El pedagogo italiano Franceso Tonucci agitó otra vez su pensamiento en Santa Fe.
Francesco Tonucci, el reconocido pedagogo y dibujante italiano, es pasión de multitudes sobre todo para educadores y personas vinculadas al trabajo con las infancias. Por eso cada vez que viene a Santa Fe agota los lugares donde dicta conferencias.
En esta oportunidad, Tonucci estuvo invitado en el marco del ciclo “Santa Fe Debate Ideas”, organizado por el área de Relaciones Internacionales de la provincia, para brindar una conferencia titulada “La ciudad de las niñas y de los niños. La importancia del verbo dejar”, mientras que en Rosario se realizó el Encuentro de La Red Latinoamericana, organizado por el ministerio de Innovación y Cultura, con más de 70 asistentes de ciudades de argentina y Latinoamérica.
Generalmente identificado con una nueva forma de plantear las enseñanzas en la escuela, lo cierto es que la idea más potente del pedagogo siempre fue su Proyecto La Ciudad de las Niñas y los Niños, que convoca a los intendentes y alcaldes del mundo a escuchar a los chicos y chicas, creando los Consejos de Niños, elegidos por sus pares, quienes debatiendo, jugando y diseñando llevan adelante iniciativas para transformar la ciudad. “El nuevo modo de pensar la ciudad a la medida de los niños tiene como objetivo la planificación del espacio público para el juego y el encuentro –afirma Tonucci– la recuperación histórica de los barrios, edificios y lugares que nos pertenecen, además de posibilitar, mediante distintas acciones, mayor autonomía para los niños y las niñas”.
Pero para llegar a esto es necesario un cambio de mentalidad, una “nueva cultura de infancia” que no es otra cosa que la cultura del presente, la del “niño/a de hoy”. Un presente, en donde el juego tenga valor y sea considerado como un requisito indispensable no solo para la estabilidad emocional del niño y la niña y para el desarrollo de su inteligencia, sino para toda la sociedad: “El niño y la niña son considerados más por lo que llegarán a ser que por quienes son hoy”, dice Tonucci. “Desde esta óptica se los considera futuros ciudadanos y ciudadanas y todo lo que les sucede es de poca importancia: sus reclamos son caprichos, sus ganas de jugar formas de perder el tiempo. Sin embargo habría que modificar nuestras actitudes y reconocerlos, como lo hace la Convención de los derechos del niño y de la niña, ciudadanos y ciudadanas desde el momento que nacen”.
El espacio público
La ciudad de los niños es ante todo un proyecto político, “no se trata de solamente de hacer política para la infancia sino de hacer política con la infancia para toda la ciudadanía”.
Uno de sus ejes principales en los que se asienta este proyecto tiene que ver con el espacio público. Hasta hace unas décadas la ciudad era un lugar de encuentro, de paseo. La casa, el lugar privado por excelencia, era importante para las funciones primarias pero toda la vida social se daba en las ciudades, los intereses, la diversión se ubicaban en los espacios públicos: los clubes, los bares, la biblioteca. “Actualmente todo parece al revés, la casa se ha vuelto rica y confortable, un lugar protegido del exterior. La ciudad en cambio se ha vuelto hostil, la vivimos como un lugar a evitar. Nos trasladamos de un lugar privado a otro lugar privado (el trabajo, la escuela, el teatro) y para no exponernos lo hacemos en un medio también privado como el automóvil”.
No obstante, el pedagogo asegura que los espacios están cada vez más privatizados en las ciudades. “Hoy en día el espacio público ha desaparecido, se transforman en lugares para el tránsito o los estacionamientos. Si el espacio público se privatiza se hace peligroso. Viven preocupados por la inseguridad pero un delincuente actúa mucho mejor en soledad, en lo oscuro, en el abandono. Donde hay gente que participa, que está atenta, que se hace cargo, es muy difícil que un hecho de inseguridad se produzca”.
Guerrilleritos y guerrilleritas
Para Tonucci el niño es un revolucionario. Y en sentido literal, ya que llevan consigo el cambio, traen lo nuevo. “Los niños y las niñas tienen un gran potencial revolucionario que los adultos tienen que tener el coraje de reconocer. En tiempos de crisis surgen profetas que exigen un cambio real y radical. El profeta está contra el rey, contra su proyecto, contra sus certezas. El profeta denuncia, se indigna y no se avergüenza, porque esa es su misión”.
—¿Cuándo descubrió que en los niños y las niñas está el potencial revolucionario para cambiar el mundo?
—Esto vino apenas más tarde que la reflexión sobre autonomía de los niños, en el 1992, cuando abrimos el primer Consejo de Niños en Italia. Ahí empezamos a tomar conciencia de que si sabemos escuchar a los niños y las niñas son capaces de darnos pistas innovadoras y solo hace falta escucharlos y tener en cuenta lo que dicen. Pero no se trata de propuestas para hacer con poco gasto y que servirían de muy buena publicidad para el intendente, sino que lo más importante es que a través de la propuesta de los niños y las niñas podemos modificar nuestra política.
Para el pedagogo los niños y las niñas nos ofrecen un punto de vista distinto que permite enriquecer la política con cosas que hasta ese momento no se habían incluido: “El tema es que en este momento cuando el adulto asume esta responsabilidad de llevar las palabras de los niños a su política se abren conflictos, entonces hay que gestionar conflictos y esto a los políticos no les gusta mucho”.
—El año que viene La Convención para los Derechos del Niño y la Niña cumple 30 años, ¿cuáles le parecen que son las cuentas pendientes?
—Me atrevo a decir que casi nadie la conoce. Pensando en el artículo 42 que afirma que los Estados parte se comprometen a conocer los contenidos de la ley ampliamente y con medios adecuados y difundirla tanto a los adultos como los niños. Escribí mi próximo libro pensando en esto, estará dirigido a los niños y tendrá el título Manual de guerrilla urbana: para niñas y niños que quieren conocer y defender sus derechos, es un libro de lucha y está hecho para controlar a los adultos y reaccionar contra nosotros, reivindicando el respeto de los compromisos que nosotros asumimos.
Escuela y aburrimiento
Con más de una docena de libros escritos a lo largo de su vida, Francesco Tonucci nació en Fano, Italia, en 1940 justo en el año cuando ese país intercedía en la Segunda Guerra Mundial. Confesa que viene de una familia con pocas posibilidades económicas y que se crió con cuatro hermanos y que no le gustaba para nada la escuela porque se aburría. Además afirma que a pesar de los años no observa cambios significativos entre su escuela y la de su nieta Nina, de 10 años.
—¿Qué alumno fue Francesco Tonucci en la escuela?
—Un mal alumno, no me gustó nada la escuela, no he tenido nunca problemas graves en el sentido jamás me llevé ninguna materia, pero ¡me aburría tanto! Ahora a posteriori puedo reconocer que la escuela no me ha dado el gusto por la lectura. Es como si nunca hubiera leído hasta ser adulto. Por lo cual yo tengo un enfrentamiento con mi escuela. Y el otro tema interesante y un poco paradójico es que por el hecho de ser un mal alumno fui maestro. En casa éramos cuatro hermanos varones y no había posibilidad económica para que todos pudieron estudiar. Y mi hermano menor leía mucho, era buen alumno lo mandaron al liceo clásico que es un paso previo a la universidad y me dijeron “y tu maestro” y esto lo digo para decir que frecuente y lamentablemente los maestros nacen no de una elección feliz y eso afecta la escuela. Aunque en ese momento no me molestó porque como no me gustaba la escuela, sabía que el instituto magistral era más fácil que el liceo y eso me tranquilizaba.
Mensaje final
—Si tuviera la posibilidad de salir en una cadena televisiva simultáneamente para todos los gobernantes del mundo, ¿qué mensaje les daría?
—“Vale la pena escuchar a los niños porque pueden incidir y modificar la política y por ende el mundo”, dicho así se entiende poco, parece un slogan publicitario, pero hay que profundizar en las experiencias ya realizadas y la teoría del proyecto.
—¿Y cuál sería el mensaje para los niños y las niñas?
—Que no tengan miedo de decir lo que piensan y que sí tengan miedo de decir siempre lo que esperan los adultos, porque lo que necesitamos de ellos es que nos abran su mente, su conocimiento, su corazón, sin miedo. Normalmente el niño y la niña tienen miedo de lo que piensa porque sabe que a los adultos no les gusta. Los adultos esperan que él crezca, aprenda, llegue a ser grande. Y todas las veces que lo hace lo premian. Entonces aprenden que ser niño no vale tanto. Yo pido, entonces, a los niños que no tengan miedo.
La educación sexual integral
—¿Qué opina de que esté frenada la educación sexual integral en las escuelas debido, en parte, a un sector de la sociedad que no está a favor?
—Yo nunca me ocupé a nivel técnico de reflexionar sobre la educación sexual en las escuelas. Pero la escuela debería tener como su objetivo lo que la ley prevé. Y esto está relacionado con el artículo 29 de la Convención que dice que la educación debería tener como objetivo el pleno desarrollo de las capacidades de cada uno de los alumnos hasta lo máximo posible y ello incluye todos los temas posibles: lo social, lo político y también en lo sexual. Por otro lado, no se debería reducir la educación sexual a la dimensión biológica, su palabra lo dice: “integral”. Y el desarrollo integral del niño abarca lo emocional también. Con el tema de los movimientos de padres que no favorecen la autonomía de los niños hay un capítulo en mi libro Apuntes sobre educación donde narro la historia de un niño y una niña de tres años. El niño abrazó a la niña con la cual jugaba en su casa y le dijo palabrotas. Los padres de la niña se quejaron no solo a los padres sino a la escuela y el niño fue suspendido. ¿Es posible que los adultos olviden tan rápido su infancia no solo por las palabrotas sino por el juego del doctor, los atisbos por el hueco de la cerradura, quizás imágenes obscenas que no tenían que ver a los tres, cinco, diez años? Esos adultos se perdieron una gran oportunidad de educar. Un chico que usa malas palabras para subrayar un gesto de afecto, invitan a hablar con él, a empezar a hablar de ese tema fascinante que es el amor, el sexo, el placer. A los tres años. No como desgraciadamente piensan muchos docentes, a los 15, cuando ya saben todo y a menudo mal.