Contra toda razón, tres anécdotas grafican el increíble avance popular de Jair Bolsonaro.
Por Carolina Castellitti (Desde Río de Janeiro)
De todos los absurdos vividos en los últimos días, podría citar uno, el más anecdótico y simpático, pero no por eso menos cargado de significado: el domingo 21 compré una entrada para ver a Roger Waters en el Maracaná, al valor de una cena cara o una compra módica en el supermercado, gracias a una promoción de descuento del 60%. ¿El motivo? Los electores de Bolsonaro quedaron ofendidos con las declaraciones del artista en contra de su candidato durante el show en San Pablo y no irán al concierto. Algunas voces, como la del Ministro de Cultura actual (Sérgio Sá Leitão) llegaron a afirmar que el Partido de los Trabajadores, del candidato Haddad, habría financiado a Waters para contribuir con su campaña política. Juicios en torno a las letras de Pink Floyd y la militancia política anti-neoliberal y anti-fascista de Waters, suspendidos.
Otro hecho más explícito e igual de disparatado fue la discusión que tuve con una compañera de equipo, lesbiana y profesora de educación física, graduada de una universidad pública, en relación con una declaración suya en redes sociales a favor del candidato ultraderechista, la noche del domingo 7, cuando empezaron a definirse los números de la primera vuelta. Ante mi indignación y la de otros colegas sobre cómo ella, que reúne varias de las condiciones sobre las que Bolsonaro alguna vez se manifestó de forma despectiva y violenta, podía apoyarlo, respondió que “no estaba de acuerdo con todas sus declaraciones”, pero que era preferible “antes que el PT”. En el cúmulo de la incoherencia, me dijo que justamente por haber estudiado en una universidad pública estaba cansada de la forma en que el PT venía quitándole recursos a la universidad. Juicios en torno al enorme crecimiento de la educación pública de grado y posgrado, con inauguración de escuelas y universidades en todo el territorio nacional, programas de financiamiento de los estudios para quienes cursan universidades privadas, entre otras medidas implementadas cuando Haddad era Ministro de Educación de Lula (así como en torno a las declaraciones de Bolsonaro a favor de transformar toda la enseñanza en educación a distancia), también suspendidos.
Por último, podría citar al hombre joven, negro que el viernes pasado, durante una panfleteada voluntaria, nos dijo a mi y a mi amigo que pretendía anular su voto pero que “quería escucharnos”. Después de hablar durante algunos minutos de los premios que Haddad ganó como intendente de San Pablo, sus propuestas en las áreas de salud y educación, este hombre me miró y me dijo “si fuera Lula, yo lo votaría”. En su opinión, la reversión de esas políticas viene sucediendo desde mucho antes del golpe parlamentario de 2016, algo que él atribuía a una concesión innecesaria del líder petista, quien tendría todo el poder necesario para continuar gobernando. Ante mi cuestionamiento sobre cómo sería posible, entonces, que con tanto poder Lula terminase preso, el juicio también fue suspendido.
A esas anécdotas podríamos sumar una cantidad de declaraciones disparatadas sobre la necesidad de “terminar con el comunismo”, “ponerle freno al PT antes de que Brasil se convierta en Venezuela”, la necesidad de combatir la “ideología de género” que va a extinguir a la familia brasileña, el “adoctrinamiento partidario” en las escuelas y universidades públicas, y etcétera (la lista es larga, créanme).
Si esas anécdotas fueran solo un experimento de ciencia política avanzada, casos hipotéticos que uno debiera analizar aplicando determinadas teorías o principios de la democracia actual –dispersión de la izquierda, campaña digital y redes sociales, relación con las iglesias, etc– sería divertido. En un contexto de ataques violentos (y algunos asesinatos) por expresar apoyo al candidato del PT, agresiones abiertamente homofóbicas y transfóbicas, posible aprobación de una ley que puede designas a los movimientos sociales comoo el MST como agrupaciones “terroristas”, entre muchas otras barbaridades, el escenario es muy preocupante. No existe una dimensión de la realidad para la cual el triunfo de Jair Bolsonaro no constituya una gran amenaza: educación, cultura (fin del Ministerio de Cultura), trabajo (llegó a hablarse del fin del aguinaldo), igualdad de género, medio ambiente (deforestación de la selva Amazónica), pueblos originarios, seguridad social. Nadie se salva.