadoras. Como les pibes que toman las facultades ahora y marchan de a miles por lo que es suyo: el derecho a la educación pública.
¿Y entonces por qué digo que estoy lejos si hoy sigo sintiendo que eso es fantástico? Porque ese pibe de 28 años que todavía no era licenciado, en ninguno de sus futuros imaginables concibió la posibilidad de que yo sea él mismo a los 40 años. Yo no existía en ninguno de los universos posibles del Ramiro de hace 12 o 13 años atrás. Hasta mis propies viejes me preguntan de dónde salí.
De un tiempo a esta parte empecé a decir que no volvería a escribir esa tesis como lo hice. Yo ya no pienso más así ni escribo así y me costaría muchísimo defender esas hipótesis hoy. La tesis está muy bien hecha. Pasa que yo me deshice y me hice otro inimaginable para el que escribió eso. Si me apuran, les diría que si ese estudiante platónico-kantiano-mediomarxista-freudianohastadondepodía-neurótico del 2005 leyera las columnas que escribo acá, le parecerían malísimas. Y yo creo lo mismo, pero por razones diferentes.
Pero él y yo sí coincidimos en esa frase de Hegel con la que iba a empezar esta columna. Ahí somos el mismo enunciador: “Política y Religión han obrado –dice Hegel– en común acuerdo. La característica saliente de esta sociedad es que la segunda le enseña al pueblo lo que la primera necesita”. En otras palabras, la Iglesia ayuda a perpetuar el gobierno de las minorías dominantes sobre la mayoría dominada. Y ese favor no lo hace gratis, obviamente. Eso ya pensaba y decía en 2005... Y además es probable que mis viejes estén leyendo un cacho de mi tesis por primera vez.
¿Cómo se cobra la Iglesia el favor de adoctrinar individuos para que asuman con resignación o naturalidad la desigualdad e injusticia? No tenemos aborto legal y gratuito pero sí muertes de mujeres por abortos clandestinos. Peligra la implementación de la ley de Educación Sexual Integral por una campaña sostenida en una consigna infame y falaz (“ideología de género”) que pretende oponer “lo natural” a “lo ideológico”, como si fuera posible. Pero antes fue el divorcio y el matrimonio igualitario. Y que hay vida desde la concepción contemplado en el Código Civil. Y además la tarasca. Claro, eso del Estado laico y que la Constitución no sé qué, bueno, una pelotudez: a la Iglesia el Estado le paga, porque al Vaticano le falta un montón de guita, pobres.
En esto último, con el que dentro de unos años va a firmar como Licenciado Ramiro (cuando se entere le va a parecer una estupidez), estoy de acuerdo. En eso pensamos lo mismo. Entonces, por ahí, cuando me vuelvan a preguntar de dónde salí, les digo que de ese, del que viene siendo, varias veces orgulloso, del que fue.