Mientras las tasas de exceso de peso siguen altas (60% de los adultos en todo el país), los alimentos nutritivos son cada vez más caros. El desafío es enfrentar el lobby de la industria.
En Argentina, el 10% de los niños menores de cinco años tiene obesidad; el 19% de los adolescentes tiene exceso de peso y el 60% de los adultos también registra exceso de peso. Nuestro país ocupa el segundo lugar en la región de las Américas en prevalencia de obesidad infantil. El dato deviene de estudios realizados por organismos internacionales y encuentra acuerdos entre los especialistas en virtud de comprender la alimentación como un entramado que requiere de “marcos regulatorios” que conciban a “la salud en una relación dialéctica con el entorno”. A propósito, Celeste Nessier, a cargo del Departamento de Epidemiología y Capacitación de la ASSAL (Agencia Santafesina de Seguridad Alimentaria) y licenciada en Nutrición, señaló que “para la prevención y control de la obesidad en la infancia y la adolescencia, hay que actuar en cuatro ejes: políticas fiscales vinculadas a los impuestos a los alimentos no saludables y subsidios a los alimentos saludables; la regulación de la publicidad de alimentos para niños; la rotulación frontal de productos y pensar la protección de los entornos escolares. Bajo esas cuatro líneas se recomienda entender la salud desde los contextos”, definió.
Dicho de otro modo, la presidenta del Colegio de Graduados en Nutrición 1° Circunscripción Santa Fe, Virginia Yodice, postuló que “el problema de la malnutrición, por exceso o por déficit, es mucho más complejo que prescribir qué es lo que hay que comer. Eso es lo que las autoridades tienen que comprender y asesorarse en consecuencia. Tiene que haber gente idónea cuando se diseñan estas políticas”.
El marketing
Inscripto en el campo de la salud pública pero, al mismo tiempo, analizado como un punto de confluencia de factores socioculturales, la problemática de la alimentación saludable choca con dos poderosos aparatos: la publicidad y el lobby de las industrias transnacionales. Aunque no únicamente. “El marketing de los alimentos utiliza apelaciones a la fantasía, al disfrute, a la imaginación, al gusto, al sabor. La publicidad no solo debe ser entendida en relación con la televisión, sino en la complejidad de entornos: la escuela, la calle, los patrocinios de eventos”, expuso Nessier mientras apuntó que “se ha logrado medir, sobre la base de investigaciones de neurodesarrollo, que la decisión de compra acontece entre cuatro y seis segundos. En ese tiempo, ¿qué capacidad de racionalidad hay? Seguramente, prima un bagaje de reconocimiento y fidelización que se encarga de construir la industria. Hay estudios que indican que los niños a los tres años reconocen marcas populares”. Y la muestra más elocuente radica en las preferencias de la población infantil ante la hamburguesa de mayor impacto en el planeta. Y no otra.
Saber y hacer
Otro punto de coincidencia entre las expertas radica en la información que circula en torno a las frutas, verduras y demás productos saludables. “La realidad es que la mayoría de la población sabe perfectamente qué tiene que comer. El problema es que el sistema de salud, el Estado, sigue tratando al paciente como si fuera un ser pasivo, que no sabe nada y no toma decisiones. Es una mirada simplista: ‘el paciente es obeso o el chico come mal porque no sabe’. Y sí saben”, aseveró enfática la titular del Colegio de Nutricionistas. Así también ilustró una realidad tan inexcusable como contradictoria: “Qué pasa con esos chicos que en la escuela se les dice ‘hace bien comer frutas y verduras’. ‘¿Y ustedes qué comen?’. ‘Alfajores y chizitos’. Y con los adultos pasa lo mismo”. Desde su mirada y su experiencia, Yodice precisó que “los chicos saben qué tienen que comer. Pero si en la escuela se les da como oferta única alfajores, galletitas y cosas ricas en grasas y azúcares; no lo va a poder cumplir. Si en el lugar de trabajo no hay un espacio que permita comer tranquilo media hora, no se puede comer bien”, recalcó.
Al profundizar en las distintas caras de un mismo prisma, se halla la realidad de los sectores vulnerables que sufren las consecuencias de la carencia de recursos. Desde el punto de vista expuesto por Yodice, es menester contemplar tres tipos de accesos: “El acceso económico que lo da el dinero; el acceso físico a poder comprar ciertos productos y el acceso simbólico cultural. Esto tiene que ver con saber cocinar los alimentos. Con 20 pesos se podría preparar lentejas hervidas con aceite, sal, huevo y perejil, pero no se tiene el recurso simbólico para saber cómo se cocina. Se perdió el contenido culinario. Y eso fue en parte responsabilidad, o daño colateral, de los comedores. Son un triunfo en términos de subsanar la emergencia –admitió–, pero hay un Estado ausente que hizo que esa emergencia se perpetuara. Entonces, hay gente que se vuelve dependiente del comedor porque de lo contrario no come. A medida que eso va pasando de generación en generación, se va perdiendo el saber de cocinar –explicó–. El comedor debería ser algo que se sostenga por un período de emergencia, pero los argentinos vivimos en emergencia”.
Y allí mismo donde todo falta, los niveles de obesidad o de exceso de peso son los más altos. “La obesidad es un problema sistémico. Sabemos que los sectores vulnerables tienen mayores probabilidades de tener estas patologías incrementadas. Según la Encuesta Mundial de Salud Escolar, para datos de Argentina se estaría entre un 13 y 20% más en grupos sociales desfavorecidos. Hay sectores en los que en el hogar ni siquiera existe la mesa; así queda por fuera la discusión acerca de la comensalidad que es trascendental para la pertenencia al grupo social. A través de la alimentación se expresan muchas más cosas que los nutrientes”, aportó la estudiosa de la ASSAL. Ahora bien, no eludió afirmar que “la radiografía es crítica en todos los ámbitos sociales por distintos motivos. Tenemos sectores en los que la mesa está, pero tenemos una ruptura del vínculo y el diálogo por la presencia del celular o por los estilos de vida en los que todos comen a distintos horarios y no hay interacción conjunta”. De esa forma el síntoma se reproduce por causas diferentes. “Es necesario ampliar la lectura”, consideró Nessier.
El poder
Ambas nutricionistas consultadas por Pausa mencionaron como un modelo paradigmático el aplicado por Chile en materia de políticas alimentarias. Tras una década de debates, se gestó un programa de trabajo que trasciende el gobierno de turno sobre la base –entre otros factores– del control de la publicidad, el costo de los productos y el rotulado frontal (con la debida información nutricional). “Entender la promoción de la salud desde la transferencia de información no sería el problema –adujo Nessier–. La información está. La gente sabe que hay que comer frutas y verduras, pero no lo hace. Ese quiebre entre el conocer y el hacer es el desafío sobre el cual tenemos que caminar”. El patrón a seguir, desde la mirada de la funcionaria de la ASSAL, es el del tabaco que fue prohibido en espacios cerrados comunes a nivel local. Pero no únicamente. “Sabemos que hay una migración de los lobistas de la industria del tabaco a los lobistas de la industria alimentaria. Está documentado que la industria, durante muchos años, ocultó evidencia en contra del azúcar. Esto es icónico de cómo la reconfiguración de los diseños de los productos alimenticios migró a sentar todo en la grasa. El concepto de light tuvo una intencionalidad explícita de centrar toda la problemática en la grasa. El campo de la investigación en nutrición es dinámico y ahora sabemos que comer algo de grasa no está mal”, aseguró y fue más allá: “Hoy los grandes desafíos van a pasar por luchas transfronterizas. Hay un modelo conceptual que entiende la salud dentro de tensiones vinculadas con los modelos de desarrollo, con las fuerzas del comercio y con política exterior.
Argentina debe decidir recorrer un camino similar al de Chile, donde durante 10 se debatió y se logró una ley que logró superar los cambios de gobierno. Es decir, alcanzó la agenda pública. El desafío es saltar la inteligencia que tiene la industria para boicotear este tipo de medidas –resaltó–. Un ejemplo es el modelo mexicano del impuesto a las bebidas azucaradas. En 2014, México incrementó el impuesto a las bebidas azucaradas. Hoy se estima que con esta medida va a lograr que a 2025 se baje a un 2,5 la prevalencia de obesidad en el país. México tiene la tasa más alta de muerte por diabetes y es el principal consumidor de Coca Cola a nivel mundial”, precisó.
Canasta pobre
El incremento del costo de los alimentos fue por encima del 6,5% de inflación en septiembre pasado, también de la inflación anual. La canasta básica es la variable de medición de la línea de pobreza. Para un grupo de nutricionistas entre los que se inscribe Yodice, es necesario modificar esa ponderación. “La canasta básica de alimentos no llega a cubrir las necesidades de nutrientes. Si se la desglosa y se la divide por 30 no se llega al consumo diario mínimo de leche, vitamina C, frutas, verduras. Por eso es barata, porque tiene mucho pan, arroz, fideos, galletitas dulces. Esta canasta es deficiente”, señaló.