El gobierno logró todas las leyes que necesitó. La fase de la resistencia a Cambiemos ha terminado, sin el grito en la calle la crisis sería aún peor. La última victoria legislativa oficial acaso sea pírrica: todo el ajuste le será propio. La malaria del 2019 electoral será histórica. A Cambiemos le queda sólo el discurso anticorrupción. ¿Qué puede plantear la oposición?
No hubo ni un palo en la rueda para la gestión Cambiemos, apenas, si se quiere, chicanas legislativas. Toda esta miseria derramada de la acción neoconservadora –de liberales no tienen nada, son una máquina de subsidiar al capital financiero con tasas de ganancia superiores al 70%– es producto también de que todas y cada una de las leyes que el gobierno necesitó tuvieron su cerrado apoyo en el Congreso. El sistema político en su conjunto demostró su apoyo institucional al programa de Cambiemos, con la excepción de la izquierda y el Frente para la Victoria. La novedad actualmente fue la toma de distancia de una parte del Frente Renovador y de parte del rejunte de representantes de los gobernadores peronistas, Argentina Federal. Como sea, el gobierno tuvo su ley para pagar a los fondos buitres, tuvo su ley de blanqueo de capitales –y la aberrante modificación por decreto que permitió al clan Macri y sus allegados zafar su plata negra– y de "reparación histórica" –con la creación de la subjubilación del 80% y el verdadero saqueo del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses–, tuvo su reforma previsional y su reforma tributaria, tuvo todos los presupuestos de todos los años en que gobernó, cosa que no sucedió con el kirchnerismo. Las zancadillas apenas fueron una ley antidespidos y una ley para frenar los tarifazos, ambas vetadas sin el escándalo mediático que tuvo el veto al 82% móvil para los jubilados, allá lejos y hace tiempo. El resto de las decisiones de gobierno se tomaron por decreto directo, incluyendo la toma de deuda con el FMI.
Cuando Macri quiso una ley, la tuvo. Es un dato que el feminismo de Cambiemos tiene que tener en cuenta a la hora de ponderar por qué está tan cebada la reacción medieval celeste.
La única excepción fue la reforma laboral, cuyo freno resultó del acuerdo todavía vigente que tiene el gobierno con un sector sindical. Para el caso, esa reforma ya se hizo a fuerza de devaluación: los salarios medidos en dólares se redujeron a la mitad en comparación con 2015.
Pasemos a otra cosa
La melancolía hace más pesado el culo. Y es melancolía lo que produjeron las imágenes de ayer y su tratamiento en algunos medios gubernamentales. Otra vez sopa con la violencia. La represión fue un montaje explícito, hasta se dejaron bolsas y containers con piedras en la plaza del Congreso. Se ha vuelto normal –y es tan, tan horrible– que berretas servicios de inteligencia infiltren las manifestaciones populares, que la policía plante falsas evidencias contra los manifestantes. Las fuerzas del Estado cazaron a 20 cuadras del lugar de los hechos a diferentes dirigentes, uno de cada color, en un acto inevitablemente premeditado. Mientras tanto, hubo balazos, gases, toda la violencia desplegada contra uno de los ejercicios más propios de la democracia, protestar.
En las pantallas, la horda volvió a rotular de golpistas a quienes reclaman por el ajuste. El gobierno en estos casi tres años hizo lo que se le cantó con el Congreso, la Justicia, las fuerzas de seguridad, los medios de comunicación, cualquier cosita. Metió en la cárcel y le pegó a quien quiso, le hizo la fiesta al gatillo fácil. Apelando al mismo mecanismo obsceno que se disparó con la desaparición forzada de Santiago Maldonado y el asesinato de Rafael Nahuel, los medios gubernamentales se dedicaron a enchastrar a La Poderosa sin ninguna –pero ninguna– prueba. La Poderosa una organización villera que pone el lomo sin descanso y que es más pacífica que un pony. Con la detención de su líder, Nacho Levy, el gobierno suma un poroto más a la bolsa donde ya está Juan Grabois. Y Milagro Sala lo mira desde su domiciliaria.
Otra vez cobraron diputados y diputadas de la oposición. La saga comenzó hace años en Jujuy, cuando manosearon y tiraron al suelo a la justicialista Mayra Mendoza. Siguió en las palizas por la reforma previsional.
La resistencia tuvo su último gran episodio. En las lecturas del futuro, no faltará quien hable de fracaso o de derrota. Ambas palabras son injustas e imprecisas, porque parten de un horizonte imposible de contrastar. ¿Hasta dónde hubiera llegado el macrismo sin las miles de marchas que protagonizaron las organizaciones en todo el país? Un buen punto de comparación puede ser la mansa aceptación de los primeros años del menemismo, cuando se vendieron todas las empresas del Estado. Por lo pronto, se puede celebrar que en este período de restauración conservadora el músculo callejero no cedió ni un centímetro –mal que le pese a los traidores que supieron ser echados a patadas de su palco–, que las organizaciones sociales y territoriales, la CTA y la CGT confluyeron –algo que tampoco pasó en los 90– y que poniendo el cuerpo siempre pudo levantar un poco el techo de las paritarias, obtener un poco más, aunque sea, de recursos para los más pobres, frenar el 2x1 a los genocidas.
Debería considerar el gobierno que la calle no arde más porque son los propios movimientos sociales quienes contienen a sus bases, porque saben que en la multitud turbulenta la sangre siempre brota de los cuerpos más abandonados.
Si la resistencia tuvo su último gran momento –aunque, es verdad, faltan las paritarias, en menos de seis meses– significa que lo que resta es el camino a octubre de 2019, un trayecto intransitable si siempre lo que se pone en juego es el espejo retrovisor y la amargura de todo lo perdido en estos casi tres años de dolor.
Sacudirse el bajón, sonreír, caminar, escuchar.
El peor año está por venir
Sin velo alguno, el gobierno y sus representantes reconocieron que el ajuste de 2019 será feroz y en todos los sentidos, menos en lo que refiere al pago de la deuda externa. El diputado santafesino Luciano Laspina en gangoso batiburrillo gerencial espetó orondo que muy bien está que el Estado diga que no hay cuando no hay. Sobra, no obstante, para la timba, la fuga, los capitales especulativos, las empresas energéticas, los rentistas del campo.
La recesión de este año será muuucho más profunda en el próximo y así Cambiemos cerrará un ciclo de cuatro años con resultados negativos en todos los aspectos principales: la economía habrá decrecido varios puntos –al menos un 2%, puede ser más–, el poder adquisitivo habrá caído a fuerza de inflación y deterioro salarial, la desocupación habrá aumentado junto a la desindustrialización y la precarización laboral, miles de empresas y comercios habrán cerrado por la recesión, la pobreza será mayor y la pérdida de calidad de vida será más extendida, llegando a todos los que no gocen de ingresos dolarizados, las funciones y acciones del Estado serán mucho menores y más deficientes, la moneda valdrá menos, la deuda externa será mucho mayor. Es una consecuencia inevitable de un ajuste inusitado en su profundidad, requisito del Fondo Monetario Internacional para poder largar los dólares que el gobierno necesita para pagar la deuda externa que el mismo gobierno generó.
¿Será una victoria pírrica la de Cambiemos con este presupuesto? Quizás sí. Porque, vamos, es un mamarracho –no llega ni a dibujo– cuyos parámetros son inexistentes: predicen un dólar que será mucho más caro, auguran una caída del PBI que será mucho peor. No necesita Cambiemos de este presupuesto para gestionar su ajuste. Si hubiera sido detenido en el Congreso, lo hubiera practicado de todos modos. Y, como se señaló, no puede llorar el macrismo falta de apoyo parlamentario. A la inversa, la oposición volvió a ensayar su unidad, como lo hiciera en la ley por los tarifazos. Y puede señalar: toda la responsabilidad corre por cuenta del gobierno.
La campaña electoral ha comenzado
La clave de Cambiemos en su campaña de 2015 fue el desgaste de 12 años de gestión kirchnerista, sus bolazos al estilo "no te vamos a quitar nada de lo que ya tenés", su lustre de juguete nuevo y una masa que como sujeto político no había transformado, en lo sustancial, sus rasgos noventistas. Sólo había aumentado sideralmente su bienestar y su capacidad de consumo, bajo la creencia de que esos logros se debían a su puro y propio esfuerzo personal y en consonancia con el discurso oficial de incentivo a la demanda agregada de aquel tiempo. Ahora muchos de esos votantes de Macri manejan un Uber y queman gomas en las puertas de fábricas vaciadas.
El neoconsevadurismo zen de 2015 fue virando de a poco en un abierto antiperonismo persecutorio. Por muestra basta recordar que un presidente apretó a un dirigente sindical en plena apertura de sesiones del Congreso. Más sutilmente, el mote de "peronismo racional" para los justicialistas próximos al gobierno señala con claridad la raya: un loco no es un adversario político, un loco está afuera de la política. No seguir las locuras de CFK, pedía el presidente, cuando se debatía el freno a los tarifazos.
(No evaluamos aquí la acción de la Justicia. Demasiadas veces hemos repetido que el concepto de independencia judicial no es más que operación para ocultar continuamente su dependencia directa de los poderes fácticos tanto partidarios como económicos. Las cárceles son un rejuntadero de pobres y los funcionarios principales del Poder Judicial son elegidos por el Ejecutivo y validados por las cámaras legislativas. ¿Qué otra prueba se necesita?).
La población vivirá en 2019 muchísimo peor que en 2015, pero eso no quiere decir que el gobierno no tenga chances de continuar su gestión. El discurso anticorrupción es sólido, tiene continuidad, tiene variedad, raigambre histórica –permite la psicodélica convivencia del antimenemismo de ayer y el macrismo de hoy– y todos los cañones mediáticos a bombardeo pleno. El macrismo está completamente jugado en esta línea por una razón sencilla: no tiene absolutamente nada más que ofrecer.
La oposición no puede continuar sin estructurar un discurso efectivo en este sentido. Nunca lo tuvo: no alcanza con señalar la persecución judicial, por más verdadera que sea. No alcanza y nunca alcanzará. Tampoco es eficaz una compleja teorización sobre las causas de la corrupción, indicar que es inevitable, aludir a la noción de valor de la mercancía, etcétera. El rey debe ser bueno, el pensamiento político popular no tiene por qué superar una concepción monárquica del poder. La base del discurso de Cambiemos será la de anudar los efectos de la crisis económica que generó con la repetición espectacular de las detenciones y allanamientos de opositores que sobrevendrán.
La oposición necesita un contrataque y un nuevo eje. Algo que sea sólido, que tenga continuidad, variedad, raigambre histórica y punch mediático. Algo como tirar del hilo que va de un gabinete con todos sus ahorros dolarizados y en el exterior, la fuga de capitales, la usura financiera, el FMI y la esencia más ramplona de un discurso patriótico, nacional, anticolonial básico. Porque lo que la oposición necesita es ganar en unas 50 semanas, contando con los votos de los sujetos políticos que ya existen y que son como son. Y porque sólo con el pasado no se gana.